osé Martí y sus “apuntes de viajes”

En busca de la idiosincrasia latinoamericana

12/04/2016
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Introducción

 

             José Martí, guía moral del pueblo cubano, es conocido por sus escritos políticos, poéticos y filosóficos. Su análisis Nuestra América forma parte del Panteón del pensamiento latinoamericano y cimienta los procesos de integración que marcan la nueva América Latina del siglo XXI. La fundación de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América en 2004 es un ejemplo emblemático.

 

            No obstante, la obra del Apóstol cubano, rica y variada, explora otros campos históricos y geográficos. Marcado por los viajes debidos al exilio, José Martí estuvo en el Viejo Continente, particularmente en España, Francia e Inglaterra. También visitó numerosos países latinoamericanos y vivió en Guatemala, México, Honduras, Venezuela, Haití, Costa Rica, Panamá, República Dominicana y, desde luego, Cuba. También pasó por Jamaica y vivió muchos años en Estados Unidos, particularmente en Nueva York.

 

            De sus viajes, a veces con carácter iniciático, el Héroe Nacional cubano legó a la posteridad muchas notas reveladoras de su pensamiento y de su estado de ánimo, pero también de sus propios límites. Así, José Martí estuvo marcado por sus estancias en México en 1875 y 1877 y en 1881 en Venezuela y Curazao, donde sus reflexiones suscitan la polémica. Descubrió culturas y tradiciones que lo ayudarían a forjar su visión de la idiosincrasia latinoamericana y de la identidad de los pueblos del Sur.

          

 

México

 

             México ocupa un lugar primordial en el destino luminoso y trágico de José Martí. Tras varias semanas de travesía a bordo del Celtic, procedente de Inglaterra, el joven cubano desembarca por primera vez en tierra azteca el 8 de febrero de 1875, con 22 años de edad, en el puerto de Veracruz. Viaja a la capital para reunirse con su familia tras más de cuatro años de separación. El exilado profesa una admiración cariñosa por la patria de Benito Juárez que “siempre tuvo corazones de oro, y brazos sin espinas, donde se ampara sin miedo el extranjero”.[1]

 

            En este país con alma altruista hacia los perseguidos del continente, descubre no obstante la explotación de las poblaciones indígenas y defiende su causa, recordando con pasión que las civilizaciones precolombinas constituyen la identidad de América Latina. Sus escritos adquieren rápidamente una celebridad por su pertinencia y su diversidad y los sectores intelectuales lo integran en sus círculos, particularmente en las Sociedades Alarcón e Hidalgo. Martí no se aleja de la base popular y elige otra vez el campo de los pobres y de los explotados y colabora con el diario El Socialista, órgano oficial del Gran Círculo Obrero de México. Incluso es nombrado delegado ante el Congreso obrero de 1876 y sigue de modo atento la situación política y social del país.

 

            Desde un punto de vista sentimental, México también constituye la tierra prometida ya que el patriota cubano conoce allí a Carmen Zayas-Bazán e Hidalgo, con quien se casaría en 1877 y nacería su hijo José Francisco en 1878.

 

             En sus escritos titulados “Apuntes” José Martí relata su largo viaje a través de los océanos, afrontando las inclemencias de la naturaleza, con “inmigrantes”, esos “héroes respetables”, y “príncipes”, todos compañeros de infortunio durante la travesía transatlántica. Martí admira el espectáculo que ofrece el desencadenamiento de los elementos naturales, sin jamás sentir miedo: “Verdad que nunca oí manera de rugir más formidable”.[2]

 

            Martí, precursor del antiimperialismo latinoamericano, expresa un sentimiento sin ambigüedad hacia Estados Unidos: “¡Oh!, la nación norteamericana morirá pronto, morirá como las avaricias, como las exuberancias, como las riquezas inmorales. Morirá espantosamente como ha vivido, ciegamente. Sólo la moralidad de los individuos conserva el esplendor de las naciones”.[3]

 

En esta sentencia, el Maestro recuerda el egoísmo de una nación que se edificó mediante la codicia, exterminando y expoliando a las poblaciones indias, condenando a la esclavitud a los hijos de África e invadiendo los países vecinos, como México que perdió más de la mitad de su territorio en la guerra contra Estados Unidos entre 1846 y 1848. Denuncia las disparidades económicas entre una casta que vive en la opulencia, la indolencia y la indiferencia, y la masa popular de los humillados, de los explotados y de los olvidados que sobrevive difícilmente a las vicisitudes cotidianas. El Apóstol cubano recuerda también una gran verdad: detrás de cada fortuna se esconde un crimen. La acumulación sin límites de riquezas por parte de una minoría sólo puede realizarse en detrimento del bienestar de la mayoría y del interés general. Martí, cuya filosofía se basa en la ética, concluye su reflexión haciendo un llamado a la “moralidad”, único valor capaz de caracterizar la grandeza de las naciones.[4]

