Desglobalización parcial, bancos y América Latina
- Opinión
En los últimos meses el mundo acompañó con escalofríos los discursos, entrevistas e inúmeras manifestaciones vía Twiter de aquel que vendría sorpresivamente a ganar las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Todo lo dicho antes por Donald Trump, a partir del 20 de enero de 2017 asume contornos de política de Estado.
Si bien se aplica la máxima que del “dicho al hecho va mucho trecho”, la selección de actores para su gabinete no deja en entredicho lo que anteriormente se avizoraba: a) contundente retroceso en la política migratoria, con la xenofobia elevada a nuevos niveles; b) intolerancia, autoritarismo y mililitarización como sello de las relaciones internacionales; y c) prácticas neoproteccionistas en las relaciones comerciales e injerencia en el dibujo de las estrategias de los proyectos de inversión de las empresas, como herramientas esenciales en la cruzada del trumpismo para regresar los puestos de trabajo al país.
No se trata de idealizar los años de la era Obama, todo por el contrario. Los demócratas lubrificaron la máquina de guerra estadunidense que se desparramó por el globo. Sin embargo, si pensamos en términos comerciales, el neoliberalismo en esos años asumió su vocación “globalizadora”, con la multiplicación de tratados bilaterales y un sustancial impulso a los grandes acuerdos macrorregionales que estaban siendo negociados por Estados Unidos.
La CEPAL, en su Balance Preliminar de las Economías de América Latina y el Caribe de 2016 (LC/G.2698-P), reconoce que la economía mundial creció un módico 2.2% el año pasado, manteniendo la tendencia de bajo crecimiento desde la crisis que no es más grave por el desempeño de las economías en desarrollo, que en conjunto crecieron el 3.6% en 2016. En lo que dice respecto a América Latina, el PIB de 2016 amargó una contracción de 1.1%, con una marcada heterogeneidad entre el desempeño de las economías del cono sur –cuyo crecimiento negativo fue de 2.4%– y las economías de América Central y México, que presentaron tasas de crecimiento anémicas, pero al menos positivas.
En términos del comercio mundial, los números no son más alentadores, la expansión de 1.7% en 2016 fue menor que la registrada en el año anterior. Siendo destacado, en el propio documento citado, que por primera vez en quince años el crecimiento del comercio mundial fue menor que el crecimiento de la producción.
Ante el giro actual, muchos analistas afirman que vivimos en plena desglobalización. Como todos los conceptos que se ponen de moda a la velocidad de un tweet, es claro que debemos matizar un poco más lo que se entiende por el término desglobalización. Si pensamos en una marcha atrás de la llamada globalización comercial, el neologismo hace algo de sentido. Sin embargo, el término desglobalización, si se lleva en consideración que prevé un posible reflujo de la globalización financiera, es absolutamente estéril. La múltiple conectividad de la malla de las operaciones financieras entre países sigue inalterada, aunque con un menor volumen en el contexto post-crisis.
Aquí hacemos referencia a las finanzas en sus canales más tradicionales –como serían los préstamos bancarios, público y privados, la presencia de la banca extranjera operando localmente, etc.–, pero también a una verdadera avalancha de nuevos inversionistas institucionales que mueven ingentes montos de recursos a través del sistema financiero sombra (en una definición amplia, este incluye entidades fuera del sistema bancario regulado que también operan en la intermediación crediticia).
En síntesis, más que enmarcar el contexto actual como desglobalización a secas, sería más provechoso para una lectura crítica de la coyuntura empezar a filtrar las tendencias por detrás de esa desglobalización parcial, en la que hay claras señales de la emergencia de un muro impalpable para bienes y mercancías –tal frontera siempre fue muy patente para interrumpir los vaivenes de la mano de obra–, mientras que el capital financiero sigue sin tener que hacer cualquier contorsionismo para desplazarse mundialmente.
En una nota reciente, la Asociación de Bancos de México (ABM) tras una reunión de sus asociados afirmó que con Trump presidente no hay cambios en la estrategia de inversiones de la banca estadunidense que opera en territorio mexicano. Entre los allí reunidos se encontraba Emilio Romano, director de Bank of America en México, quien aseguró que: “Al contrario, estamos totalmente dedicados y concentrados en seguir creciendo en las grandes empresas y proyectos de México. Vemos estas coyunturas siempre como oportunidades, y sabemos que en el corto plazo vamos a ver incertidumbre, pero en el mediano y largo plazos estamos convencidos de que el escenario para México va a ser positivo” (“Bancos de EU en México, sin presiones de Trump”. El economista, 18 de enero de 2017).
Así, la extranjerización de la banca en América Latina sigue su trayectoria ascendiente, incluso cuando el contexto es de contracción del crédito en la región. En la “vanguardia regresiva” de este fenómeno, México tiene como bancos extranjeros a dos de sus bancos más grandes, el español BBVA-Bancomer seguido de Banamex, controlado por Citigroup. No se trata exclusivamente del caso mexicano, también es notorio en otros países de la región que las sucursales de los bancos extranjeros responden a gran parte de la rentabilidad de las casas matrices, aunque con grados distintos de ferocidad.
Finalmente, el gobierno Trump demuestra su docilidad con Wall Street –contrariamente al discurso anti-bancos que asumió su campaña electoral— al haber designado a Steven Mnuchin, quien fue ejecutivo anteriormente en Goldman Sachs y One West Bank, nada menos como secretario de tesoro en su gabinete. ¿Qué repercusiones esperar en América Latina de esta nueva vuelta de tuerca de la fusión entre la elite política y la oligarquía financiera en Estados Unidos? La respuesta no puede ser dada de manera sencilla, pero, sin duda, un buen principio de discusión pasaría por elucidar que el tema del neoproteccionismo estadunidense es ambiguo. De un lado, los bancos tienen el beneplácito estatal para seguir su modelo de negocio anterior, fronteras adentro y afuera; mientras que las empresas productivas son chantajeadas para regresar a Estados Unidos y aportar en la improbable tarea de “Make America Great Again”.
- Monika Meireles es Investigadora del Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (IIEc-UNAM).
Está nota fue originalmente publicada en la edición Nº 4 del Boletín "Nuestra América XXI - Desafíos y alternativas", del Grupo de Trabajo Crisis y economía mundial de CLACSO, coordinado por María Josefina Morales y Gabriela Roffinelli.