Reforma laboral
- Opinión
“En todos los sitios se cuecen habas… y en mi casa a calderadas!”, reza el proverbio.
En estos momentos Francia se debate en un forcejeo que va adquiriendo mala cara. El tema es precisamente una mal inspirada reforma laboral.
A François Hollande y su gobierno se les ocurrió combatir el desempleo precarizando a los asalariados. La idea no es nueva, forma parte del catecismo neoliberal. ¿Por qué hay desempleo? Por culpa de los trabajadores que ostentan algunos derechos, entre ellos no poder ser despedidos sin razón valedera y, si lo son, percibir algunas indemnizaciones.
Cuando los socialistas franceses llegaron al poder con François Mitterrand (1981) no tardaron mucho en eliminar la Autorización Previa de Despido que debía otorgar la Inspección del Trabajo. Dizque para luchar contra el desempleo.
En aquella época –íbamos saliendo de los 30 Gloriosos–, todos estaban aterrados porque había 700 mil desempleados. Ahora, gracias a ‘la liberalización del mercado del trabajo’ tenemos más de cinco millones.
El truco consiste en atribuirle el paro a la dificultad de despido y a las indemnizaciones. En esas condiciones –dicen– la creación de empleo es imposible. Si quieres tener trabajo debes aceptar que te traten como a las servilletas desechables o a un pinche preservativo usado. Debes aceptar que te tomen cuando y como quieren, y que se deshagan de ti cómo y cuando quieran.
Lo curioso es que durante los 30 Gloriosos hubo –al mismo tiempo– pleno empleo y protección de los asalariados. Los ‘derechos adquiridos’ por los que luchan los trabajadores franceses, profesionales incluidos, fueron obtenidos en duras luchas sociales durante los años de la posguerra. Y fueron concedidos por gobiernos de derecha.
En esos años, los salarios eran calculados en UF y los precios en francos. Exactamente al revés de lo que ocurre en Chile. La inflación, contrariamente a lo que sostienen algunos ‘progresistas’ locales, dañaba a los rentistas, esos a los que Keynes proponía eutanasiar.
Con ese sistema era relativamente simple endeudarse para comprar una casa: la inflación hacía que al cabo de pocos años estabas pagando muy poco, y terminabas pagando una miseria. La inflación también es buena para hacer desaparecer la deuda pública. Es una de las razones por las cuales algunos ‘líderes’ europeos sueñan con verla de regreso.
Pero, dizque para combatir la inflación, Mitterrand suprimió la indexación salarial (o sea el cálculo de los salarios en UF). El resultado lo vemos aún hoy: en más de 30 años el poder adquisitivo de los franceses no se ha movido mientras los precios se multiplicaron por tres o cuatro. Para una pareja de jóvenes profesionales es imposible no diré comprar una casa, sino simplemente alquilar un piso.
Como se ve, las concesiones a las que se vieron obligados los trabajadores franceses no satisficieron al ‘empresariado’ galo que pide más y más. La voracidad patronal no tiene límites.
Quienes han sido más ‘rigurosos’ en esta liquidación de los derechos laborales son los alemanes: los bajos salarios reducen la demanda interna al tiempo que facilitan sus exportaciones. Cuando se estima que los salarios aún no son suficientemente ‘competitivos’ (léase suficientemente miserables), desplazan las fábricas a los países del Este, en donde encuentran mano de obra altamente calificada a un precio irrisorio. Por eso ya no ponen ‘Made in Germany’ sino ‘Made by Germany’.
La destrucción de la legislación laboral en Alemania también fue la obra de un socialista. O de un social-demócrata si prefieres: el hierático Gerardt Schröeder y sus leyes Hartz. Antes de dejar la Cancillería alemana, el buen Gerardt se las arregló para acordarle un préstamo a Gazprom, mega empresa rusa del sector de la energía, gracias a lo cual… lo pusieron de gerente de Gazprom. Otros ‘Genossen’ social-demócratas, como Tony Blair o Felipe González, hicieron aún peor.
El caso es que los trabajadores galos ya impidieron la privatización del sistema de previsión, y luchan para conservar la Salud y la Educación públicas, laicas y gratuitas. Cuando escribo ‘gratuitas’ supongo que nos entendemos: todos pagamos una cotización para que funcione el sistema público, incluso y sobre todo las empresas. Allí no hay lucro.
En estos días, una vez más, los trabajadores franceses salen a la calle, manifiestan, bloquean las refinerías de petróleo y nos vamos quedando sin gasolina. Los transportes públicos anuncian una huelga indefinida. La última hizo caer un Primer Ministro…
Hace poco el gobierno tuvo que retirar un proyecto atentatorio contra las libertades públicas, algo así como ‘el control preventivo de identidad’: fue una gran derrota para Hollande. Ahora la exigencia es simple: que el gobierno retire su malhadado proyecto de reforma laboral.
Como ves, a doce mil kilómetros de distancia, y a pesar de las diferencias históricas, geográficas, culturales, económicas y financieras, la pelea es la misma: compartir en un modo más justo la torta de la riqueza nacional.
La ‘liberalización del mercado del trabajo’ iniciada en los años 1980 le quitó 10 puntos del PIB a los salarios y se los pasó al lucro, a la remuneración del capital. No es poca cosa: unos 220 mil millones de euros cada año.
Pero todo tiene límites. Hoy por la mañana un amigo francés me decía: “Aún nos queda de la energía y de la voluntad que hicieron posible 1789”.
Afortunadamente.
Como se grita y se canta en las calles de París, de Toulouse, de Nantes, de Marsella o de Strasbourg: “On lâche rien!”
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