 

            El intelectual cubano esboza luego una reflexión sobre el arte, y más generalmente sobre la cultura, conforme a su famosa máxima “ser culto para ser libre”: “El ritmo de la poesía, el eco de la música, […] la suave melancolía que se adueña del espíritu después de estos contactos sobrehumanos, son vestimentos místicos, y apacibles augurios de un tiempo que será todo claridad”. El arte es la puerta de salvación para el alma humana y se debe preservar la cultura a todo precio. Lamenta las carencias del pueblo de Estados Unidos al respecto. En vez de edificar una sociedad nueva basada en la cultura, como fue el caso de la Grecia antigua cuyos rayos iluminan el mundo dos milenios después, la ambición fue el principal motor de la construcción de la patria de George Washington.[5]

 

            Para Martí, México debe desempeñar un papel fundamental en el equilibrio de América Latina y el Nuevo Mundo debe contribuir a su vez a la armonía del mundo. México “ha de crecer pa[ra] la defensa, cuando sus vecinos crecen pa[ra] la codicia. Ha de ser digno del mundo, cuando a sus puertas se vea librar la batalla del mundo”. Para el patriota cubano un México fuerte, soberano y edificado en torno a valores altruistas ayudará a preservar la independencia de América Latina. Otra vez, Martí menciona el principal peligro que acecha el continente: los apetitos del Vecino del Norte.[6]

 

“¿Qué va a ser América: Roma o América, César o Espartaco?”, pregunta el Maestro. ¿Acaso el Nuevo Mundo será un faro de libertad y de justicio o una amplia zona donde reinarán la tiranía y la arbitrariedad? Desde luego, Martí ha hecho su elección: “¡Abajo el cesarismo americano!”. Para él, “¡Las tierras de habla española son las que han de salvar en América la libertad!”, ya que la América del Norte condena a una parte de su población a la segregación racial. Los pueblos de Bolívar deben dar el ejemplo al planeta pues “la mesa del mundo está en los Andes”.[7]

 

Exhorta a los mexicanos a tomar conciencia de los peligros y cita al “vecino avieso”. Se presenta ante ellos como un hijo que nació en otra parte y le recuerda al país su “deber continental”, pues de la independencia y de la fuerza de la patria de Cuauhtémoc dependerá la soberanía de América Latina.[8]

 

 Islas Mujeres

 

            Durante su estancia en Islas Mujeres, situadas en la Península del Yucatán, en febrero de 1877, a José Martí le impactó la belleza de la naturaleza que le recordaba su país natal. Pero un encuentro marcó su visita: un hombre de una edad venerable, erudito, capaz de citar “de memoria” a Voltaire, Ronsard o Molière, pero que vive en la más total indigencia, “con los pies descalzos y el bolsillo totalmente aligerado de dineros”, en el crepúsculo de su existencia.[9]

 

            A partir de este personaje, Martí elabora una reflexión sobre la condición humana y evoca “esta vejez sin gloria”, reflejo de una vida golpeada por “la miseria y [el] descuido” que encierra seguramente “un secreto culpable y doloroso”. Para el Maestro, el viejo no ha realizado el precepto árabe: “Este hombre no ha hecho un libro, no ha plantado un árbol, no ha creado un hijo”.[10]

 

            La vida miserable de los pocos habitantes de la isla aflige a José Martí. La oligarquía local explota a la población, que sufre de indigencia y sobrevive gracias a la pesca. “Dicen que eso es vivir; y veo que viven. En mí, el fuego de la impaciencia, lanzaría roto mi cráneo al mes de aquella vida sin cielo de alma; sin líos de mujer; sin trabajo, sin gloria y sin amor”. Martí lamenta también que los habitantes de la isla no haya sabido aprovechar la generosidad de la naturaleza para salir de la pobreza y tengan que emigrar: “Sus hijos no han sabido aprovechar tan raras ventajas, tan productivo suelo, tan amable clima”.[11]

 

 Curazao

 

