Capital y la ultraderecha contra los derechos

05/12/2016
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Los derechos humanos son inderogables por no ser normas jurídicas a las que se le deja sin efecto, pero atraviesan su peor momento, en virtud de la arremetida de ultraderechas en el poder, para las que sencillamente son obstáculos al mercado y al autoritarismo que no atiende ningún límite. La caparazón de garantías de los derechos perdió la protección del derecho, puesto al servicio del interés particular y de la ética eliminada del lenguaje. Después de la caída del muro de Berlín y el socialismo soviético, los financistas, sin contradictor evidente, se dieron a la tarea de atacarlos con fines de destrucción total negando su esencia de luchas sociales y de batallas por la dignidad.

 

El derecho, como conjunto normativo, llamado a emancipar, fue acomodado para ponerlo al servicio de homogeneizar a la sociedad en la obediencia y eliminarle sus conquistas. Los tribunales de Justicia fueron cooptados por la mano invisible de los inversionistas que dictan normas de pretendida universalidad y obligatorio cumplimiento, pero carentes de justicia y sentido de humanidad. Son leyes útiles para sostener las desigualdades y mantener ocultas las causas y las victimas del capital e impedir que los defensores de los derechos y la dignidad existan.

 

El capital no se cansa de demostrar con la fuerza de sus hechos que el planeta es suyo y que sus agenciadores, como dioses, están autorizados para trazarle reglas y controlar la vida. Modificaron los límites del universo, de los conceptos, de las prácticas sociales y de los negocios y extendieron sus marcos de referencia para ponerlo todo al servicio del capital. Adelantan un plan sistemático de despojo y dominación que destruye lo construido en colectivo. Usan como estrategia principal de legalización un derecho antiderechos humanos, definido por la Organización Mundial del Comercio, que impone obligaciones internacionales vinculantes y prioriza a las mercancías sobre los humanos.

 

El capital modela políticamente a los gobernantes, los enseña a mezclar técnicas de seducción basadas en falsedades, promesas y ficciones y; represión sin límite legal. Económicamente modela las necesidades, experimenta fórmulas de opresión con seres humanos reales amontonados en favelas, villas, comunas, cordones de miseria y Bronx de cada ciudad capital, donde permanecen apilados, encerrados, despreciados y con su capacidad de lucha mermada, narcotizada, pero que les resultan útiles a la hora de cambiar votos y adhesiones por compensaciones y regalos.

 

El planeta tierra fue cambiado por la ideología del capital que se fortaleció con regímenes políticos alineados a la derecha en una primera fase, y que ante la ilegitimidad de sus acciones hace tránsito a la ultraderecha, mas intolerante, acelerada, injusta y criminal para sostener su conquista. La ideología del capital en manos de la ultraderecha evidencia con mayor facilidad el contenido de patriarcalismo, xenofobia, racismo y doctrina del derecho natural para regresar a la fe, la inquisición y el pecado e impedir el reconocimiento de minorías, diversidades y pluralismos.

 

La ultraderecha pone al descubierto que el estado no ha cambiado su estructura, pero si sus funciones, dinámicas y su posición frente a la sociedad con la que rompe el pacto y compromiso de respetar, hacer respetar y dar garantías para la realización material de derechos. Han cambiado los modos de ejercer el poder y la vida política y social de prácticamente el mundo entero, pero no han modificado la historia de guerra que en sus últimos 5500 años, (con datos del historiador Jan Osmanceyk) provocó 14.513 guerras con un costo de 1240 millones de vidas humanas y solamente menos de 300 años de paz. ¿Que podría motivar entonces a los financistas de hoy a cambiar esta tendencia y querer la paz, si la guerra origina su poder?, pero además la ultraderecha encontró que usurpar los derechos y usar su retórica les permite legitimar sus actuaciones de destrucción genocida y de extensión planetaria de su mega empresa criminal, que reporta éxitos a su favor y tragedia humanitaria del otro lado inmenso e infinito cuya realidad material parece invisible.

 

Las teorías que insistían en que los derechos eran inderogables, universales, indivisibles e insustituibles, resultan débiles hoy para explicar la realidad material de injusticias, barbarie y exclusión. A 68 años de la declaración de 1948 las explicaciones sobre los bienes sin precio no considerados mercancías como el agua, el viento, la atmosfera, los rayos del sol o los afectos, que estaban en la base material de esos derechos perdieron validez, y a la par muchas categorías de la filosofía y la historia fueron al vacío, junto al imperativo categórico del juez propio y del dialogo razonado. La vida terrenal trata de ser convertida en un incuestionable paraíso de negocios, gerenciado por financistas globales tipo Trump, Slim, Gates, Buffen, Koch, prestigiosos banqueros, militares exitosos de alguna guerra ajena y mafiosos que controlan gobernantes, para quienes la política es otra herramienta de guerra sujeta por la economía salvaje e inhumana. La ultraderecha acelera la destrucción de los derechos porque no le importa la vida y sufrimiento de las mayorías, su meta después del asalto a lo público y lo patrimonial y del rapto de los bienes colectivos es el infinito. El capital es su ideología irrefutable, de el emana una perfecta máquina de aniquilación dirigida contra más de media humanidad y genocida contra la manera de construir el mundo desde la dignidad.

 

El planeta Tierra controlado por el capital se compone de 193 estados que aceptaron como base de su pacto social la declaración universal de derechos humanos de 1948 y el DIH, que en teoría definen el orden legal, pero que en la práctica no cuentan ante la brutalidad de la máquina de exterminio del capital, que trata a la ONU con desprecio, la usa como el altavoz que amplifica los sonidos del terror provocado precisamente por los que no firman acuerdos, ni protocolos, ni aceptan leyes internacionales como USA, pero vetan, cooptan y eliminan -legalmente o ilegalmente- a los pueblos y gobiernos desobedientes, sobre los que experimentan nuevas tecnologías de horror militar y psicológico, bombardean, bloquean alimentos y medicamentos, pero les venden armas y mercenarios y le suman muertes y víctimas inocentes presentadas por sus alineados y morbosos medios de desinformación como daños colaterales, mientras sus bienes son tomados ilegalmente contra el derechos de los pueblos y los convierten en éxitos empresariales.

 

Con las ultraderechas el planeta está forzado a producir aún más rápido, a parir más riqueza en menos tiempo y la sustancia del trabajo humano es exprimida toda, sin compasión, sin objeción. El capital ajustó su estrategia de destrucción de los derechos, a los que ya no enfrenta de manera directa para borrarlos de la historia, si no que bloquea derecho por derecho, uno a uno traba sus mecanismos de realización, les reduce presupuestos, invalida instituciones y elude el pacto social, los ataca unas veces impidiendo que se realicen y otras usurpándolos para distorsionarlos y actuar en su nombre.

 

https://www.alainet.org/es/articulo/182163
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