Absurdum scientia incongruenci:

Universidad y banalidad del saber

14/06/2017
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Artículo 21.- Requisitos del personal académico titular principal 1 de las universidades y escuelas politécnicas.-:

 

1. Tener grado académico de Doctor (PhD o su equivalente), en un campo de conocimiento vinculado a sus actividades de docencia e investigación, reconocido e inscrito por la SENESCYT con la leyenda de “Título de Doctor o PhD válido para el ejercicio de la docencia, investigación y gestión en educación superior”…

 

3. Haber creado o publicado doce obras de relevancia o artículos indexados en un campo de conocimiento vinculado a sus actividades de docencia o investigación, de los cuales al menos tres deberán haber sido creados o publicados durante los últimos cinco años…

 

Artículo 64.- Promoción del personal académico titular principal investigador de universidades y escuelas politécnicas.-

 

a) Haber creado o publicado al menos veinte obras de relevancia o artículos indexados en el campo de conocimiento vinculado a sus actividades de docencia o investigación en centros de educación superior o en instituciones de investigación de prestigio, …

 

2. Para la promoción del personal académico titular principal investigador 2 a titular principal investigador 3, se acreditará:

 

a) Haber creado o publicado al menos veintiocho obras de relevancia o artículos indexados en el campo de conocimiento vinculado a sus actividades de docencia o investigación …

 

Requisitos para la promoción de personal académico titular principal 4 a personal académico titular principal 5 de las universidades y escuelas politécnicas.

 

3. Haber creado o publicado al menos cincuenta obras de relevancia o artículos indexados en el campo de conocimiento vinculado a sus actividades de docencia o investigación ...

 

RPC-SO-037-No.265-2012
PROPUESTA DE REFORMA AL REGLAMENTO DE CARRERA Y ESCALAFÓN DEL PROFESOR E INVESTIGADOR DEL SISTEMA DE EDUCACIÓN SUPERIOR

 

CONSEJO DE EDUCACIÓN SUPERIOR

 

REPÚBLICA DEL ECUADOR

 

 

 

Quizá en este tipo de textos (o artefactos dirían Deleuze y Guattari) puede distinguirse el pathos de nuestro tiempo. Una exégesis ad absurdum de la razón cuantitativa. Una apuesta irracional, simbólica e ideológica en la que, como pontifica la microeconomía, más es siempre preferible a menos. Por ejemplo, en el reglamento se lee en diferentes artículos .- Promoción del Personal: Principal 1: “Haber creado o publicado doce obras de relevancia …” Principal 2: “Haber creado o publicado al menos veinte obras de relevancia …” Principal 3: “Haber creado o publicado veinte y ocho obras de relevancia”… Principal 5: “Haber creado o publicado al menos cincuenta obras de relevancia…”. Quizá, como decía Bolívar Echeverría, sea el ethos barroco que nos acompaña como un pesado fardo de una modernidad que no se atreve a mostrar su rostro de Hidra, pero hay una creencia absoluta en lo excesivo, en lo recargado, en lo imposible, una creencia que no tiene ninguna lógica y que, finalmente, no conduce a nada, pero que está ahí, como el paraguas y la máquina de coser en la mesa de disección de Lautréamont, quizá evidenciando el absurdo y la desmesura como condiciones de normalidad en un tiempo histórico desgarrado por sus propias contradicciones.

 

Una sociedad atravesada por racismos atávicos, por comportamientos rentistas, por simulaciones cotidianas, pero dispuesta a sacrificar a su propia realidad en textos imposibles pero que tienen tras sí la doxa del nomos. La retórica tiene un nombre para este tipo de artefactos: adínaton. La enumeración de hechos imposibles como absolutamente normales.

 

Pero no es solamente el reglamento para las universidades lo que produce esta sensación de extrañeza, este artefacto, en realidad, es la expresión de un momento y de circunstancias que se remiten a la globalización neoliberal y a la pérdida de sentidos de trascendencia en la modernidad líquida: la producción en serie de un conocimiento banal e intrascendente. El conocimiento como simulacro y la universidad como tramoya. Todas las universidades en mayor o menor medida, sobre todo luego de las reformas de Bologna, están condicionadas a crear artefactos como éste, y a producir otro adínaton más, otro simulacro. A recrear la lógica del absurdo como algo corriente y administrativo. A crear laberintos disciplinarios para toda disidencia teórica. A plegarse a las prerrogativas del poder.