             José Martí viajó a Curazao en marzo de 1881 y redactó un artículo sobre este archipiélago. Estos escritos son los más controvertidos en la medida en que se le reprocha al patriota cubano –no obstante autor de vibrantes llamados contra el racismo– vehicular algunos estereotipos sobre la gente de color.[12]

 

En su descripción de Curazao, donde evoca la naturaleza, la arquitectura y la vida cotidiana, Martí se interesa también por los habitantes. Evoca la presencia “unos cuantos negros de lánguido andar y pies descalzos” que deambulan en el muelle del puerto. Subraya también que “las pastoras son aquí mulatas anémicas, negras informes, viejas harapientas”.[13]

 

La descripción de la mujer de color y el juicio emitido al respecto suscitan una confusión evidente:

 

 No las redimen a nuestros estéticos ojos de su negro color la curva llena, la hendida espalda, los fulminantes ojos, la hinchada sensual boca, las pomas altivas, los hombros redondos, los menudos pies de la mujer negra de África. Y de los blancos ¡ay! no tienen más que el desdén que las envilece, y los vicios que empujadas de la miseria y de la ignorancia de más puros placeres –comparten y halagan. Ahí van, raza degenerada, raza enferma, hablando rápidamente, con la exuberante fluidez del trópico, una lengua innoble y singular, mezcla incorrecta y bochornosa de castellano y neerlandés, una lengua que está entera en su nombre: papiamento.[14]

 

¿Cómo puede José Martí, el universalista, el antirracista, el amigo de los pobres y de los marginados, el poeta de la diversidad, el internacionalista solidario, el defensor de los oprimidos, expresar semejantes comentarios que rozan con los estereotipos más abyectos, el elitismo más excesivo, por no decir el racismo más repulsivo? ¿Cómo puede el Apóstol cubano, símbolo de la lucha contra todas las injusticias, dar prueba de semejante desprecio hacia las mujeres de color de Curazao? ¿Cómo puede Martí, el erudito, el sabio, expresar esa condescendencia hacia la lengua papiamiento, usando los calificativos más violentos? Sigue siendo un misterio sin aclarar. ¿Acaso sus palabras eran el reflejo de los prejuicios de una época? Desde luego no, pues ilustres voces latinoamericanas se elevaban contra todo tipo de discriminación. El mismo Martí se uniría al concierto de la lucha contra el racismo y escribiría ardientes alegatos a favor de la igualdad para todos.[15]

 

En sus reflexiones sobre Venezuela José Martí vuelve a hablar de su estancia en Curazao. Las palabras del intelectual cubano son chocantes:

                      

 

Esa ciudad es como algunos grandes hombres: hay que verlos de lejos. Si se desembarca en ella, la ilusión, cual si fuera una flor sumergida en una atmósfera miasmática, se desvanece. No hay en ella más que calles sucias, casas amarillas, caras enfermizas, negras gritonas y negros desvergonzados: algo así como una eterna disputa entre loros y cotorras: se maldice, se insulta, se amenaza con matar […] Las riñas de los negros de Curazao –tal es el nombre de la ciudad– son como nubes tronadoras de las que jamás se desprendería el rayo. La ciudad, llena de criollas perezosas, de holandeses que representan a la metrópoli, de judíos ricos […], está atravesada por un brazo de mar. […] La noche cae solemnemente sobre esa triste ciudad: es como un cementerio poblado de seres vivientes.[16]

 

 

El contraste es estremecedor con la descripción de los inmigrantes de origen europeo. Martí menciona las “fantásticas, honradas mujeres” neerlandesas, “doncellas honestas y robustas, de grande, fuerte cuerpo, cabello abundantísimo, grandes ojos, franca risa y seno alto”.[17]

 

Martí evoca también la pobreza de la población negra de Curazao, pero no refleja ningún sentimiento de compasión en sus palabras ni denuncia el orden colonial, responsable de las desigualdades.[18]

 

El viajero evoca también la presencia judía en el archipiélago neerlandés. Menciona “perfiles de acero, arrogantes perfiles semíticos”. No obstante el cubano se muestra elogioso con ellos y subraya su generosidad hacia los más desposeídos: “Los judíos son allí muy amados, porque las gentes del pueblo –dicen que hacen obra– la mejor de las obras, la hermosa limosna”.[19]

 

Sin duda las reflexiones sobre Curazao constituyen el lado oscuro de la obra martiana y siguen siendo incomprensibles ya que se oponen, desde cualquier punto de vista, a los valores que defiende el Apóstol en la inmensa mayoría de sus escritos. Texto poco estudiado por los académicos, este artículo merecería una atención más marcada.

