La perversa estrategia del todo vale (II)
- Opinión
El laissez faire en el espíritu de la política para corromperla.
El laissez faire, el dejen hacer, dejen pasar que el mundo va solo, anunciado como conquista del liberalismo económico del siglo XVIII, superó el límite de la economía y se metió en el espíritu de la política de la mano del poder trasnacional de mercaderes, ejércitos y religiones. Llegó para eliminarle las trabas y regulaciones que le impedían a la política, al menos moralmente, ser tratada como una mercancía más.
El laissez faire en la política pregona la abolición de todas las leyes de la costumbre, la convención y el derecho, que puedan interferir sobre el triunfo del todo vale, para garantizar que gente más eficiente (ellos y los suyos) en el uso de las nuevas prácticas sociales del todo vale, impuestas por el poder -logrado a costa de explotación, negación, despojo, mentira, astucia, engaño, estratagema y miedo esparcido especialmente de los más débiles acosados por la desigualdad, el hambre y la exclusión- supere a competidores menos preparados (la otra clase social y política) que serían los más honestos, éticos, con mejor capacidad, con sentido de humanidad, solidaridad y preocupación por el otro, por sus derechos y por el reconocimiento a su dignidad.
El todo vale, es la estrategia simple de la renovada ultraderecha defensora de la edad media como modelo y continuadora de prácticas del Fascismo y Nazismo y de posteriores movimientos como el partido Nacionaldemocrata Alemán, la Falange Española y el Nacionalsindicalismo y no corresponde a esporádicas expresiones de ignorancia o inconciencia política, sino que define una manera de pensar, hacer, actuar y organizar el mundo, basada justamente en otro tipo de conciencia que acoge como válidos e irrefutables unos supuestos derechos fundamentales del mercado, una ética del mercado y una presunta humanización del capital, de lo que se valen para justificar su desprecio por los otros y por sus modos de ser y vivir.
Se trata de un modo de operación basado en sumas y alianzas individuales y colectivas, que se consolidan en el propósito de alcanzar al control del estado y las instituciones que una vez allí, su líder trazara el camino. Adoptan como términos comunes calificar los avances en derechos como retrocesos en el mercado, asumen la diversidad sexual como desviación y enfermedad y conciben a las minorías étnicas, sexuales y territoriales como anormales y oportunistas y estarán dispuestos a combatirla donde esté. Sus teóricos acogen el derecho natural como herramienta principal para desde su doctrina promover desigualdades y discriminaciones, marcar límites con muros y alambradas y explicar la pobreza y la marginalidad como una maldición y deifican al gran propietario como una bendición por la que hay que luchar a muerte.
La condición de la existencia de esta avanzada de ultraderecha está en la capacidad que ha adquirido para acumular riqueza de manera ilimitada y hacerse al control del aparato de estado y sus instituciones para beneficio del capital global y de la política sin reglas. Sin embargo no todo está de su lado porque de la misma manera que la burguesía hace doscientos años, gestó en sus entrañas a sus propios enemigos, hoy esta ultraderecha no es ajena a repetir la historia. Sin haberlo esperado, su ímpetu de explotación y su locura por el poder, está poniendo en evidencia que el capital no es una fuerza personal, ni un resultado tecnológico, sino una fuerza social cuya única condición de reproducción es el trabajo, lo que permite creer, -como lo muestran por la otra orilla política, las grandes movilizaciones de jóvenes sin oportunidades, migrantes sin destino, defensores de derechos y diferencias y ofendidos con el triunfo electoral de seres perversos-, que el presente de desigualdad, control, horror y homogeneización impuesta con valores que niegan libertades, está ganando espacios sociales significativos que confrontan políticamente al pasado en que se sostiene la ultraderecha.
Es evidente, que al menos en su forma, -aunque quizá aún no tanto en su contenido-, crece la lucha de minorías y excluidos, -a la que se suman sectores de la llamada clase media acosada por impuestos y pérdida de ingresos-. Esta otra línea de acción política, más plural, menos jerarquizada, diversa y antipatriarcal le notifica al poder del todo vale que también existe y que construye su propia agenda local-global de lucha por dignidad, tejida desde adentro de cada contexto y territorio con visiones de otro poder y otra política que no acepta el todo vale, reafirma la ética, reconoce otras culturas y otras voces y sabe decidir cuáles son las herramientas apropiadas de cada lucha.
La ultraderecha que hasta ahora iba silenciosa, presentándose como apolítica, ajena a los antagonismos y defensora de los valores de un pretendido humanismo de sometimiento, resignación y patriarcalismo, utilizados para desestabilizar lo que no controla, está al descubierto. Tuvo que empezar a medir en las calles su capacidad real, organizar barricadas y gritar, se le acabó su tiempo sin contratiempos. Su ascenso al estado como ocurre con Trump, podrá en el corto plazo provocar alteraciones de fondo allí donde todo parecía orden. Ya hay brotes de separatismo y polarización a la manera de alzamientos populares (organizados o espontáneos), en el vientre mismo de Estados Unidos, desde su propio adentro el malestar con la ultraderecha, en pocas horas activó luchas políticas aplazadas, que podrían propiciar el derrumbe y descontrol del mismo sistema, que ha sabido mantener a su población al margen de sus propias crisis y discriminaciones gracias a su política exterior de terror con la que desestabiliza y descontrola en otros territorios. La ultraderecha arma sus propios Frankenstein, que mirados de cerca, pueden servir tanto para imponer su poder sembrando miedos, odios y terror, como para atacar a sus mismos creadores y destruirles su imperio.
Epilogo. Trump sería la expresión más cercana de ese Frankenstein que superó el área de juego del partido republicano y en su recorrido derrotó a las elites demócratas y también a sectores de las elites republicanas, y además sedujo a una parte significativa de sus propias víctimas del capital salvaje y de su retórica de humillación y obtuvo sus votos. Del poder él solo sabe que quiere ser más poderoso y adorable y se valdrá del todo vale. Uribe como él logró asociar política, religión y fundamentalismo patriarcal e integró votos de empobrecidos y victimas de su régimen de terror y odio para decirle No a la Paz, usando el todo vale. Siguiendo la secuencia en una escala menor, fue elegido gobernador del departamento de la Guajira el candidato mayormente señalado de corrupción y robo de dineros públicos y buena parte de los votos que obtuvo vinieron -por compra, manipulación y engaño- de las mismas familias indígenas Wayuu víctimas de la humillación que los obliga a diario a enterrar a sus hijos sistemáticamente asesinados por el hambre provocada por los cínicos responsables del todo vale, que se robaron el agua y el pan pero ofrecieron redención.
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