¿Para qué sirve el “populismo”?
- Análisis
Los sucesos ocurridos en lo que Guillermo O’Donnell diese en denominar “cuadrante noroeste” han puesto nuevamente en discusión la noción “populismo”. En las páginas siguientes reflexionaré brevemente sobre dicha noción y su uso.
El acto de nombrar da existencia a algo en el plano simbólico. Pero las posibilidades de comunicar de esos nombres, sean comunes o propios, radica en que aquello a lo que dan existencia es un conjunto de atributos y de relaciones entre ellos. Incluso cuando para hablar del significado se hace referencia a los prototipos, o a los efectos de prototipicidad, ellos refieren a los parecidos de familia que permiten la deriva entre unos y otros elementos que resultan incluidos en el concepto del que se trate. E incluso en este tipo de abordaje la deriva en los parecidos de familia no resulta infinita: no incluye a un yacaré entre las aves, por ejemplo. Más aun, hasta en los mismos juegos de lenguaje a los que hiciese referencia Wittgenstein, el significado que resulta del contexto es lo suficientemente preciso para que la comunicación sea posible o, al menos, para que el interlocutor pida aclaraciones. Pues se trata de saber qué es aquello a lo que el emisor se refiere.
Es claro es esa precisión de los conceptos (sean nombres comunes o propios o sean adjetivos o verbos) no indica que, en lo real, falten gradaciones que muchas veces hacen difícil las conceptualizaciones. Eso es lo usual, dado a que a lo real solo accedemos en forma siempre precaria mediante lo simbólico. Por eso hay éxitos y fracasos en las designaciones. En casos, puede que no se apliquen adecuadamente a lo que se quiere designar o calificar, produciendo errores en la comunicación o en la acción. Pero querer que las clasificaciones sean un remedo de la naturaleza sería tan cognitivamente económico como hacer un mapa capaz de reproducir exactamente un territorio. Durkheim profundizó en ese rasgo de las clasificaciones al decir que:
Las representaciones sensibles están en perpetuo flujo; se empujan unas a otras como las olas de un río y, aun hasta el tiempo que duran, no permanecen iguales a sí mismas. Cada una de ellas es función del instante preciso en que ha tenido lugar. Nunca estamos seguros de encontrar una percepción tal como la hemos experimentado una primera vez; pues si la cosa percibida ha cambiado, nosotros no somos los mismos. El concepto, al contrario, está como fuera del tiempo y del devenir; está sustraído a toda esta agitación; se diría que está situado en una región diferente del espíritu, más serena y espontánea; al contrario, resiste al cambio. Es una manera de pensar que, en cada momento del tiempo, está fijada y cristalizada. En la medida en que es lo que debe ser, es inmutable. Si cambia, no es porque esté en su naturaleza cambiar; es que hemos descubierto en él alguna imperfección; es que tiene necesidad de ser rectificado.
Podemos cambiar nuestras conceptualizaciones. Pero mientras ellas existan deben comunicar algo, distinguible de otra cosa. En nuestro caso, lo dicho permite saber que, si sigue existiendo, el “populismo”, como noción, debe servir para algo. Pero, ¿para qué?, ¿qué significa? 2
Se dice que son populistas el movimiento ruso Naródnichestvo, al Greenback Party de los Estados Unidos de Norteamérica, el Movimiento Justicialista y el partido Justicialista y el gobierno de Juan Domingo Perón, el Partido Trabalhista Brasileiro (PTB) o el Partido Social Democrático (PSD) liderados por Getulio Vargas en Brasil, el APRA de Haya de la Torre en Perú, el Partidos de los Trabajadores, de Brasil, el peronismo Menemista y el peronismo kirchnerista en la Argentina, al Partido Socialista Unido de Venezuela, a la Alianza País en Ecuador, el Partido Republicano de Donald Trump, el Frente Nacional de Le Penn en Francia, y tantos otros movimientos de derecha o de izquierda de todo el mundo. ¿Qué es lo que los asemeja? ¿Qué es lo que permite utilizar la misma designación para todos ellos?
Un talentoso argentino nos dejó un texto que se hizo famoso, con justicia. Me refiero a Ernesto Laclau quien quizá durante toda su vida hizo girar su obra en torno a la comprensión de los fenómenos políticos y en particular en torno al populismo. Su última obra referida al tema: “La razón populista” mostró el drama de quienes pensaron en forma positiva en dicha categoría. Más allá de los méritos de su examen sobre la literatura referida al populismo, lo que su obra permite es comprender no al populismo sino al modo en que discursivamente se articulan diferencias en torno a un significante, que puede ser el de cualquier organización que se estructure articulando diferencias en torno a un discurso común, que permita el logro de una acción comunitaria. Esa organización puede ser —si referida a la vida política— la de cualquier partido o movimiento político; no solamente a los incluidos en el apelativo populista. Logro importantísimo. Pero que no llega a incorporar las pluralidades organizativas que habitan a esas formaciones ni el modo en que se resuelven las gestiones y las luchas tendientes a lograr la dirección de esas organizaciones. Lo que es tan frecuente en partidos o movimientos políticos, como en movimientos sociales u otro tipo de organizaciones. Por ende, si bien Laclau nos brindó una talentosa revisión de la literatura sobre populismo y una importante teoría sobre el modo en que se construyen los discursos políticos, no avanzó en la caracterización delo que es un partido o un movimiento populista y, mucho menos, una forma de estado o de régimen populista.