 

Venezuela

 

            José Martí vivió en Venezuela de enero a julio de 1881 y siempre profesó una gran admiración por ese país. Así, su viaje hacia la Patria de Bolívar se asemeja a una búsqueda iniciática en la tierra prometida. Según el patriota cubano, Venezuela es “la Jerusalén de los sudamericanos, la cuna del continente libre, donde Andrés Bello, un Virgilio, estudió, donde Bolívar, un Júpiter, nació”. Martí impartió clases y desarrolló una intensa actividad periodística colaborando con La Opinión Nacional.[20]

 

            En sus escritos el cubano recuerda la pesada herencia de la colonización: “La Biblia dijo la verdad: son los hijos quienes pagan los pecados de los padres: son las repúblicas de la América del Sur las que pagan los pecados de los españoles”. Las desigualdades sociales, los conflictos entre ricos y pobres, la desconfianza basada en la pertenencia étnica, “la ignorancia, los odios intestinos”, funesto legado colonial, amenazan Venezuela.[21]

 

            No obstante los habitantes del Sur no se resignan a su triste suerte y aspiran a ocupar “su puesto en el concierto de los grandes pueblos”. Martí expresa su admiración al respecto: “Esos pueblos tienen una cabeza de gigante y un corazón de héroe en un cuerpo de hormiga loca”. Para él, el continente rebosa de “talentos” que se consagran “a las grandes ideas del próximo siglo”.[22]

 

            No obstante, aunque sean “los ideales más generosos, los sueños más puros” entre la vanguardia intelectual latinoamericana, le cuesta ubicarse al alcance de su pueblo. “Son plantas exóticas en su propio suelo”, apunta Martí con pesar. Para él, “Cuando el pueblo en que se ha nacido no está al nivel de la época en que vive, es preciso ser a la vez el hombre de su época y el de su pueblo, pero hay que ser ante todo el hombre de su pueblo”.[23] El patriota cubano parece retomar a su cuenta la célebre máxima de Robespierre: “Soy del pueblo, nunca he sido otra cosa, sólo quiero ser eso; desprecio a quien tenga la pretensión de ser algo más”.[24] Invita a las mentes iluminadas a no romper el hilo con las masas y, sobre todo, a defender sus intereses, lamentando “el abandono de los pobres pobladores”.[25]

 

            Un equilibrio entre pasión e interés es imprescindible para Martí. La primera lleva a los hombres a la gloria y al sacrificio y les permite realizar obras grandiosas. El segundo tempera los ardores en nombre del instinto de supervivencia. Para el Maestro, “la nación que descuida una de esas fuerzas, muere”. Martí lamenta que “la fuerza de la pasión” de los pueblos latinoamericanos haya aplastado “la fuerza del interés”. Para Martí el ideal ha sustituido la búsqueda material: “Se desprecia el dinero, se adora a la idea”. Nada puede superar la vida aunque sea verdad que “morir ha sido el deber en esos países de la América del Sur” que pagaron el precio de la libertad. En adelante, la era de las revoluciones violentas debe ceder el espacio a la evolución pacífica. Martí precisa que ello es válido para América del Sur, en las naciones independientes. Evidentemente su juicio es distinto para su isla natal, todavía bajo yugo español, donde preconizaría la vía de las armas, “la guerra necesaria”, para conseguir la soberanía de Cuba.[26]

 

            Martí llama a desarrollar las economías de los países del Sur, las cuales permitirán construir sociedades más justas. Según él los textos constitucionales, por progresistas que fuesen, no serían aplicables si no se adaptan la realidad económica del país.[27]

 

            El Maestro reivindica la herencia bolivariana, cita a los héroes de las guerras de independencia como José Antonio Páez o Francisco de Mirando, de quien recuerda la participación en la obra emancipadora que fue la Revolución Francesa. También se extasía ante la belleza natural de los paisajes venezolanos, pero lamenta la existencia de divisiones, la pobreza que golpea las capas pauperizadas y el egoísmo de las elites que se niegan a compartir las riquezas. La independencia no fue sinónimo de justicia social. Para Martí la libertad tiene un padre, “el amor”, y una madre, “la paz”. “Sin mutuo amor, sin mutua ayuda, siempre será un país raquítico”.[28]

 

