Trump, presidente
- Opinión
“Después de la derrota, hay que indagar la responsabilidad de los dirigentes”
Gramsci
Parece un mal chiste o una broma de mal gusto. Pero más vale que nos vayamos acostumbrando. Presidente habemus: Donald Trump.
El mundo –no sólo la mitad de Estados Unidos—, literalmente, amaneció el 9 de noviembre en un estado de shock. Lo que, políticamente, era imposible, y se hizo realidad. Aquí, en México, desde días antes, en las calles, todo mundo hablábamos como expertos en política y elecciones de EEUU. Después, incrédulos, caminamos cual zombis. Y los mercados, nerviosos. De la depresión y la angustia al miedo y horror. Más que una simple trumpada.
La cobertura de los medios fue como si el presidente que se votaba fuera de México. No únicamente por la frontera común de más de tres mil kilómetros, si no por los lazos (inter)dependientes en materia económica, comercial y financiera, además de las amenazas contra los migrantes.
Es más fácil explicar la victoria de Trump que la derrota de la demócrata Hillary Clinton, quien lo tenía todo para ganar (recursos y apoyos) y que se perfilaba como la primera presidenta (mujer presidente) de Estados Unidos. Caprichos de la democracia. No había mucho de dónde escoger: entre lo malo y lo peor.
Fue un fracaso más de las encuestas, hechas a modo, con lo que se cuestiona el papel de los grandes medios. Fue el tercer tropiezo en escasos dos meses: primero fue el Brexit o la salida de la Gran Bretaña de la Comunidad Europea; después fue el No de los colombianos a la paz concertada entre el gobierno y la guerrilla, y ahora es la llegada de Trump a la Casa Blanca.
Desde el comienzo, la pregunta fue: ¿cómo es que una persona como él llegó, primero a ser candidato republicano y luego presidente de EEUU? Sea lo que fuere, representa una humillación a la clase política, que lo consideró un payaso egomaniaco, únicamente un empresario millonario, sin haber alcanzado un puesto alguno de representación popular. Ese era y es el temor.
Sin el apoyo inicial de la cúpula republicana, se le consideraba un novato en política. Sus únicas relaciones con Washington o Wall Street, son las naturales del dinero y/o los negocios. No se diga, su ignorancia en política exterior, y ahora (a partir del 20 de enero de 1917) con la capacidad de apretar el botón nuclear.
Un personaje mediático, que apeló más a los sentimientos y las pasiones de la gente, por encima de la razón y la crítica. Sin embargo, su elección es una crítica al estableshment de parte de un electorado decepcionado de la política formal. Un electorado acostumbrado más a la contemplación (frente al televisor) que a pensar o reflexionar: una sociedad dominada por la imagen más que por la lectura crítica (de la realidad).
Trump, calificado de populista de derecha, explotó tales sentimientos de la clase media blanca trabajadora, pero desempleada por el cierre de fábricas, desplazadas a México y China –nuevos chivos expiatorios—, donde los costos de producción son menores. De ahí su visión proteccionista contra del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Por si fuera poco, los empleos, aun los de menor calidad y salario, los disputan con los migrantes indocumentados, hoy bajo la amenaza de la deportación.
¿Está México en capacidad de recibir de regreso cuando menos a uno, dos, tres millones de personas? Se insiste en que se halla blindado en materia financiera y monetaria. Al menos, eso dicen las autoridades, pero, ¿lo está productiva y socialmente? Por eso la prisa de la administración de Peña Nieto de trabajar con el equipo de transición de Trump y conocer las reales intenciones del futuro inquilino de la Casa Blanca.
Se dice que la elección de Trump ofrece una oportunidad para que México redefina sus relaciones con Estados Unidos. Sobre todo, que nos obligará hacer más por nosotros mismos. Por ejemplo, habrá que replantear la guerra contra las drogas, de cara a la aprobación del uso recreativo de la marijuana (sic) en California, con el que México tiene frontera y con una amplia población de origen mexicano.
Por otro lado, se afirma que México hace su tarea, y se ponderan la estabilidad macroeconómica y las reformas estructurales, que no obstante han resultado insuficientes para detonar un crecimiento sostenido, que abata la pobreza, para no decir la desigualdad, que parece ensancharse.
No se habla de replantear la política económica o la manera en que nos insertarnos en la globalización, por naturaleza excluyente, es decir, en que el capital humano, mejor dicho, la fuerza de trabajo –la vida misma— es desechable.
El resultado es más de lo mismo, allá y aquí.
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