Reflexiones a la luz de la controversia del Ministerio Público con VTV
- Opinión
Desde marzo del presente año, Venezuela tiene en el ruedo político un particular conflicto. Más allá de las consecuencias institucionales del mismo y de la gravedad política quiero referirme hoy al asunto de las verdades. Ahora, puestas en la escena.
La palabra verdad, del latín veritae, es un asunto muy complejo. Tanto que hoy nos preguntamos si las leyes de la física o las verdades de la astronomía son absolutas porque la tecnología nos permite ver cosas que estaban vedadas a los grandes genios que con intuición e inteligencia descubrieron este mundo.
La verdad es aún más difícil de lograr en el mundo de las ciencias sociales que para acercarse a desarrollado complejos modelos. Por eso es todo un asunto incluso pensar de que va el deber de decir la verdad.
En nuestro campo, en líneas muy generales, se trata de lograr una versión de los hechos que constituya una proposición que no se puede negar racionalmente, lo que lleva a un complejo proceso de construcción que es en todas sus fases controvertible.
¿Es verdad lo que dicen los medios? Es bastante improbable. Su ética exige intentar acercarse a una información veraz pero está siempre será una versión de la historia por lo cual es tan importante el asunto de las fuentes, de la captación audiovisual y sobretodo de la responsabilidad ulterior de quienes la publican, acompañada con los derechos a la defensa, por la vía de la réplica, que tienen todas las personas a las cuales esta historia toque.
Por ello, se trata de un ejercicio profesional impregnado por el genérico deber de la buena fe y de la probidad propia y hacia la sociedad. La verdad de los noticieros tiene una relación tensa con la verdad de los juicios. De allí, que este sea un tema que se estudia desde el campo de los derechos humanos.
Los medios construyen una posesión de estado criminal, su señalamiento al llegar a la colectividad, puede generar que la gente adopte esa versión sin depurar como una verdad absoluta, lo cual no tan sólo puede que no sea sino que en sentido estricto, ni siquiera tiene como garantizarse que sea.
Nuestro modelo cultural, tras pasar varios ensayos, llegó a la idea que la reconstrucción de un suceso de interés penal es tan sólo posible mediante un juicio caracterizado por la confrontación de posturas y de elementos probatorios. La verdad exige un ejercicio profesional multidisciplinario que se ofrece a la luz del público a un funcionario experto en la aplicación del derecho. Por ende, la verdad no es tampoco un asunto que logre determinar un fiscal al cual el derecho tan solo le exige –lo que no es poca cosa- demostrar ante un juez la existencia de elementos suficientes como para que pueda sostenerse un juicio.
Lo que maneja un fiscal, al cabo de una investigación que es un proceso largo en el que actúan distintos sujetos en diferentes roles, es una versión de los hechos contra la cual se desarrollan todas las presunciones legales porque recordemos que en nuestro país todos son inocentes hasta que se demuestre lo contrario.
El fiscal puede entonces manejar una segunda verdad que le es propia pero la maneja bajo la luz de un principio de objetividad que le exige que en caso que alguien le diga o algo sugiera que puede existir otra versión de los hechos, debe investigarlo también porque no puede trabajar con saña.
Al terminar una acusación y nacer un juicio se da el teatro moderno de la determinación de los hechos y de los culpables. Esta primera fase puede –aunque sea raro- terminar con una versión que todos acepten. Normalmente de allí comienza toda una batalla por exigir considerar aspectos que un primer juez no vio.
Esta verdad es procesal y humana, se adopta con el perdón de Dios en caso de errores, bajo el dogma de que alguien ha de pagar y salir de la sociedad. Muchas veces, la ciencia demuestra que lo que con tanta seguridad dictaminó un juez no era cierto y por eso, por ejemplo, son tantos los juicios en el mundo que castigaron con la pena de muerte a alguien que terminan con excusas públicas y compensaciones económicas.
Por ello, observamos que en la pugna política hay sujetos que buscan deconstruir la demarcación de los roles. Algo no es cierto porque lo diga un fiscal ni siquiera con palabras altisonantes ni con manejo de utilería no debidamente resguardada como evidencia. Por mucho que la imagen impacte. Tampoco tienen los periodistas el deber de llegar a la verdad absoluta, tienen el deber de informar con ética y de hacerse responsables por excesos o señalamientos injustos.
Lamentablemente vivimos en tiempos donde ser el titular importa más que la verdad y algunos están en plena carrera por devenir superhéroes al mejor estilo del Capitán América, imponiéndonos a todos el deber de meditar los hechos al crisol de las estructuras tanto como bajo la lógica de los intereses.
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