Dos firmas, tres refrendaciones y un aparato de exterminio

29/11/2016
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colombia paz pavel eguez
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Una paz firmada dos veces y refrendada tres entre el estado y las FARC demuestra que lo pactado no es irreversible, pero que tampoco la debilidad que implica desarmarse condena al silencio y al lento morir, a falta de la fuerza que equilibraban las armas.

 

La paz está siendo saboteada, no por objetos político militares no identificados, si no por fuerzas de una ultra derecha empeñada en regresar al gobierno amenazando con devolver las cosas al pasado y obligar a la historia a repetirse con la sangre ajena de sus víctimas a las que saben cómo convertir en victimarios a costa de despojo, de terror y miedo.

 

El momento para esta avanzada de poder total, que endurece su lenguaje y distribuye odio, sigue la fórmula de combinación de formas de lucha. Una forma política desde el Congreso (también alcaldías e instituciones) y otra de exterminio paramilitar. Las dos han creado un espacio de alianzas de coyuntura con otros sectores de derecha, que buscan vender caro su voto en el congreso, en favor de la refrendación del acuerdo, en momentos en los que el gobierno objetivamente necesita terminar su obra para potenciarse en la disputa de poder en 2018 y subjetivamente cuando internacionalmente el presidente se apresta a recibir el premio nobel que lo pondrá en un lugar destacado de la paz del mundo, el mismo día del cumpleaños 68 de la carta de derechos humanos.

 

La primera refrendación del acuerdo de paz, tuvo una clara significación política y se produjo de manera anticipada cuando las mayorías electorales de los partidos aliados al gobierno juntaron votos con organizaciones sociales, centrales obreras y sectores de izquierda para reelegir el presidente con el mandato claro de Firmar la Paz, cuyo resultado produjo una primera firma el 26 de agosto en Cartagena de Indias, ante delegados de gobiernos, instituciones, organizaciones, expertos y cientos más de invitados reconocidos en el mundo por sus aportes a la paz y la reconciliación. Allí el presidente de Colombia y el máximo comandante de la insurgencia sellaron cuatro años de negociación política del conflicto armado, firmaron un acuerdo minuciosamente trabajado para guardar el equilibrio indispensable entre justicia y derechos para evitar la impunidad.

 

La segunda refrendación tuvo el respaldo popular de más de seis millones de personas hastiadas de la guerra, que le dijeron Si al plebiscito, aunque menos del 1 por ciento haya favorecido al No, para obligar a hacer ajustes que terminaron con la segunda firma del acuerdo en el Teatro Colon, que simbólicamente está a una calle de la casa del florero, emblema de la primera independencia del imperio español y ubicada en pleno corazón del poder político del país, junto al palacio de gobierno, al congreso de la república, la catedral primada y el palacio de justicia, entre otros. Allí se volvió a firmar lo pactado entre antiguos enemigos que a partir de ese instante ratificaron su nueva condición de adversarios que tendrán cooperar en el propósito de realizar una paz estable y duradera, enfrentada a un enemigo poderoso.

 

La tercera refrendación pasará, a pesar de los vítores de guerra y las vivas a la muerte jalonados por el Centro Democrático que justifica su acción en las demenciales amenazas de que el país caerá en el comunismo, el ateísmo y la homosexualidad y será guiado por campesinos, indios y cimarrones, que les quitaran sus tierras y las aguas y las riquezas y se negaran a seguir la esclavitud. La refrendación pasará, pero su costo ético y político será muy alto. Los privilegios, prebendas y favores serán fijados ante el gobierno por los lobistas del régimen clientelar, expertos en leguleyadas y recursos judiciales para acomodar contratos, puestos y privilegios que compensen lo que pierden sin la guerra.

 

Es lamentable que tenga que ser el Congreso el artífice del empaste de un libro de paz construido por miles de voces populares, victimas, héroes, villanos, inocentes y victimarios y de olvidados de intentos anteriores con otros cinco presidentes y una misma insurgencia. Sin embargo y sin resignación, es lo que hay y no existe otra salida. Se producirá entonces la tercera y última refrendación a través de un congreso cuestionado, impopular pero electoralmente victorioso, que en lo corrido de este siglo ha sido percibido como la institución más corrupta y de la que menos de la quinta parte de sus miembros ha demostrado ser insobornable e incorruptible. En 2008 la cifra era de 51 congresistas investigados por parapolítica y 29 en la cárcel y la situación no ha mejorado.

 

Lo concreto después de dos firmas y tres refrendaciones, cosa histórica nunca vista en el planeta, es que la paz entre el Estado y las FARC ya está firmada y no hay la menor opción de que los fusiles de esta insurgencia se vuelvan a disparar, ni que los combatientes regresen a la guerra.

 

El ministro de Defensa y el Director de la Policía, en un reciente Foro Internacional para una paz estable y duradera (1 ) hablaron con un tono amable y conciliador, invocaron el pragmatismo humanitario de entender que su obligación ineludible es demostrar con hechos la voluntad política de respetar y hacer respetar las reglas del DIH, usaron palabras respetuosas ante mil policías y cien civiles en el recinto, y los llamaron a abandonar el resentimiento, el odio, la estigmatización y a tratar a los excombatientes ya no como enemigos, sino actores políticos que deberán ser respetados, protegidos y recibidos por la sociedad y por las tropas como ciudadanos y les recordaron que en la guerra ellos también mueren, tienen reglas que cumplir y derechos y que de ahora en adelante tendrán el compromiso de hacer valer mucho más una vida que una pasión política. De igual manera anunciaron que es su deber acatar lo firmado en los acuerdos y aplicar sin dilación el deber de cerrar las válvulas por donde se les escapan las infracciones y los infractores del DIH por acción y omisión culposa o dolosa. Eso mismo ojala le digan y hagan saber ahora los generales a los estrategas político paramilitares ensañados en el exterminio e intolerantes en su delirio de establecer en Colombia un auténtico tercer Reich.

 

Los acuerdos ya firmados convierten a la paz de Colombia en un tema que le interesa a la humanidad. Es en este sentido de humanidad, en el que las organizaciones sociales y en general la sociedad civil en favor de la paz, tienen un lugar de confluencia por explorar con una sistemática denuncia local, regional, nacional e internacional simultánea, ojala el día del nobel y los derechos, que ponga al descubierto con nombres y apellidos, en cada lugar y región, a los francotiradores armados y organizados como paramilitares -encubiertos y uniformados- y de manera más relevante a los apologistas que desde el congreso, las instituciones y los medios de comunicación disparan ordenes que activan el exterminio que pretende reproducirse contra los defensores de la paz y que ya ha cobrado 30 asesinatos desde la primera firma.

 

El gobierno tiene la tarea urgente de conminar a los congresistas que quieren cobrar caro su voto, a los promotores del odio y a los medios de comunicación para que cesen sus ataques de desprecio contra la vida de defensores de la paz y los derechos, que están envenenando la convivencia y destruyendo la esperanza de un pueblo miles de veces masacrado y humillado que se cansó de vivir el apartheid de la pobreza y la exclusión.

 P.D. Se fue un revolucionario de convicción, Fidel, un imprescindible que se pondrá al lado de Mandela...

 


 


 

1[1] Foro Internacional para una paz estable y duradera, U. Central, Mindefensa, Interpeace.

https://www.alainet.org/es/articulo/182042
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