El agua: sangre de nuestra sangre
- Opinión
El agua es la que hace posible la vida en la Tierra. Incluso, nuestro cuerpo y el de todos los seres vivos están formados y dependen mayoritariamente de ese vital líquido; así que es inaudito que, ante su escasez o desaparecimiento de muchas fuentes de agua, por culpa de la depredación capitalista de unos cuantos que podemos contar con los dedos, permanezcamos indiferentes.
La situación de muchas comunidades campesinas y de zonas marginales urbanas, es cada vez más precaria y amenazante con respecto al acceso a fuentes seguras de agua. Éstas se han ido secando paulatinamente a medida que avanza el progreso capitalista que no es para nada el progreso, ni mucho menos, el desarrollo de la población mayoritaria. Como siempre, en estos procesos de acumulación, el beneficio es para un grupúsculo que no solo se apropia de las enormes ganancias que ello genera sino todavía, con total descaro, exhibe una vida insultantemente ociosa, ostentosa y estrafalaria a los ojos de la población mayoritaria que trabaja de sol a sol pero vive miserablemente. Un ejemplo de esto, son los campesinos los cuales no solo han perdido gradualmente su propiedad, la cual ha engrosado la de los grandes terratenientes que las han dedicado a la siembra de caña de azúcar –edulcorante que posiciona a Guatemala como uno los mayores exportadores a nivel mundial-, sino de otras plantaciones como palma africana y banano, así como de grandes industrias de producción de refrescos embotellados y cemento. Campesinos que perdieron su propiedad ante la presión que provocó el avance de esos grandes proyectos del capital, contando en ella las amenazas, los asesinatos y las expulsiones que sufrieron sus comunidades. Y que, por lo mismo, si ahora tienen la suerte de ser empleados por estas unidades productivas, lo hacen en condiciones precarias y perversas: sin seguridad social, sin un salario digno, sin estabilidad laboral y, por supuesto, sin la defensa de sus derechos por medio de una organización sindical lo cual los ha llevado a soportar sumisamente las arbitrariedades de sus “patronos” que con el objetivo de sacar la máxima ganancia los someten a condiciones de explotación semiesclavistas, aprovechando la angustia de aquellos de quedarse sin empleo por la misma competencia feroz que representan los parados, por las enfermedades, las discapacidades o la edad. Sumado a ello, la incorporación de drogas que subrepticia o engañosamente les suministran los finqueros para que rindan más allá de su natural fuerza, exprimiéndoles de esa manera hasta el último aliento sin importarles el daño físico y social que los psicotrópicos ocasionan, lo que terminado el círculo de su vida laboral los convierte en verdaderos despojos humanos que en familia son abandonados en los tiraderos de la historia.
Esas plantaciones que se insertan en el mercado internacional del trabajo a través de la venta de sus productos en bruto, sin mayor incorporación de valor agregado, no representan ningún beneficio para el país ya que son vendidos en gran parte a compradores extranjeros y su pago es distribuido por los capitalistas en reinvertir en tecnología más moderna que provoca mayor desempleo al sustituir en algunos procesos a sus otrora trabajadores; en bienes innecesarios, suntuarios y extravagantes para el disfrute de los oligarcas y, en cuentas de ahorro en el extranjero que, por lo mismo, no vigorizan la economía nacional.
Pues con esas actividades extensivas con las que han procurando aumentar más sus ganancias, a la oligarquía extranjera y local no le ha importado desviar el cauce de los ríos más importantes del país para introducir por medio de canales el riego en sus plantaciones y sus proyectos, obteniendo agua gratis sin pagar impuesto alguno y dejando a las comunidades sin el vital líquido. Aunada a esa transgresión, el remanente que queda después de pasar por esas plantaciones o unidades productivas y extractivas, resulta seriamente contaminado por los abonos, aditamentos químicos y pesticidas que utilizan en ellas provocando un deterioro severo y pernicioso en la naturaleza, los mantos acuíferos o los afluentes tal como el ocurrido con la mayoría de ríos del país. A eso, hay que sumarle el embuste que representan las hidroeléctricas que, aduciendo desarrollo para las comunidades, han adulterando también el cauce de los ríos con el fin de aumentar la fuerza de su generación eléctrica con el objetivo de venderla a otros países. Tanto que las poblaciones aledañas a esos proyectos, a quienes prometieron crecimiento, carecen hasta de luz.
Es esa la realidad latente que representa la Marcha por el Agua, la Madre Tierra, el Territorio y la Vida que inaugura el levantamiento popular contra el Imperialismo y la oligarquía criolla. Un levantamiento que aunque hoy invisibilizado por todos los medios de comunicación importantes, es un aluvión que se agigantará día a día a medida que los terratenientes crean que el agua es propiedad de ellos y no de todos. A medida que el Estado, que es el aparato coercitivo de esa clase hegemónica cuasi-feudal, utilice la fuerza para reprimir las legítimas demandas del pueblo por el derecho a la vida, al agua.
Líquido vital que si hoy dejamos que se nos despoje de él tan impúdicamente, mañana no tendremos por qué y para qué luchar.
Mucha agua ha corrido bajo los puentes y miles han muerto por osar construir una sociedad donde el ser humano sea el centro y preocupación de su Estado y no por reproducir un sistema de muerte y explotación, de apropiación privada del fruto del trabajo de la mayoría.
El agua es un bien social, por tanto no puede ser apropiada por nadie.
Los ríos tienen que volver a su cauce natural y recuperar su ancestral alegría para todas las comunidades que vemos en ellos las venas por donde corre radiante la sangre de nuestra Madre Tierra.
Guatemala, 22 de abril de 2016. Día Internacional de la Tierra.
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