En seis meses Enrique Peña Nieto pasó de tener el respaldo de 12 de cada 100 ciudadanos a 20 por cada centenar, si nos atenemos a la más reciente encuesta del Grupo Reforma, formado por el periódico y portal del mismo nombre, además del regiomontano El Norte y el tapatío Mural.

La encuesta arroja amén de la notable mejoría en el apoyo a Peña Nieto –un crecimiento de más de un punto porcentual por mes–, un incremento del 3 por ciento en el apoyo de lo que Reforma denomina líderes.

Fue a partir del gasolinazo del 1 de enero pasado y las movilizaciones de las primeras semanas –sobre todo en la Ciudad de México y la zona metropolitana mexiquense y neutralizadas, al parecer, con base en la promoción oficial de provocadores para auspiciar el pillaje–, cuando la popularidad presidencial llegó a su punto más bajo, 12 por ciento, desde que se mide el respaldo presidencial con Carlos Salinas (1988-94). Esto situó a Peña sólo por encima del golpista Michel Temer, en Brasil, y por debajo de Nicolás Maduro, pero el venezolano es objeto de una campaña oligopólica global en su contra con la imposición de la totalitaria verdad única.

La tan sostenida como notable recuperación presidencial en cuanto a imagen es una corroboración del eslogan oficial “Las buenas noticias también son noticia”, y no sólo para el grupo gobernante como podría argüirse, pues un presidente sin apoyo ciudadano suficiente es objeto de mayores y más eficaces presiones y exigencias de los vigorosos y voraces poderes fácticos de México y de la aldea, así como del todavía poderoso y harto agresivo imperio estadunidense y el aislado e inexperto presidente Donald Trump. Precisamente por su pronunciado aislamiento y el poder que concentra en sus manos es un sujeto sumamente peligroso, como bien lo interpretó Emmanuel Macron y procedió en consecuencia y oportunidad al invitarlo a París.

Si bien queda claro que Enrique Peña muestra una tendencia consistente al alza en el respaldo ciudadano, está lejos de contar con un porcentaje no digamos mayoritario que en el quinto año se antoja imposible, sino una porción grande.

Cierto es que suena a un hecho de mal gusto de la empresa que ordenó la encuesta, la de Alejandro Junco de la Vega, que los resultados se publiquen el día que EPN cumplió 51 años de edad, quien como siempre se refugió en el estado de México para festejarlo.

Sin embargo, cancelaron el recorrido de Peña por el tren de la choricera capital a la Ciudad de México, presumiblemente por la irritación de comuneros y vecinos de Milpa Alta, Magdalena Contreras y otras delegaciones por los daños medioambientales provocados por la obra y porque todo se hace al peor de los estilos del sexenio: sin consulta, bajo engaños, con costos duplicados y muy insatisfactorios resultados en las obras, como lo muestra el socavón del Paso Exprés en la México-Cuernavaca y muchas obras carreteras de quienes juraban “Mover a México”.

Para el cumpleañero, como en 2016, después de recibir toda clase de parabienes, apagar las velas de un pastel y decirse emocionado de celebrar en tierra mexiquense, aseguró: “Yo seré feliz en la medida que México sea feliz”. Felicidad harto difícil de materializar cuando la obra pública sexenal ha sido y aún es, más allá de Gerardo Ruiz Esparza, el camino para que el jefe y su grupo gobernante multipliquen cuentas, bienes e inmuebles. No es casual que 65 por ciento de los 845 líderes entrevistados situaron a la corrupción como el principal problema de México.

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