Juan Manuel Santos: El sicario de los EEUU para una intervención en Venezuela

18/05/2017
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Juan Manuel Santos Calderón, actual Presidente de la República de Colombia, está dando muestras contundentes de su decisión firme de convertirse en un sicario de la geopolítica de los Estados Unidos de América.

 

Hasta ahora el gobierno de Santos había asumido una diplomacia ambigua –más bien esquizofrénica- respecto a Venezuela. Mientras por una parte exhibía un discurso prudente e imparcial en los escenarios bilaterales y multilaterales, por otra parte, emitía comentarios injerencistas en torno a nuestros problemas internos (los cuales nos competen exclusivamente a nosotros), e incluso, se permitía afirmar que en Venezuela hay una crisis humanitaria, concepto idóneo para propiciar una intervención en el orden mundial actual.

 

Pero desde hace un par de meses se ha evidenciado una nueva tendencia en la política de Santos hacia Venezuela. El tono confuso y contradictorio ha sido sustituido por una actitud de intromisión explícita y obscena en los asuntos internos venezolanos. Desde entonces, realizar declaraciones injerencistas se ha convertido en una práctica frecuente del gobierno de Colombia.

 

De la posición ligth –muchas veces repudiada por dirigentes de la derecha venezolana-, que no pasaba de una narrativa tergiversadora de la realidad, el gobierno de Santos ha transitado a la participación directa en una conjura con otros once (11) países del hemisferio para violar la soberanía venezolana y para crear las condiciones que permitan la imposición de sanciones y de hostilidades multilaterales –siempre dirigidas por Estados Unidos- contra Venezuela en la Organización de Estados Americanos (OEA).

 

Posteriormente ha emitido reiteradas declaraciones inamistosas y se ha inmiscuido de manera indecorosa en asuntos internos de Venezuela. Por ejemplo, se ha alineado con los factores de derecha en torno a la convocatoria a Asamblea Nacional Constituyente realizada por el Presidente Nicolás Maduro;  ha emitido juicios que tergiversan la realidad y exponen a Venezuela como un régimen dictatorial ante la comunidad internacional; ha insinuado la necesidad de aplicar la Carta Democrática contra nuestro país; y por último, probablemente lo más grave, ha sugerido la organización de una fuerza multinacional para la creación de un canal de ayuda humanitaria a través de la frontera colombo-venezolana (ya es sabido cuáles fueron los resultados de este tipo de mecanismo intervencionista en países como Libia y Siria).

 

Por si fuera poco, el gobierno de Colombia a través de su canciller María Ángela Holguín, ha llegado al clímax injerencista al afirmar que Venezuela “no es un país viable”[1], y la misma alta funcionaria solicitó a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) poner atención a la crisis venezolana. Esta acción hostil y tendenciosa representa una afrenta a la relación bilateral, y un menosprecio hacia los organismos multilaterales de la región.  

 

Otra acción notablemente inamistosa asumida por Colombia durante los últimos días, consistió en el retiro de su Embajador en Caracas de manera indefinida porque en Venezuela “se pasó una raya”[2] en referencia a una sentencia –ya revertida- del Tribunal Supremo de Justicia. Según esa lógica, Venezuela debió cortar relaciones con Colombia desde hace mucho tiempo, pues ese país ha cruzado todas las rayas y las grietas imaginables en materia de Estado de Derecho, democracia y Derechos Humanos con la denominada para-política, el terrorismo de Estado y un largo etc.

 

Por cierto, en recientes declaraciones la Canciller afirmó que la situación no se definirá sino después de la reunión de Cancilleres en el Consejo Permanente de la OEA del próximo 31 de mayo, reunión que fue concebida y se prevé a todas luces como un linchamiento político hacia Venezuela, así que no es difícil imaginar cuál será la nueva orientación de la política exterior de Colombia hacia Venezuela.

 

Las últimas acciones del gobierno de Santos en relación con Venezuela, expresan su intención de seguir de manera disciplinada los lineamientos de la política exterior de los Estados Unidos. La reunión con Trump, prevista para el 18 de mayo de 2017, ha incluido a Venezuela como tema sustantivo en la agenda. Tal situación es una muestra del desprecio de los dos mandatarios al Derecho Internacional y al Derecho a la Autodeterminación de los Pueblos.

 

Según voceros del gobierno de los Estados, Trump quiere que “Santos adopte un tono firme frente al gobierno de Nicolás Maduro y lo refleje en sus actuaciones ante los mecanismos multilaterales”, y que Colombia asuma un rol importante en “la restauración de la democracia” en Venezuela[3].

 

El desarrollo de los acontecimientos más recientes permite inferir que Trump emplazó al presidente Santos - en su conversación telefónica en Febrero[4]- para que modificara su posición dubitativa hacia Venezuela, y también que en la Casa Blanca le encomendará la tarea de intensificar las hostilidades hacia nuestro país en todos los escenarios y todas las dimensiones (la asamblea de cancilleres de la OEA será un espacio idóneo para que el gobierno de Colombia certifique su lealtad a los designios de los Estados Unidos).

 

Es lógico y previsible que Santos, por su condición de clase y sus convicciones ideológicas, siempre haya estado subordinado a los intereses norteamericanos[5]. Sin embargo, la adjudicación de un premio Nobel de la Paz –y su delirio de grandeza de pasar a la historia como el estadista que logró la pacificación de Colombia-, parecía que podían influir en una actitud cautelosa para no manchar su nombre ante la historia con un papel como el que le va a asignar Trump en Washington, el triste y mediocre papel de convertirse en un sicario del intervencionismo y en una ficha de ajedrez de una posible agresión bélica contra el pueblo venezolano. 

 

            Triste papel el de Juan Manuel, pues tendrá que cargar con la responsabilidad de tan lúgubres acciones ante la historia. Lo más triste es que sabemos que él es apenas un instrumento. Él no decide, es el establishment colombiano  -vinculado orgánicamente al capital monopólico transnacional-, el que determina las políticas de ese gobierno. Entonces es doblemente triste el papel, pues además de sicario también resultó ser –fiel a la tradición oligárquica y lacaya de la clase política de ese país- una marioneta del imperialismo.

 

La historia sabrá juzgar. El pueblo venezolano seguirá en resistencia y en defensa de nuestro derecho de vivir en paz y el derecho a nuestra autodeterminación. Los pueblos de Nuestra América, no van a callar y no van a permanecer pusilánimes ante una agresión contra Venezuela.

 

https://www.alainet.org/es/articulo/185576?language=en
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