La gran política
- Opinión
Se ha anunciado la realización del tercer encuentro de movimientos populares, que tendrá lugar en Roma del 2 al 5 de noviembre. El evento tiene como antecedente clave la Carta de Santa Cruz de la Sierra, que contiene diez puntos suscritos por más de 500 organizaciones de todo el mundo. En esa reunión, las organizaciones coincidieron con el papa Francisco en dos aspectos primordiales. Primero, la problemática social y ambiental emergen como dos caras de la misma moneda; segundo, un sistema que no puede brindar tierra, techo y trabajo para todos, que socava la paz y amenaza la subsistencia de la Madre Tierra, no puede seguir rigiendo el destino del planeta.
Así se plantea en la encíclica ecológica del papa, Laudato si, en la que se afirma que, dada la íntima relación de todas las cosas y la necesidad de una mirada que tenga en cuenta todos los factores de la crisis mundial, es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones entre los sistemas naturales, y entre estos y los sistemas sociales. En consecuencia, se requiere una aproximación integral para combatir la pobreza, devolver la dignidad a los excluidos y, simultáneamente, cuidar la naturaleza. En otras palabras, se trata de llevar a la práctica una ecología económica, social, cultural y de la vida cotidiana. Los 10 puntos de la Carta apuntan en esa dirección. Recordemos esos rasgos ético-políticos implícitos en ese documento, que se articulan en lo que podemos denominar la gran política, cuyo sujeto principal es el movimiento ciudadano. ¿Qué realidades deberá enfrentar y transformar este para hacer más humano y justo el mundo?
En primer lugar, en la Carta se reafirma el compromiso con las transformaciones sociales orientadas a fortalecer las esperanzas y utopías, superadoras de las estructuras injustas y excluyentes. En esta línea, se habla de luchar para defender y proteger a la Madre Tierra, promoviendo la “ecología integral” ideada por el papa Francisco; impulsar leyes medioambientales en todos los países en función del cuidado de los bienes comunes; exigir la reparación histórica y un marco jurídico que resguarde los derechos de los pueblos originarios.
En segundo lugar, cuando los postuladores de la gran política ponen su acento en lo socioeconómico, enfilan su lucha en la defensa del trabajo como derecho humano. En este plano, la Carta habla de la creación de fuentes de trabajo digno, de la implementación de políticas que restituyan todos los derechos laborales eliminados o amenazados por una economía que mata porque produce exclusión e inequidad. Desde esta base, los movimientos populares exponen la necesidad de superar un modelo en el que el mercado y el dinero se han convertido en el eje regulador de las relaciones humanas en todos los niveles. Recalcan que el grito de los más postergados y marginados obliga a que los poderosos comprendan que así no se puede seguir. Y en seguida proclaman un quiebre político: “Los pobres del mundo se han levantado contra la exclusión social que sufren día a día. No queremos explotar ni ser explotados. No queremos excluir ni ser excluidos. Queremos construir un modo de vida en el que la dignidad se alce por encima de todas las cosas”. En esa misma línea, levantan la causa de los de los migrantes, desplazados y refugiados. Instan a los Gobiernos de los países ricos a que deroguen todas aquellas normas que promueven un trato discriminatorio contra ellos y establezcan formas de regulación que eliminen el trabajo esclavo, la trata, el tráfico de personas y la explotación infantil. Asimismo, se vuelve a hablar de formas alternativas de economía, que resguarden la vida de las comunidades y en las que prevalezca la solidaridad sobre el lucro.
En tercer lugar, en el plano de la justicia social, la Carta expone la necesidad de erradicar la pobreza y exigir políticas públicas que garanticen el derecho a la vivienda, la integración urbana de los barrios marginados y el acceso integral al hábitat para edificar hogares con seguridad y dignidad. Se reafirma también la lucha por la eliminación del hambre, la defensa de la soberanía alimentaria y la producción de alimentos sanos. Y en el ámbito de la cultura, se expresa el compromiso de cultivar la civilización del encuentro, fundamentada en la solidaridad y la fraternidad como condiciones indispensables para la construcción de una civilización verdaderamente humana. En esa línea, se habla de la solidaridad como proyecto de vida personal y colectivo, y de la lucha contra el individualismo, la ambición, la envidia y la codicia que anidan en nuestras sociedades y muchas veces en nosotros mismos. Asimismo, se reafirma la pluralidad de las identidades culturales y tradiciones, que deben convivir armónicamente sin que unas sometan a otras, y la necesidad de intensificar las acciones colectivas que garanticen la paz entre todas las personas, pueblos, religiones, y etnias. Al ámbito de la cultura también pertenecen los esfuerzos para que la ciencia y el conocimiento sean utilizados al servicio del bienestar de los pueblos, no en función de la ganancia, la manipulación o la acumulación de riquezas.
Estos son algunos de los principales rasgos de la gran política. En el próximo encuentro el movimiento social procurará poner los cauces para su impulso y realización. Es buena noticia saber que hay fuerza social comprometida con un ideal de convivencia humanizadora, con la política con “P” mayúscula, es decir, con la gran política.
01/11/2016
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