Trump y Uribe retornan la lengua del Furher

17/04/2017
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El tercer Reich creó una lengua propia[1], acciones, convicciones, hábitos de pensamiento, maneras de gesticular, atacar y eliminar a sus víctimas y presentarlas como únicas responsables de su desgraciada suerte. Obligó a los Judíos a llevar del lado del corazón y al descubierto la estrella que hacia visible la señal del estigma de inferioridad, humillación y sufrimiento. Para un judío tapar la estrella que lo marcaba implicaba hacerse responsable de su tragedia, ser trasladado a un campo de concentración y al poco tiempo aparecer legalmente muerto según los registros que firmaban los funcionarios dejando como causa alguna supuesta insuficiencia cardiaca o la aplicación de la ley de fugas.

 

       La cruz gamada portada por los nazis, era,  en cambio, una señal de victoria y superioridad, se llevaba en el brazo y se exhibía con orgullo en edificios, oficinas, vehículos, cuadros y enormes banderas, símbolo de un poder arbitrario, arrogante, cruel. Llevar la cruz gamada concedía patente de impunidad, porque los asesinos se autoproclamaban superiores, defensores del orden, para fijar las reglas e imponer a sus víctimas las conductas, maneras de actuar, mirar, vestir y hasta abotonar sus abrigos y, además gozaban de libertad para someterlos, provocarles dolor, despojarlos de sus bienes, degradarlos y agredirlos sin piedad. La estrella del judío atraía la maldad del enjambre de funcionarios y militares nazis, ávidos de colaborar con el Reich, encontrando en sus víctimas una excusa para mostrarse implacables, en su creencia de raza superior y demostrar con barbarie su lealtad al Furher.

 

La estrella anunciaba el horror que debería caer sobre la víctima, marcada y acusada de haber inventado la guerra (de la que fue su víctima) y de ser la desgracia del mundo, el origen de todos los males. Estas perversas y falsas imputaciones le resultaban suficientes al nazi para descargar su odio y desprecio contra sus debilitadas víctimas. Era natural para el nazi tratar a los marcados como a cerdos, como a plaga, asumirla como una peste para descargar su maldad. La lengua nazi repetía que no era una guerra contra una nación, ni contra un ejército, sino contra una raza, contra una visión del mundo, contra un tipo de ser humano al que había que atacar donde se presumía que podría estar y si no estaba allí había que inventarlo para mantener viva la semilla del odio y la agresión.

 

Trump en su expresión de Furher del Reich Americano y Uribe sin trono pero con suficiente poder para enredar la paz firmada, representan cada uno en su escala de intervención geopolítica a obsesionados artífices de la reproducción del odio y del horror. Reinventan la crueldad y la promueven a la sombra de la llamada civilización que palidece y en cambio de repudiar el terror y la muerte balbucea ante el espectáculo (universal o local) ofrecido con sangre ajena, con ejércitos de drones, misiles, virus y alta tecnología, para validar el experimento con las victimas ya marcadas como los nuevos enemigos. Trump hace girar su ruleta, ataca por todas partes, busca el hilo más débil, sabe que al final se detendrá en los inmigrantes escogidos como nueva plaga, nuevo enemigo creado por la política criminal americana, sobre el que provocará sufrimiento donde el mercado indique. Trump requiere inmigrantes para existir, Hitler requirió judíos, Uribe en Colombia requiere Farc.

 

 El enemigo creado para este siglo es difuso, lo que le permite a los gobernantes un margen de maniobra amplio y fuera del alcance del DIH, porque borra diferencias entre civiles y combatientes y configura la perversa idea de daños colaterales, aplicada a males menores para evitar supuestos daños mayores. Al enemigo no lo determina un hecho criminal, sino que es diseñado en laboratorios de expertos (como la solución final del exterminio judío) y presentado públicamente por el Furher que decide quien, qué y porqué debe ser ese el enemigo y declara la guerra contra él (inmigrante, comunista, anticapitalista o cualquiera sea persona natural, grupo, pueblo, estado o nación). Trump desde el gobierno y Uribe desde su estrategia de poder, son claros exponentes del Furher respecto a su opinión de que a las masas hay que mantenerlas en la estupidez y disuadirlas de cualquier reflexión y machacar siempre las mismas teorías simplistas  que no pueden ser refutadas desde ningún lado. Los dos se esfuerzan por crear un lenguaje, unos hábitos, un estigma, una señal y centrar su obsesión en un único enemigo al que prometen combatir hasta su fin, y anuncian cínicamente que son los otros los están en guerra contra ellos y que por honor y lealtad a unos valores, se les debe perseguir y exterminar. Para convencer predicen las catástrofes que podrían causar sus enemigos y repiten que lo peor está por venir si no se destruye al enemigo. Llaman a que cada persona se haga responsable del destino de la patria y del futuro y en consecuencia asuma con fe ciega su tarea de enfrentar al enemigo (lo judicialice, encarcele, difame, destierre, persiga, agreda, violente o mate) y tenga presente que la víctima es la culpable bajo la excusa de que la guerra la inventaron ellos, las propias víctimas. 

