Las nuevas formas de lucha
- Opinión
Una de ellas viene de Holanda. Ir a la huelga trabajando normalmente, pero con un ‘detalle’ relevante… he ahí lo novedoso.
Los trabajadores chilenos –la fuerza laboral del país– siguen siendo considerados elementos desechables por el actual sistema económico. Lo que redunda en irrespeto hacia quienes no son propietarios de alguna empresa, productora de bienes o servicios.
Cualquier alumno de primer semestre universitario puede informarle a parlamentarios, gobierno y empresarios que lo fundamental en la economía de un país son los productores. Que la capacidad productiva está conformada por dos factores, capital y trabajo, pero que el capital solo no se reproduce.
No obstante, al trabajador le obstaculizan su organización, mientras los patrones poseen numerosas cofradías que influyen de manera directa en decisiones políticas que, a priori, son de competencia exclusiva de dos poderes del Estado: Ejecutivo y Legislativo.
La Sociedad Nacional de Agricultura (SNA), la Sociedad Nacional de Minería (SONAMI), la Sociedad de Fomento Fabril (SOFOFA), la Confederación de la Producción y el Comercio (CPC), entre otras, constituyen referentes de poderosos grupos patronales.
Desde allí –gracias a su influencia malsana en los poderes del Estado– impiden cualquier intento de los trabajadores por contar con organizaciones fuertes y representativas. El objetivo es simple: potenciar las ganancias del capital.
¿Habrán efectuado alguna vez cálculos respecto a los montos que administran federaciones y confederaciones de trabajadores –las más fuertes– como la CTC (cobre), la ENAP (refinería) o CAP (acero)?
La suma de las mensualidades cotizadas, adicionando federaciones y confederaciones existentes, arroja una cantidad de dinero que puede abrir el apetito de bancos, financieras y del propio gobierno.
Si todas esas organizaciones se unieran financieramente en una sola, el poder económico que adquirirían en el mercado nacional sería impresionante, toda vez que cuentan mes a mes con “dinero fresco” y seguro proveniente del aporte de sus socios.
Ud. dirá, “pero, federaciones, confederaciones y sindicatos tienen que preocuparse del bienestar de sus asociados y no de competir en la banca o en la bolsa”. ¿Y por qué no? ¿Cuál sería el ‘delito’ si los trabajadores organizados decidieran participar de lleno en la marcha del mercado y la economía nacionales utilizando sus propios recursos monetarios, técnicos y financieros?
Si el 80% de los trabajadores chilenos tuviese acceso efectivo a procesos de negociación colectiva por área de producción o de servicio, otro gallo le cantaría al mundo del trabajo. Ahí está el quid de todo el asunto.
Con la negociación colectiva se cubrirían las necesidades de apoyo y bienestar de los trabajadores, dejando ‘libre’ el dinero fresco de sus aportes a las organizaciones sindicales de base y a las Federaciones. Confederadas, estas últimas generarían un cuerpo aún mayor, que podría terciar en la banca, en la Bolsa y en las mismas políticas públicas. Eso ocurre ya en unos cuantos países de la Unión Europea.
Los trabajadores, sentados a la mesa de los ‘grandes’ –en un ‘tripartismo’ efectivo, de igual a igual– negociar las políticas económicas y laborales en beneficio de la masa trabajadora, eso es lo que buscan evitar a todo precio.
Mientras el sistema capitalista predomine sin contrapeso en el país, el imprescindible sindicalismo tendrá sólo tres opciones:
1.- Oponerse de palabra y de hecho al sistema. Eso le llevaría, forzadamente, a la adopción de medidas severas como huelgas generales que paralicen el país, manifestaciones en la calle –lugar de las libertades públicas–, plazas, campos y carreteras, deteniendo todo intento oficial por recomponer la situación.
2.- Lograr su unidad sectorial primero, universal más tarde, para fundar un movimiento popular que represente al mundo del trabajo en el Parlamento, a objeto de legislar en favor de los trabajadores.
