El tablero de Shangai
- Opinión
El pasado jueves 29 de junio el Ministerio de Comercio de China informó sobre un acuerdo dirigido a evaluar la factibilidad de una mayor vinculación entre la Iniciativa Un Cinturón-Un Camino (BRI por sus siglas en inglés) y la Unión Económica Euroasiática (UEE), asociaciones promovidas por Beijing y Moscú respectivamente. La declaración se hizo un día antes de una reunión entre Putin y Xi Jinping y escasas semanas después de la incorporación de India y Pakistán a la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), club que integran las potencias mencionadas en primer término.
La UEE fue impulsada por Rusia como una plataforma regional alternativa a las ofertas compuestas por la Unión Europea y la OTAN (el derrocamiento de Viktor Yanukovych impidió que Ucrania se incorpore como componente de primer orden); progresó como instrumento útil para mantenerse como mediadora y contenedora de las pretensiones europeas en la parte occidental y chinas en su flanco oriental; y sirve como hipótesis de mínima ambición imperial en la geografía que siempre consideró su zona de influencia (la expansión rusa al Asia Central fue contemporánea a la penetración europea en África), desde la cual diseña y reinventa una arquitectura acorde a su historia, necesidades y recursos.
Archivando su visión a favor de una Gran Europa desde Lisboa a Vladivostok, en el Foro Económico Internacional de San Petersburgo del 2013 Putin comunicó una reorientación estratégica de Moscú de Occidente hacia Oriente, la que se intensificó en relación directamente proporcional con las sanciones impuestas por las naciones occidentales. Esta apresurada reorientación, a resultas del contexto, fue bien aprovechada por Beijing para imponerse como fuente de ingresos vital para Rusia e inversora y articuladora de las economías del Asia Central. Con seguridad que Putin no confía que la actual división del trabajo, que preserva a su patria como la potencia militar de la región en tanto erige a China como la potencia económico financiera, se extienda indefinidamente.
Las inversiones infraestructurales chinas en Asia Central amenazan con redefinir la región en función de los intereses (no sólo económicos) del Reino del Medio, degradando el proyecto de la UEE a un frágil corcet defensivo y parroquial. Consciente de la necesidad de que la UEE edifique intereses comunes que trasciendan los estrictamente securitarios, Putin desea la incorporación de India e Irán, por las oportunidades de negocios que pueden habilitar los puertos del Océano Índico y los mercados de África y el Sudeste Asiático. De lo contrario, antes que lograr la urgente diversificación que las economías rusa y del Asia Central requieren se verificará/completará una relocalización industrial a favor de las provincias del occidente chino, oferentes de una mano de obra menos costosa que la habitante en las regiones costeras, con chances de introducir lo producido, en primer lugar, en los mercados más próximos que atraviesa el BRI, en perjuicio de las producciones de Rusia, Bielorrusia, Armenia, Kazajistán y Kirguistán.
Una integración de planes entre el BRI y la UEE fue anunciada en otras oportunidades, y es algo que sintonizó con la aspiración china de crear una extensísima área de libre comercio a partir de las relaciones instrumentadas en la OCS. Fue la resistencia del Kremlin a este proyecto la ventana de oportunidad para formar acuerdos bilaterales entre el gigante comunista y las antiguas repúblicas socialistas soviéticas. Con la incorporación de India y Pakistán a la OCS, es ahora Rusia la más interesada en restaurar aquella amplia iniciativa comercial, mientras opera para adicionar a Irán y estudia el caso de Turquía. A Delhi le sirven las mesas de diálogo en las que puede articular con socios que colaboren para repeler, contener o reformular los objetivos de China, su principal rival estratégico en Asia, por otro lado ni ella ni Islamabad podían quedar fuera de un club securitario de esta envergadura, que integre a una u otra, principales rivalidades de proximidad y cotidiano corto plazo.
China ha manifestado conformidad con la inclusión de Irán a la OCS. Turquía, como miembro de la OTAN, despierta otras hipótesis y suspicacias. La incorporación de Estambul, sugerida reiterada veces como alternativa a la Unión Europea por el propio Erdogan, es motivo de preocupación justificada en municipios como París y Berlín, implica “ceder” una de las más potentes fuerzas armadas con que cuenta Europa, que es también primera línea de defensa contra Rusia y de contención de las humanidades migrantes. Los asesores y decisores europeos más cautos o paranoicos con la avanzada china en el Viejo Continente, especialmente en los países de Europa Central y Oriental a través de las bilateralidades del 16 + 1 que omiten a Bruselas, alertarán sobre un cerco creciente, mientras que sus colegas profesionales y emocionales rusos harán lo propio, recordando la competitiva influencia histórica, cultural y étnica de los otomanos en el Asia Central. Sólo se puede conjeturar las complejidades que emergerán entre rusos, iraníes y turcos, no obstante no serían novedosas, desde hace centurias que lidian con ellas, consecuencia de haber sido imperios mucho antes que Estados nación.
Observaciones regionales
El punto final al TPP por parte de Trump, sugiere que tampoco verá la luz el TTIP, acuerdo transatlántico de comercio e inversión entre la Unión Europea y Estados Unidos. La presión industrial, infraestructural y financista china y la retracción norteamericana incentivan a los europeos a relocalizar sus cláusulas, pero en términos verdaderamente asimétricos, en otras regiones.
Los 26 acuerdos comerciales que la Unión Europea tiene con distintos países latinoamericanos, no replicaron con el resistente Mercosur. Registremos que de conseguir esto último, se impone como siguiente paso negociar una armonización de todos los pactos y los estándares correspondientes.
Las principales economías del Mercosur padecen el desafío de los oportunismos bilaterales y convencionales europeos y chinos, como consecuencia de su incapacidad para generar una integración comercial y productiva convincente entre sus miembros. Pero no cuentan ni Brasil ni Argentina con el ascendente militar y la proyección diplomática de Moscú. Las naciones sudamericanas poseen dos inestimables activos: la inexistencia de hipótesis de conflictos bélicos y sus propios pueblos.
El marco global estimula a los europeos a restaurar los despliegues materializados por sus imperios ultramarinos en los siglos XV y XVI, aquellos formidables mongoles de mar. No son los otomanos, esta vez, quienes los empujan a los océanos, sino un régimen comunista que domina el continente del que son breve península, por un lado, y el hegemón americano, por el otro. Puestos a elegir, tal vez no sea descabellado hurgar en la zona de influencia de un águila declinante, antes que arriesgarse, en los bordes chinos, a ser blanco del fuego de un dragón ascendente.
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