Para quién liberalizar la economía cubana
- Opinión
La visita que en los próximos días 21 y 22 de marzo realizará a Cuba el Presidente de Estados Unidos de América, Barack Obama, tiene el objetivo declarado de contribuir al proceso de normalización de las relaciones entre los dos países.
Pero el camino hacia tal normalización no puede emprenderse tomando como modelo una situación existente en algún período pretérito, porque nunca los nexos entre las dos partes han sido verdaderamente “normales”.
Y, ¿de qué otra manera pudiera la oligarquía estadounidense asegurarse ventajas en las negociaciones que están teniendo lugar para ese fin en Washington y La Habana?
Ya han caído en total descrédito las exigencias relacionadas con los derechos humanos (en cuyo respeto Cuba sobresale y Estados Unidos muestra serias carencias); democracia (término que la política externa de Estados Unidos confunde sistemáticamente con el capitalismo); vínculos con enemigos de Estados Unidos (porque éstos cambian constantemente a causa de la inclinación a las guerras de la política exterior estadounidense); intolerancia religiosa (Cuba disfruta de gran prestigio por su total apertura a todas las religiones tanto en lo interno como a escala global), o con fanatismo político (la diplomacia cubana goza de un prestigio muy sólido y ha obtenido muy sonados éxitos en sus aportes a la solución de conflictos en diversas partes del mundo).
Ahora todo parece indicar –al menos por lo que reflejan los medios corporativos bajo control o gran influencia estadounidense – que los esfuerzos se resumen a la demanda de liberalización de la economía de la isla para incrementar su vulnerabilidad ante los apetitos de Wall Street. La consigna actual, repetida de manera diversa por estos medios, es que “el Gobierno de Cuba debe liberalizar su economía en respuesta a cada paso dado por Estados Unidos para suavizar parcialmente su bloqueo a la Isla”. Deriva de este lema la advertencia de que “el deshielo entre Cuba y Estados Unidos avanza a paso muy lento por la decisión de La Habana de no aflojar demasiado el control de su economía”.
En otras ocasiones han puesto en boca de funcionarios o de expertos vinculados al gobierno estadounidense la afirmación de que la continuidad del alivio de las sanciones y de algunos tímidos pasos de la Casa Blanca que permiten la exportación a crédito de algunos productos a Cuba, “dependerá de las acciones que lleve a cabo el Gobierno cubano para liberalizar su economía”.
No han faltado exigencias más categóricas de que “si Cuba no da pasos hacia una mayor apertura, tanto del sistema económico como del sistema político, va a ser imposible que cuestiones como el embargo o la Ley Helms-Burton puedan ser derogadas por el Congreso de Estados Unidos”. O, a modo de cebo, el presionante ofrecimiento de que si Cuba mueve sus fichas en este sentido, será recompensada, porque “con ello, Obama podría hacer maravillas ante un Congreso y un Senado que a partir de enero tendría mayoría republicana”.
Todo esto se traduce en la amenaza de que si Cuba quiere librarse del bloqueo, deberá hacer los cambios exigidos por Estados Unidos, los tanques del pensamiento capitalista y los grandes medios de comunicación que preconizan una apertura económica dirigida a aceptar un sistema de economía capitalista que los cubanos rechazaron en 2011 cuando, en 163.000 asambleas muy democráticas, añadieron, quitaron o modificaron un texto básico hasta refrendar la hoja de ruta con los cambios económicos dentro del socialismo que se han venido aplicando en el período más reciente.
Durante años, el mensaje dominante en los grandes medios indicaba que el bloqueo de Estados Unidos era una mera excusa del Gobierno cubano para esconder su fracaso económico, ya que éste apenas impactaba sobre la economía de la Isla. Hoy, pocos se atreven a sostener tal cosa, cuando, en apenas un año de tímidas medidas de Obama, la economía cubana creció un 4% y se convirtió en una excepción en la región que, según la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) ha contraído su PIB en un 0,4%.
Lo más sabio sería que Washington aceptara el fracaso total de su guerra económica contra Cuba y de su tentativa de revertir el triunfo de la revolución popular socialista cubana en toda la línea, de la misma manera que tuvo que reconocerlo en su dispar enfrentamiento con Vietnam hace cuatro décadas.
Solo que, en este caso, se les presenta la posibilidad de poner fin civilizadamente a su agresión, dejando la puerta abierta para un futuro de mutuo respeto y eventual reconciliación, sin la humillación de tener que atropellarse en los techos de los helicópteros con la frente baja por la derrota, como ocurrió en Saigón.
Febrero 22 de 2016.
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