            Martí se muestra ditirámbico con Venezuela. Saluda a los habitantes “gritones y felices”, vestidos con elegancia. Insiste en las riquezas naturales, oro, plata, hierro, la tierra tan generosa y diversificada, los distintos climas y los cursos de agua tan abundantes, que permiten todo tipo de cultivo.[29]

 

            Martí recuerda la diversidad migratoria que puebla el país, alemanes, franceses, italianos, españoles y emite a veces juicios expeditivos al respecto. Así los canarios son, para el cubano, “hombres rutinarios, de poco alcance mental, de mano pesada, preocupados y mezquinos”. En cuanto a los alemanes, “tienen el arte de vender bien lo que laboran mal”. Los italianos “limpian zapatos” de la gente acomodada.[30]

 

            El cubano se detiene en la influencia extranjera. Lamenta, otra vez, que Venezuela copie modelos ajenos, sin buscar su propia vía: “En materia de República, después que imitaron a los Estados Unidos, quieren imitar a Suiza”, en alusión a la creación de un Consejo Federal, nombrado por los distintos estados del país. La literatura europea se estudia y traduce con abundancia. En cambio “nadie habla la lengua india del país”. Las elites en el poder están totalmente alejadas de las preocupaciones populares y las políticas que pueden dar resultados en Europa son inútiles en la selva amazónica. La literatura ajena tiene su interés, pero hay que buscar soluciones latinoamericanas “en el libro de la naturaleza, junto a esas míseras chozas”.[31]

 

            Martí presenta una requisitoria contra las “fuerzas intelectuales de la república” que se dejan seducir por el “lujo” que corrompe las almas más nobles. La inteligencia debe estar al servicio de la República y no destinarse a satisfacer la sed de riqueza. El intelectual venezolano no debe prostituirse al servicio de un “gobierno que paga, o [de] las revoluciones que prometen”. No debe ponerse “a los pies de los amos, que odian a los talentos viriles y gozan destruyendo los caracteres, venciendo a la virtud, refrenando a la inteligencia”. Quienes ceden a las sirenas de la riqueza, traicionando sus valores e ideales, se hunden inevitablemente en el desprestigio. Martí critica también la exhibición de riquezas que observa durante el carnaval o Semana Santa. En cambio, saluda “la grandeza de corazón” de quienes “dan todo cuanto tienen y piden aún más para dárselo al prójimo”.[32]

 

            La belleza de las mujeres venezolanas, que “poseen el don de detener a los hombres audaces con una sonrisa”, atrae al viajero. “No son criaturas humanas, sino nubes que sonríen. Estrellas pasajeras, sueños que vagan”, apunta el poeta cubano. La mujer venezolana subyuga a Martí. En su presencia se siente “pleno de fuerza y borracho de una dulce bebida”. La mujer de la patria bolivariana no es una mujer fácil: “El bello Don Juan se aburriría soberanamente en Caracas […] porque la inteligencia superior de las mujeres constituye una salvaguarda contra las seducciones de los tenorios.[33]

 

            En cuanto a la tradición católica en Venezuela, los habitantes son más de cultura cristiana que de fe, según Martí. Hay una razón para ello: “Un pueblo inteligente no puede ser fanático”. Según él la religión tiene poca influencia en el país, aunque las instituciones son sólidas.[34]

 

            Martí termina su relato evocando la capital y el Panteón donde reposan las cenizas de Bolívar. El lugar, majestuoso, al pie de la montaña, constituye “digna sepultura de un muerto de tanta grandeza”. La veneración de Martí por el Libertador y su emoción se notan en la descripción del monumento erigido a la memora del Padre de la independencia latinoamericana.[35]

 

            Para Martí, Venezuela es una belleza natural, poblada de inteligencias pero marcada por profundas desigualdades sociales. Lamenta que las elites no tengan “suficiente conocimiento de las verdaderas necesidades de su patria, para hacerla un país rico, feliz y fuerte”. No obstante se muestra optimista pues “se puede esperar todo de un pueblo donde la mujer es virtuosa y el hombre es honrado”.[36]

 

Conclusión

 

             Los viajes de José Martí a través de América Latina, particularmente México y Venezuela, le permitieron descubrir las diversas realidades continentales. El cubano pudo impregnarse de las aspiraciones populares, estudiar las potencialidades de las jóvenes naciones y ver el tamaño de la tarea a realizar para edificar una sociedad que se ocuparía de todos sus hijos. Ese recorrido iniciático le permitió forjar su pensamiento latinoamericanista.