Quizá faltó observar el uso dentro de los juegos de lenguaje en los que hoy se utiliza el término. Y lo común es que el populismo de derecha en los Estados Unidos, en Francia, y otros países europeos aparezcan relacionados con el Brexit, pese a que en Gran Bretaña no exista un partido que haya chocado al sentido común republicano como lo hacen Donald Trump o marine Le Pen. Esos —y otros movimientos que hacen peligrar el orden tal como lo indican los manuales sobre democracia liberal en Europa— son relacionados con un fenómeno que las teorías liberales nunca pudieron fielmente incorporar –ya no me refiero al populismo, sobre el que volveré enseguida— sino a la acción de los poderes fácticos. Es fácil percibir que al hablar de “lo fáctico” se habla de aquello para lo que no tenemos concepto o que actúa de modo ilegal desde la perspectiva de lo estatuido, que es lo que puede ser pensado y aceptado desde el punto de vista conceptual.
En verdad, si hiciéramos el trabajo de conceptualización de “poderes fácticos” encontraríamos los mismos deslizamientos fácticos de teóricos que incluyeron tanto a sindicatos como a corporaciones empresariales y grandes empresas y que entre otros medios actúan por medio de grupos depresión convenciendo o comprando legisladores o burócratas y gobernantes. El problema de una acabada conceptualización sobre los poderes fácticos implicaría una teoría política capaz de incorporar supuestos muy diferentes a los que postula. Entre esos supuestos, que los seres humanos no son iguales ni ante la ley ni desde ninguna perspectiva (por lo que la declaración no es una descripción, tal como aparece redactada sino una aspiración ser conquistada), que las desigualdades se reproducen hasta extremos increíbles e insoportables (Desde 2015, el 1% más rico de la población mundial posee más riqueza que el resto del planeta resume Oxfam (Hardoon, 2017)), que esa desigualdad es producida por múltiples formas de dominación, que esa dominación ha permitido que los capitales de las grandes empresas trasnacionales inviertan allí donde encuentran mano de obra más barata u otras condiciones favorables, lo que implicó que ni siquiera se beneficien de esas riquezas los propios pobladores de los países de origen, que en tales condiciones muy difícilmente el poder Judicial, originalmente creado para administrar leyes y condicionar la actuación de los Poderes electivos, haga otra cosa que defender el derecho de las minorías ante un posible triunfo electoral de las mayorías, tal como lo pensaron los famosos Padres Fundadores.
Y es justamente en esos casos límites que se suele hablar -- como hoy en Estados Unidos, Inglaterra y los países europeos-- de una crisis de legitimidad; esos son los juegos de lenguaje en los que populismo parece decir algo. En esos momentos, nombra una imposibilidad. La de incorporar a los electores dentro del sistema de pesos y contrapesos con que la República liberal logra mantener su dominación, incluyendo a las mayorías electorales de un modo “friendly”.
Lo realmente peligroso de ese modo de responder a las crisis de representación no es que la dominación desaparezca. Como afirmase en otro articulito, no creo que ni Donald Trump, ni Marine Le Pen, ni Theresa May ni ninguno de esos líderes que se beneficiaran de la desesperación de poblaciones que ven disminuir sus niveles tradicionales de vida por la deslocalización de los capitales logre frenar dicha deslocalización. No fueron los pobres los que se beneficiaron del nacismo ni del fascismo sino las grandes empresas lideradas por el complejo militar industrial. Pero lograr evitar el peligro que dichos procesos implican para toda la humanidad y en particular para nuestros países implica no errar en la caracterización.
Como en el caso de “los poderes fácticos” no hay “populismo” sino como categoría residual que permite referirse a algo que es ajeno a la normalidad de la democracia liberal y los sistemas de dominación que en ella siempre existieron. Es como un nudo gordiano que es preciso cortar el nudo gordiano. Las tormentas teóricas que luego deberemos enfrentar nos indicaran que Zeus nos aprueba y que a partir de ese momento debemos pensar con otras claves teóricas. No dejando de lado lo que el estado de derecho aportó a la vida en sociedad, pero si buscando medios de visibilizar el poder de los dominantes, no solamente en sus formas de ejercicio explícitas como ocurre hoy con el poder mundial de los CEOs sino también las otras formas de ejercicio. Los movimientos democratizantes son, en nuestros países, un instrumento adecuado para eso. Y que “el populismo”, cortado en dos, pierda su fuerza ofuscadora de nuestras inteligencias políticas.
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