La corrupción tapa

29/06/2016
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Imposible hablar de corrupción sin referirse al excelente artículo de Martín Caparrós llamado “Honestismo” y sin pensar lo interesante que resulta su relectura en la contemporaneidad del gobierno de Cambiemos cuya política económica de privilegiar (casi con exclusividad) negocios privados y extranjeros se siente en la vida cotidiana del pueblo argentino. Y esto es lo primero que se tapa. No es la primera vez que la corrupción parece ser el único argumento para achacarle todos los males a un gobierno como si ser honesto (simplemente como dicen los pueblos originarios: no robar) fuera un techo cuando en realidad debería ser el piso para empezar a evaluar un gobierno o las acciones del mismo.

 

Pensábamos como imagen que los que más denuncian la corrupción son precisamente los que a la hora de plantear sus propuestas nos presentan un cuento muy fantasioso donde un país como el nuestro, sin gobernantes corruptos, o con gobernantes honestos, sería una país donde todos podríamos vivir bien, una fantasía tan irreal que se escapa al cuestionamiento de las mayorías. Una canallada intelectual,  podríamos decir, donde la injusta realidad y desigualdad existentes son negadas en sus causas y posibles soluciones tras la cortina de la honestidad a la que siempre se le da un carácter personal.

 

Decía Martín Caparrós en su escrito:

 

“La honestidad es el grado cero de la actuación política; es obvio que hay que exigirle a cualquier político –como a cualquier empresario, ingeniero, maestra, periodista, domador de pulgas– que sea honesto. Es obvio que la mayoría de los políticos argentinos no lo parecen; es obvio que es necesario conseguir que lo sean. Pero eso, en política, no alcanza para nada: que un político sea honesto no define en absoluto su línea política. La honestidad es –o debería ser– un dato menor: el mínimo común denominador a partir del cual hay que empezar a preguntarse qué política propone y aplica cada cual.”

 

Lo que sí está muy claro para nosotros es que la corrupción es utilizada como herramienta que tapa y oculta otras cuestiones muy serias y con más consecuencias para la vida diaria, su utilidad, siguiendo con el escrito de Caparrós,  es ponerle fin a cualquier debate. En estos días, corrupción y herencia del gobierno anterior son casi sinónimos en esta embestida de invisibilizar o al menos dejar en un muy segundo plano las propias medidas de este gobierno, el actual. El resultado es la contribución a ocultar cómo actúa el poder económico real en un país dependiente como el nuestro. Es más, esto impide también, evaluar con sentido crítico los hechos de corrupción del gobierno anterior en sus implicancias políticas concretas en el transcurso del devenir de los acontecimientos en este país y las consecuencias en la vida de los argentinos.      

 

Lo que destruye el razonamiento es la lógica binaria cuando en realidad nada es tan simple y menos en esta sociedad tan compleja.  La competencia a ver quién es más o menos corrupto no sólo no suma sino que agrega más confusión a la situación.  

 

Es necesario combatir el enojo y el desánimo y aportar a una visión general de los problemas que tenemos como país. Básicamente no defender los intereses nacionales y no tener por delante un proyecto de país pensado desde los derechos humanos integrales para todos.

 

¿Qué es lo que se tapa?

 

Elaboramos una pequeña lista con algunas de las cuestiones que se ocultan y/o no pueden discutirse a pesar de su importancia.  

 

Se tapa la relación del enjambre de negocios privados, extranjeros, estatales, corruptos, especulativos, turbios, injustos, con la clase política que viene gobernando nuestro país y que sigue concentrando y extranjerizando la economía, lo que equivale a peores condiciones de vida para los argentinos, mayor desigualdad y, en todo caso, para algunos sectores (los más favorecidos) más consumo que derechos asegurados. Y esto necesita claramente de una alternativa que avizore otro horizonte.  

 

La necesidad de cuestionarnos el sistema político y cómo este se maneja,  es decir no solamente la llamada “partidocracia” sino el mecanismo que mantiene en cargos públicos (y con un gran costo) a una cantidad de personas que se supone que nos representan cuando en realidad representan al poder económico que termina siendo el representado. Valga aclarar que siempre hay excepciones pero nos estamos refiriendo a la regla general.  

 

La construcción política y sus enormes dificultades para generar poder de transformación sin ceder a compromisos que terminan impidiendo llevar adelante las causas que la originaron, o, caso contrario, quedarse con migajas que resultan insuficientes a la hora de poder cambiar algo significativo para la sociedad en su conjunto.

 

También tapa la necesidad de compromiso colectivo y social que necesitaríamos de una cultura en la que domina ampliamente la anestesia que se segrega constantemente desde los medios de comunicación de masas, incluidas las redes sociales.

 

El gran poder económico de las grandes empresas transnacionales y sus consecuencias en la desigualdad que generan incluyendo la precarización laboral y también los subsidios que, en un país como el nuestro, trasladan recursos de todo el pueblo (basta como ejemplo el IVA que paga hasta el argentino más desfavorecido) hacia ese poder.  

 

Poder visibilizar que hay dos clases de hombres y mujeres: los que vivimos de nuestro trabajo y los que viven del trabajo de los demás.

 

Desmitificar el papel económico de las inversiones extranjeras que siempre nos sacan múltiples beneficios a cambio de cifras insignificantes y nunca traen los puestos de trabajo prometidos  

 

La existencia de una gran dificultad social y cultural para pensar políticas públicas universales y verdaderamente para todos. Esto es utilizado en contra nuestro, es decir, de la mayoría. Obviamente, esta lista puede continuar.

 

Bahía Blanca, Argentina, 29 de junio de 2016

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/178452
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