Refundación del Estado: entre dos campos de pensamiento
- Opinión
El término refundación parece haberse popularizado al punto de que izquierdas y derechas, organizaciones sociales y políticas, instituciones académicas, oenegés y medios de comunicación han empezado a utilizarlo para nombrar la pretensión de cambios en el Estado.
Con mayor o menor elaboración teórica o política, al término se le otorga un significado en el cual se visualizan coincidencias y divergencias fundamentales, las cuales pueden situarse en dos campos generales de pensamiento.
En un primer campo general de pensamiento, al Estado se le atribuye incumplimiento de las funciones que constitucionalmente le corresponden. En este sentido, la solución consiste en hacer una revisión de las leyes y las instituciones con el objeto de que este Estado retome sus funciones en materia de justicia, seguridad, etc. Esto es, para que vuelva a sus principios originales, se adapte al momento actual y dé solución a los problemas que enfrenta, todo esto a criterio de quienes hacen el diagnóstico y formulan una determinada propuesta de refundación.
En este caso, suele pensarse que este Estado, con su fundamento constitucional, jurídico y político, constituye algo que puede perfeccionarse. Esta es la perspectiva de corrientes que pretenden dotar al Estado de las capacidades necesarias para mantener la gobernabilidad (el dominio, en otros términos) y garantizar la inversión (la acumulación de riqueza en pocas manos) y la propiedad privada (como sustento del régimen económico), por ejemplo.
En torno a esta mirada, con sus diferencias de matiz, encontramos posiciones sistémicas propias de grupos de la burguesía o de la burguesía emergente, de estructuras políticas que son vehículo de intereses espurios y corruptos y de personas o instituciones bien intencionadas pero afincadas en un paradigma limitado en materia de pensamiento teórico, político e ideológico. Este campo de pensamiento tiende, en general, a la reproducción del Estado como un campo e instrumento para reproducir el establishment fundado en el capitalismo como régimen económico y social y en un sistema político y una hegemonía que garanticen su sostenimiento.
En un segundo campo general de pensamiento, el Estado es pensado como un aparato que, fundado en intereses oligárquicos, tutelado por el Ejército y la embajada estadounidense y con fuerte contenido contrainsurgente, sirve fundamentalmente para garantizar la acumulación de capital en todas sus formas, reproducir la dominación de las grandes mayorías y multiplicar explotación, expolio, pobreza, racismo, exclusión, marginación y relaciones patriarcales. Es decir, el Estado es visto como un ente que tiene dificultades para sostener el consenso, el dominio, la explotación y el expolio más allá de que no cumple con sus principios constitucionales.
Más que reformas, desde esta perspectiva se plantea la necesidad de construir otro Estado, con nuevas definiciones y nuevos principios (algunos coincidentes con el actual, por ejemplo en lo referente a los derechos humanos), con nueva institucionalidad y con políticas radicalmente distintas a las que actualmente predominan. Esto significaría una nueva correlación de fuerzas expresada en el Estado, con otros sujetos definiendo y decidiendo las políticas públicas. Si desde esta matriz de pensamiento se plantean reformas como un paso para avanzar en la construcción de dicho Estado, esta no es condición sin la cual se pueda transitar por ese proceso creador.
En este campo de pensamiento confluyen, con sus diferencias y contradicciones, distintos sujetos, organizaciones y movimientos que pretenden construir, con mayor o menor precisión y definición, un Estado plurinacional para erradicar la opresión y el racismo, poscapitalista para erradicar la explotación y el expolio y que garantice condiciones para erradicar el machismo y el sistema patriarcal.
En ambos campos de pensamiento, los términos refundación del Estado son polisémicos e incluso antagónicos. Son conceptos en disputa. De ahí, desde quienes pretenden construir otro Estado, surge la necesidad de preguntarse: ¿deben orientarse esfuerzos en esa disputa conceptual? ¿No sería mejor definir un término que no sea objeto de cooptación y que refleje con claridad el proyecto de un Estado nuevo?
Desde mi perspectiva, no se trata de rehuir la lucha ideológica, la cual tiene que darse, pero a partir de términos que no dejen ninguna duda sobre el contenido de la búsqueda política. Además, no debe olvidarse que los elementos decisivos no son precisamente los términos, sino los sujetos de la transformación social, su claridad teórica e ideológica, su proyecto, su estrategia y la construcción de la correlación de fuerzas necesaria para lograr sus fines.
Investigador en el Instituto de Investigaciones sobre el Estado (ISE), Vicerrectoría de Investigación y Proyección, Universidad Rafael Landívar.
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