Cardenal de una Iglesia martirial
- Opinión
Comentábamos la semana pasada, que un significativo hecho eclesial había ocurrido en el país, al llevarse a cabo la XXXVI Asamblea General Ordinaria del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), inspirada en los mártires y en la tradición de una Iglesia de los pobres. Y luego, otra gran noticia para la Iglesia salvadoreña, también de carácter histórico: el anuncio que hizo el papa Francisco del nombramiento, como cardenal, de monseñor Gregorio Rosa Chávez. La primera reacción – de quien no solo será el primer cardenal que tiene El Salvador, sino también el primer obispo auxiliar elevado a ese cargo – fue calificar su nombramiento como “un regalo de Dios y de monseñor Romero”.
Como sabemos, Rosa Chávez fue un cercano amigo y colaborador de monseñor Romero y, posteriormente, como obispo auxiliar, se destacó por ser un fiel y competente apoyo de monseñor Arturo Rivera y Damas, en los momentos más difíciles del país y de la Iglesia. Por ello, al fallecer este último, se estimaba que el sucesor natural tenía que ser monseñor Rosa. No fue así, porque a veces la institución eclesial se ha dejado influenciar más por los intereses mundanos que por la fuerza del Espíritu. Pero hoy, gracias al papa Francisco, se reconoce una labor de más de 30 años, en los que, como obispo auxiliar, ha servido a la Iglesia y al pueblo salvadoreño en la consecución de la paz y la justicia. Dos tareas en las que, de manera creativa y persistente, ha dado sus aportes pastorales. Sin olvidar, que monseñor Rosa ha sido uno de los principales impulsores de la beatificación y canonización de monseñor Romero, desde las iniciales etapas, cuando eran pocos los que tenían el coraje de proclamar la santidad profética del arzobispo mártir.
De los nuevos cardenales – entre ellos nuestro obispo auxiliar – el papa espera que “sean auténticos servidores de la comunión eclesial […] y que, por su testimonio y su consejo, [lo] sostengan más intensamente en [su] servicio de obispo de Roma…”. Sin duda, que el papa encontrará en monseñor Rosa, un cardenal que tiene una trayectoria de pastor, cimentada en los que él considera sus dos grandes maestros: Romero y Rivera Damas. Dos arzobispos que hicieron propia la causa de los pobres; el primero lo hizo hasta el martirio. Monseñor Rosa ha insistido en que este legado martirial hay que recogerlo y mantenerlo vivo. En esta línea, ha recordado que el papa Francisco se ha pronunciado por una Iglesia pobre y para los pobres, y que, justamente, “la utopía de Iglesia que nos predicó y que nos dejó como herencia monseñor Romero, es una Iglesia que opta por los pobres”. Y a renglón seguido exhorta: “hay que recuperar esa utopía de Monseñor Romero”.
Todo parece indicar que estos nuevos nombramientos se enmarcan en la decisión del papa, de poner en marcha la reforma de la curia vaticana. El obispo de Roma ha expresado claramente su preocupación por lo que él llama las tentaciones a las que está sometida la curia, esto es, “sentirse indispensables y necesarios, dureza de corazón, carrerismo, mundanización, búsqueda de riqueza, y Alzheimer espiritual”. Frente a estas tentaciones ha propuesto la colegialidad. En este sentido, en abril de 2013, designó una comisión de ocho cardenales (C8) para estudiar la reforma y la transformó en su órgano consultivo de gobierno. En esa ocasión Francisco explicó cuál sería su método y perspectiva de trabajo. Sus siguientes palabras son programáticas e indicativas de un cambio sustancial.
He decidido como primera medida nombrar un grupo de ocho cardenales que sean mi consejo. No cortesanos, sino personas sabias y que comparten mis sentimientos. Esto es el comienzo de una Iglesia con una organización no solo vertical, sino también horizontal.
El papa hablaba de una transformación de fondo: fomentar la colegialidad y no el centralismo; seleccionar como consejeros a personas sabias, sensibles, comprometidas con la justicia para el pobre (pastores con olor a ovejas, a libros, con visión esperanzada de la vida), no gente frívola, servil e interesada; mantener el diálogo continuo entre pastores y fieles, no la relación clerical que distancia y excluye. Hacer operativos estos cambios requiere de un “espíritu” que guíe y anime. La centralidad dada a la Iglesia de los pobres y al testimonio de los mártires, es garantía de que se ha escogido el mejor espíritu de la tradición cristiana.
Monseñor Gregorio conoce esa tradición por experiencia y por opción. Sin duda que puede ser un consejero idóneo para el papa. Él conoce desde dentro lo que el documento de Aparecida describió como el testimonio cristiano de tantos hombres y mujeres [mártires] que “con valentía han perseverado en la promoción de los derechos de las personas, fueron agudos en el discernimiento crítico de la realidad y creíbles por la coherencia de sus vidas”. Rosa Chávez no solo conoce esta tradición, sino que ha sido parte de ella. Tuvo una destacada actuación en el proceso de diálogo y negociación que llevaron a los acuerdos de paz en 1992; cuando el ejército cometió la masacre de la UCA, monseñor Rivera y Rosa Chávez, afirmaron con contundencia que todo indicaba que el ejército había cometido ese crimen; en medio de los desastres socio naturales, el obispo auxiliar exhortaba a ver el país desde tres perspectivas: la inhumana pobreza prevalente, la reacción solidaria del pueblo ante la emergencia, y desde la triple vulnerabilidad que caracteriza a la sociedad salvadoreña: económica, social y ecológica. Por esta misión pastoral profética, tanto Rivera Damas como Rosa Chávez, recibieron amenazas de los escuadrones de la muerte. Pero su coherencia testimonial se mantuvo firme. Sin duda que monseñor Gregorio Rosa Chávez, será un cardenal de una Iglesia martirial.
- Carlos Ayala Ramírez es profesor de teología del Instituto Hispano de la Escuela Jesuita de Teología en San Francisco California.
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