3.- Limitarse a lo que permite el sistema –la medida de lo posible– aprovechando los resquicios que deja, para meter baza en intersticios suficientemente abiertos para obtener ganancias en beneficio del colectivo.
La primera alternativa parece inviable: dentro del mundo laboral fuerzas opuestas se anulan, aquellas que luchan contra el sistema con las que luchan por el sistema. Estas últimas –al menos hasta hoy– son mayoritarias.
La segunda opción tuvo un comienzo de aplicación a comienzos del siglo XX, cuando Luis Emilio Recabarren fundó los partidos obreros con la misión de representar a los trabajadores en el Parlamento. Ya sabemos qué ocurrió: la traición tenía fecha. Esos partidos son ahora elementos de las cofradías neoliberales que protegen y apoyan al mega empresariado transnacional.
La opción viable parece ser la tercera. ¿Será así? ¿No se constituiría ese nuevo poder económico y financiero en una especie de mafia? ¿Cuál es el riesgo? ¿Abandonar la lucha por el cambio del sistema para afirmar lo existente? Y si el sindicalismo entrase a terciar con propiedades bancarias, industriales y periodísticas desde el corazón mismo del sistema, ¿lo estaría combatiendo o consolidando?
Son las preguntas y dudas que sólo una profunda discusión puede resolver, pues para todo trabajador es un pésimo negocio no participar activamente en un sindicato.
En el ínterin de cualquier decisión, hay una nueva forma de lucha que puede venir en franco apoyo a la tercera opción. Se trata de una forma que es consistentemente efectiva y definitivamente pacífica.
No es un invento del suscrito, ni producto de la creatividad criolla: los trabajadores holandeses la vienen practicando –con éxito para sus intereses– desde hace años en el país de los tulipanes.
En Ámsterdam, Rotterdam, Gouda, Utrecht y otras ciudades de Holanda, las huelgas se hacen “trabajando”, sin salir a la calle a protestar enfrentándose a palos y piedras con la policía.
Los trabajadores holandeses, en pleno período de huelga legal, concurren normalmente a sus lugares de labores, respetan los horarios de inicio y término de cada jornada, pero, y aquí está lo novedoso y eficaz de esta forma de lucha, atienden al público, a los usuarios, sin cobrarles un solo centavo por el servicio ni por los bienes o artículos que esos clientes-usuarios requieran y lleven.
¿Trabajadores del Metro y/o de la locomoción colectiva inician la huelga? Ese día, y mientras dure la huelga, el uso del Metro y de los buses es gratuito.
¿Trabajadores de una empresa de la gran distribución inician la huelga legal? Se les permite a los clientes llevar gratis un determinado número de artículos, y así durante los días que dure la huelga.
¿Los funcionarios del servicio de Identificación entran en huelga legal? Concurren normalmente a sus puestos laborales pero a los usuarios no se les cobra ni un centavo por sus certificados de nacimiento, de antecedentes, de matrimonio, cédulas de identidad, pasaportes, etc.
El sistema holandés obliga a las empresas o al gobierno (según sea el caso) a dar solución a las demandas de los huelguistas lo más pronto posible. A negociar rapidito.
Quien de verdad pierde dinero con una huelga son los propietarios, no los trabajadores. Estos no lanzar ni una piedra, no marchan por las calles, ni llaman a conferencia de prensa a medios que no vienen. El sistema funciona bien (para los trabajadores), que cuentan además con la abierta simpatía de la población.
¿Se podrá hacer en Chile? ¿Usted cree que es difícil? ¿Y por qué no intentarlo, y después sacamos cuentas? Una nueva, pacífica y eficaz forma de lucha que los trabajadores podrían hacer suya.
Imagínese, sólo imagínese, que esta idea fuese implementada por las centrales sindicales y por los gremios profesionales en el marco de una huelga nacional que exigiese, por ejemplo, titularidad sindical.
¿Qué le parece?
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