La paz en Colombia aún es posible

12/10/2016
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El paso de los días puso en claro que la inesperada derrota en el plebiscito no lograba detener el proceso de paz en Colombia y obligaba a una indagación más profunda y detenida no sólo sobre las causas de la derrota como sobre un arco más amplio de situaciones.

 

De los datos duros surge en primer lugar la escasa participación de los colombianos en los procesos electorales, expresiva de la falta de entusiasmo y de su escepticismo sobre el sistema político del país. Esta vez votó tan sólo un 37%, es decir la mayoría no tuvo expectativas en el horizonte que entrevió y en un proceso en el que no participó. Se puede discutir cuanta debilidad de conciencia cívica y política mostró el comicio pero no es sostenible afirmar que a las mayorías no les interesa la paz: el Gobierno de Santos no estimuló la participación ni desarrolló una pedagogía esclarecedora de lo que está en debate.

 

Aun así, zigzagueante, el proceso de paz se va imponiendo fortalecido el debate por la derrota, estimulado por las movilizaciones por el sí del miércoles siguiente e incluso la disposición de Uribe, Pastrana y otros líderes de la derecha a introducir reformas al interior del acuerdo pero no renunciar a su vigencia, terminan beneficiando al proceso político.

 

Se ve más claro ahora que el objetivo de la derecha uribista no era liquidar el acuerdo sino ponerle su propio sello: impedir la peligrosa, para ellos, elegilibilidad de los comandantes guerrilleros, dificultar la reconversión de las FARC en partido político e impedir que Santos capitalice su triunfo al haber alcanzado lo que parecía imposible: un acuerdo de paz. Uribe y la derecha hubieran quedado sepultados políticamente.

 

Ahora la derecha colombiana se para sobre la derrota del Sí pero se sienta también ella a negociar la paz, esperando sacar tajada de la derechización de los acuerdos. La campaña del No fue anticastrochavista y fincó allí su triunfo el uribismo. Pero también aceitada por la larga prédica de J. M. Santos, que en común con la burguesía colombiana, responsabilizó a la guerrilla sobre las consecuencias de la guerra civil.

 

Si las FARC buscaron un acuerdo para reconvertirse en un movimiento político no armado, fue porque en relación al resto del proceso latinoamericano, incluida CUBA, en lo fundamental constituían un anacronismo, y aún a pesar de poseer zonas enteras bajo control o “liberadas” estaban enclavados y trabados en una situación insalvable para conquistar el gobierno.

 

Pero la derecha también “demostró” que no podía derrotar a la guerrilla tras más de medio siglo de potenciar la militarización. Y el desarrollo capitalista de los últimos años en Colombia, moderadamente exitoso divide a la derecha ante la perspectiva de cobrar dimensión económica y modernización tecnológica acercándose a las características del capitalismo globalizado actual: también es anacrónico para el capitalismo tener territorios no controlados por el poder gubernamental.

 

Cuando el proceso cobró fuerza estábamos con Chávez y Néstor vivos, la opción era entonces o una arcaica dictadura de derecha con gran influencia del militarismo (un sueño para el injerencismo norteamericano) o un país (burgués por supuesto) integrado a la UNASUR y la CELAC. El desplazamiento del narco hacia México, como proveedor satélite de los EEUU contribuyó aún más en el crecimiento de las expectativas de un sector de la burguesía liberal colombiana de manejar una nación moderna. Pero los tiempos políticos de los acontecimientos latinoamericanos se desfasan del proceso colombiano. Mientras Colombia gira hacia el centro con matices de progreso y abandono de la confrontación armada, la Latinoamérica populista sufre sus traspiés más duros.

 

Cae el kirchnerismo, prospera el golpe contra Dilma en Brasil y casi sin excepciones tiemblan las posiciones del resto de los procesos transformadores del sur del continente. Venezuela sobrevive acechada económica y políticamente. La mística de Latinoamérica en ascenso se rompe e incluso en Europa la prédica antipopulista frena la posible extensión de la esperanza más allá de los círculos juveniles, particularmente fuertes o al menos en crecimiento, en España y Grecia.

 

La acusación de Chavista se constituye en una amenaza demonizadora a sus líderes. Si la caída del muro de Berlín liquidó por largos años, no concluidos, con la mística y la utopía socialista, produciendo escepticismo y vacío de escenarios esperanzadores de futuro, las derrotas de los populismos latinoamericanos e incluso conteniendo la muerte de dos personalidades excepcionales como H. Chávez y N. Kirchner, apuntan a erigirse en un muro de Berlín sudaca.

 

Aún estamos en la pelea, para lo cual debemos aprender a aprovechar que los imperios siguen en aguda crisis, pero que en esta pelea no hay batallas chicas. No se puede pensar el plebiscito colombiano, el triunfo del no pero también la sobrevida del proceso de paz, al margen de esta lucha continental.

 

Recordemos que la paz en Colombia se inscribe en la lucha contra el injerencismo norteamericano y como pregonaban Hugo, Néstor y Lula los problemas latinoamericanos los deben resolver los pueblos latinoamericanos.

 

11 de Octubre 2016

 

Comisión de Asuntos Internacionales de Carta Abierta


 

https://www.alainet.org/es/articulo/180923
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