 

En la historia del pensamiento de la humanidad, crear una sola idea de relevancia a veces es demasiado. La mayoría de aquellos pensadores que dejaron su huella en nuestra memoria y en nuestro saber, generalmente pronunciaban una sola idea (de relevancia) antes de sumergirse en la noche del mundo. Publicar una sola obra de relevancia que “aporte al conocimiento” requiere de mucha humildad, de mucha intuición, de mucha paciencia, de mucho esfuerzo, de mucha disciplina teórica, de mucha imaginación y, sobre todo, tiempo. Las ideas que nos han cambiado, que nos han obligado a mirar de otra manera nuestro mundo, nunca fueron ni “inter” ni “trans o multidisciplinarias”, simplemente fueron ideas comprometidas con su tiempo, con su historia, con su presente y su futuro. Fueron producto del esfuerzo, la genialidad, la intuición, el arrebato, la epifanía, el compromiso, la sagacidad, la imaginación. A veces tardamos mucho tiempo en reconocerlas y aceptarlas, porque cuando fueron enunciadas desafiaban al orden e incluso fueron calificadas de subversivas.

 

Ahí tenemos a Wittgenstein declarando con sencillez que de aquellas cosas que no se pueden hablar es mejor callarse, o Gödel demostrando a los 24 años la incompletitud de las matemáticas, o Marx dejando a la roedora crítica de los ratones la concepción materialista de la historia, o Nietzsche en pleno furor de la locura declarando la muerte de Dios, o Kant y su exagerada puntualidad, o Benjamin dejando sus últimas letras en la frontera antes del suicidio. Le debemos a la generosidad de Platón el conocimiento de Sócrates (que jamás escribió nada) y a la persistencia de Andrónico la obra de Platón.

 

Es de imaginar que con los criterios actuales de doxa y disciplinamiento al pensamiento, en donde los censores del saber dan su visto bueno a la creación teórica (los pares ciegos) habría sido imposible que contemos, entre otras, con obras como la Teoría General de Keynes. Si los que redactaron este artefacto conocían a Kuhn, o a Lakatos, sabrían que toda comunidad científica defiende su paradigma y que entregar a una comunidad científica la definición de los contenidos de su propia ciencia implica la decadencia y la muerte in nuce de todo cambio paradigmático. Si hubiesen leído a Heidegger sabrían que “el nivel de una ciencia se determina en la medida en la cual ella es capaz de una crisis de sus conceptos fundamentales”.

 

Este artefacto que enumera los adínaton y que ni siquiera es consciente de ello, recuerda la extrañeza de Michel Foucault cuando leía a Borges y su supuesta “Enciclopedia china” en donde los animales se clasifican en “a) pertenecientes al Emperador; b) embalsamados …, h) incluidos en esta clasificación; …, j)innumerables, k) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, m) que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen moscas …”. Foucault se sorprendía que esto sea posible, y se demandaba por el absurdo y su noción de normalidad en su enumeración coherente y lógica. Es esa sensación de absurdo la que produce leer un texto que tiene una intención normativa y prescriptiva para los docentes de las universidades pero que linda los niveles del esquizo: “haber creado o publicado doce … veinte … veinte y ocho … cincuenta … obras de relevancia…”. Un vértigo de cifras que nada tienen que ver con el conocimiento, con la inteligencia y con la ciencia. Una exageración que conduce a la devaluación del pensamiento. Que lo somete a una praxis cuantitativa en donde se sacrifica, precisamente, la inteligencia humana. Este artefacto revela la decadencia del pensamiento y la emergencia del absurdo como condición de posibilidad para toda verdadera creación teórica en el capitalismo tardío. Demuestra la conversión de las universidades en centros de producción en serie de un conocimiento banal, y sabemos desde Hanna Arendt que la teodicea del mal siempre se refugia en la banalidad.

 

En estos momentos, si queremos innovación, creatividad, imaginación, inteligencia, compromiso, y nuevas respuestas que den cuenta de lo que somos, de lo que necesitamos, de lo que queremos, de lo que soñamos, tenemos que ver por fuera de la universidad, por fuera de sus circuitos de producción académica, por fuera de sus reglamentos, por fuera de su doxa. El pensamiento que la humanidad recordará de aquí a algunos años, muy probablemente no será producido por ninguna universidad. Nacerá en revistas, en textos, en blogs, en libros no indexados, no controlados, no disciplinados. Será un conocimiento comprometido con su tiempo y no con los requisitos administrativos que nacen desde el poder. Nacerá desde la libertad, desde la negación, desde la anarquía, desde el deseo, desde el compromiso con lo humano, lo demasiado humano.

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/186176
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