 

            En cambio sus reflexiones sobre Curazao y sus habitantes suscitan un sentimiento de incomprensión y perplejidad. Constituyen sin duda el lado oscuro de autor, aunque son marginales –dos párrafos – en una inmensa obra que Martí legó a la humanidad. Se trata –según parece– de los únicos escritos martianos con contenido racista que, desde luego, no reflejan la esencia de su pensamiento.

 

            Su estancia en Venezuela fue para el gran admirador de Simón Bolívar un viaje al corazón de la cuna de la independencia latinoamericana. Allí se reforzó su vocación de lucha por la emancipación total del continente y su voluntad de federar a las fuerzas vivas en torno a una integración regional para resistir al “vecino pujante y ambicioso”.

 

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Doctor en Estudios Ibéricos y Latinoamericanos de la Universidad Paris Sorbonne-Paris IV, Salim Lamrani es profesor titular de la Universidad de La Reunión y periodista, especialista de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Su último libro se titula Cuba, the Media, and the Challenge of Impartiality, New York, Monthly Review Press, 2014, con un prólogo de Eduardo Galeano. http://monthlyreview.org/books/pb4710/ Contacto: lamranisalim@yahoo.fr ; Salim.Lamrani@univ-reunion.fr Página Facebook: https://www.facebook.com/SalimLamraniOfficiel

 

 Notas

 

[1] José Martí, « Heredia », El Economista Americano, Nueva York, julio de 1888, in José Martí, Nuestra América, Biblioteca Ayacucho. http://www.bibliotecayacucho.gob.ve/fba/index.php?id=97&backPID=103&begin_at=16&tt_products=15 (sitio consultado el 20 de abril de 2015).

 

[2] José Martí, « Apuntes », in José Martí, Nuestra América, Biblioteca Ayacucho. http://www.bibliotecayacucho.gob.ve/fba/index.php?id=97&backPID=103&begin_at=16&tt_products=15 (sitio consultado el 20 de abril de 2015).

 

[3] Ibid.

 

[4] Ibid.

 

[5] Ibid.

 

[6] José Martí, « México », in José Martí, Nuestra América, Biblioteca Ayacucho. http://www.bibliotecayacucho.gob.ve/fba/index.php?id=97&backPID=103&begin_at=16&tt_products=15 (sitio consultado el 20 de abril de 2015).

 

[7] Ibid.

 

[8] Ibid.

 

[9] José Martí, « Isla de Mujeres », in José Martí, Nuestra América, Biblioteca Ayacucho. http://www.bibliotecayacucho.gob.ve/fba/index.php?id=97&backPID=103&begin_at=16&tt_products=15 (sitio consultado el 20 de abril de 2015).

 

[10] Ibid.

 

[11] Ibid.

 

[12] José Martí, « Curazao », in José Martí, Nuestra América, Biblioteca Ayacucho. http://www.bibliotecayacucho.gob.ve/fba/index.php?id=97&backPID=103&begin_at=16&tt_products=15 (sitio consultado el 20 de abril de 2015).

 

[13] Ibid.

 

[14] Ibid.

 

[15] Ibid.

 

[16] José Martí, « Un viaje a Venezuela », in José Martí, Nuestra América, Biblioteca Ayacucho. http://www.bibliotecayacucho.gob.ve/fba/index.php?id=97&backPID=103&begin_at=16&tt_products=15 (sitio consultado el 20 de abril de 2015).

 

[17] José Martí, « Curazao », op. cit.

 

[18] Ibid.

 

[19] Ibid.

 

[20] José Martí, « Un viaje a Venezuela », op. cit.

 

[21] Ibid.

 

[22] Ibid.

 

[23] Ibid.

 

[24] Philippe Joshep Benjamin Luchez & Prosper Charles Roux, Histoire parlementaire de la Révolution française, Paris, 1834, Volume 13 à 14, p. 137.

 

[25] Ibid.

 

[26] Ibid.

 

[27] Ibid.

 

[28] Ibid.

 

[29] Ibid.

 

[30] Ibid.

 

[31] Ibid.

 

[32] Ibid.

 

[33] Ibid.

 

[34] Ibid.

 

[35] Ibid.

 

[36] Ibid.

 

 

Centro de Estudios Martianos

 

http://www.josemarti.cu/dossier/jose-marti-y-sus-apuntes-de-viajes-en-busca-de-la-idiosincrasia-latinoamericana/

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/176691
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