 

 El centro político de Trump son los inmigrantes y el de Uribe las Farc, ellos pusieron la marca al enemigo y lo acusan de todas las inmoralidades y llaman a indignarse y a mantener abiertos los ojos para encontrar en cada lugar a ese enemigo del que necesitan para existir. El primitivismo intelectual de Trump y Uribe y su astucia calculadora les permite crear lealtades entre quienes con el mismo primitivismo aceptan ser guiados para repetir el libreto del odio, glorificarlo y tener una razón política para existir. El odio es incubado en una amplia franja del pueblo engañado con triunfos de guerra y patriotismo exacerbado por la doctrina del odio, que entre decepciones y desesperanzas quiere cambios pero al no identificar claramente cuales ni de qué manera, cae en la seductora tentación de seguir al guía a quien atribuyen incluso fuerzas mágicas para alentar la promesa de salvación.

 

Trump y Uribe, identifican un común denominador inextirpable, similar al de la raza aplicado en el holocausto, que está en el origen (inmigrante, rebelde) del que emana su modelo de sociedad y de estado, empujado desde cargos, representaciones y posiciones sociales por sus seguidores y propagandistas que distribuyen hábitos de pensamiento y modos de actuar contra los enemigos ya focalizados, a los que como a chivos expiatorios deben mantener vigentes para mostrar su poder y su crueldad y probar su experimento de exterminio. Trump con los inmigrantes y Uribe con las Farc aseguran su propia existencia ya que si dejaran de existir invalidarían la excusa para impulsar el odio.

 

 Trump y Uribe mantienen viva su astucia obsesiva y demencial para dar las instrucciones pérfidas y descaradas que diseminan sus propagandistas (siguiendo a Goebbels y JJ Rendón) para hacer realidad la ley suprema del Furher de hacer que sus oyentes no se planteen un pensamiento crítico, porque todo lo dicen de manera simple, con verdades a medias que estimulan a estar listos a atacar al enemigo rebelde, indomable, insumiso. Crear un único enemigo, focalizarlo, centrarlo, repetir mil veces la misma mentira sobre él y englobarlo en una cosmovisión falseada, pero fácil de seguir define la ruta del odio. El Furher así lo hizo al definir al judeo-marxista, judeo-bolchevique, judeo capitalista, judeo-artista, es decir, el enemigo judío que se podía combinar con cualquier adjetivo, de manera que toda rivalidad de donde quiera que viniera se asociaba a un único enemigo.

 

El uribismo en su exposición Nacional de Ultraderecha se centra en Farc. Reproduce un único mensaje para todos los temas con la fórmula: Tema más Farc (T+F=enemigo), los derechos de diversidad y diferencia son reducidos a ideología de género más Farc; laicidad, reducida a ateísmo más Farc; resistencia y rebelión reducidos a terroristas Farc. Lo importante de la lengua propia del Nacional Uribismo es despertar un instinto innato, que no es siquiera un afán de poder en sí mismo, sino un odio que solo pueda desaparecer eliminando a quien se odia, lo que acentúa su necesidad de llamar a que cada uno participe del exterminio al que hay que llegar por todos los medios.

 

P.D. Ya hay una lengua NazionaleUribista, el problema está en confluir en unidad para detenerla...

 

  

 

[1] Cfr. Klemperer, Víctor. LTI, La Lengua del Tercer Reich, Minúscula, Barcelona, 2007.

https://www.alainet.org/es/articulo/184838
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