Elecciones Asamblea Constituyente en Venezuela: Voto masivo por la paz
- Opinión
La oposición intentó todo para detener el proceso. Quemar personas, trancar las calles, amedrentar a los vecinos, ponerle candado a las puertas de salida en las urbanizaciones, incendiar comercios, asesinar candidatos, interrumpir el transporte, dificultar la actividad productiva en varias ciudades, impedir la circulación de alimentos, volar camiones o amenazar a quienes querían votar. Difamar, agredir, asustar. Cualquier método se consideró válido para impedir la realización de elecciones a Asamblea Nacional Constituyente convocadas por el gobierno. Los partidos de la derecha, alentados en el ámbito internacional por una agitación mediática permanente y con la dudosa legitimación provista por la conspiración diplomática de gobiernos de derecha y sanciones unilaterales de EEUU (además del apoyo financiero y dirección general por parte de sus aparatos de inteligencia), creyeron poder derrocar al gobierno y evitar la ampliación de las potestades populares a través de una Asamblea Constituyente.
Lo único que no intentaron los grupos nucleados en la Mesa de Unidad Democrática – unidad y vocación democrática poco visible a estas alturas – fue lo que la mayoría del mundo sensato pedía y el gobierno ofreció repetidas veces: sentarse a una mesa a concertar la convivencia desde visiones políticas radicalmente diferentes.
La escalada tenía sus motivos: la presión instalada debía corroer la paciencia del pueblo, provocando un levantamiento contra el gobierno y lograr además atraer alguna facción rebelde en las Fuerzas Armadas que permitiera un golpe militar o un conato de guerra civil fratricida para abrir las puertas a una intervención multinacional extranjera.
Sin embargo, la estrategia falló. Nada de eso se produjo y la elección de constituyentes se realizó, tal como estaba previsto, el 30 de Julio.
Por último, el miedo, el terror, las barricadas, la destrucción de material electoral, la violencia desatada en algunos sectores o la interrupción del transporte debían culminar en el abstencionismo generalizado. Todo ello también fracasó rotundamente. La movilización organizada, la persistencia en la convocatoria y, sobre todo, la férrea voluntad democrática de una importante, sin dudas mayoritaria, porción de la población, permitieron que millones de venezolanos acudieran a las urnas. Incluso con riesgo y sobreponiéndose a mayúsculas dificultades. Queremos la paz, fue el reclamo y la consigna del pueblo movilizado.
Un testimonio
“Mérida amaneció sitiada de punta a punta, luego de más de 5 días de duras barricadas, malandros guarimberos desatados y dictadura de miedo. Las calles estaban desiertas. Salí de casa casi a hurtadillas. Se supone que nadie debería salir de casa y todo el que lo haga está bajo sospecha. Las calles parecían de Afganistán. Durante la noche los cuerpos de seguridad tuvieron que medirse contra los violentos para poder despejar algunas vías y garantizar cierta movilidad. Tocó caminar. Mi habitual centro electoral es un lugar imposible hoy, pues queda en Las Américas. Así que fui a otro de contingencia. Fui a votar en el Godoy. Al llegar la sorpresa fue de mucha gente en el sitio. Las historias de la cola eran muchas. Una señora de más o menos 60 años me contó que caminó desde El Carrizal hasta el Godoy. Hay que vivir en Mérida para tener la idea de esa distancia caminando en subida. Me impresionó.
Mucho entusiasmo en el centro electoral. Mucha alegría como afrenta al miedo y al terror. Las solitarias horas de la mañana lluviosa se despejaron. Salió el sol. Los alrededores del Godoy se volvieron un va y viene de gente a pie, como hormiguitas. Aparecieron primero las motos. Luego los carros. Llevando y trayendo gente. También comenzaron a aparecer los camiones, full de gente como un camión de evangélicos un domingo. La atmósfera cambió dramáticamente.
Viejitos, discapacitados, jóvenes, llegaron, venían de zonas sitiadas, felices por ir a votar. Llevaban la dulzura en sus sonrisas. Pocas veces uno se encuentra tanta ternura, firmeza y fiereza. El chavismo es una fuerza identitaria muy arrecha. Me siento afortunado.”
Las implicancias de la elección constituyente
En términos regionales, luego del triunfo de Ortega en Nicaragua y de la Revolución Ciudadana en Ecuador, el fuerte apoyo popular a esta elección tan combatida demuestra que las fuerzas progresistas y revolucionarias continúan vivas y son manifestación de organicidad masiva y de una conciencia política ampliada en vastos sectores.
Por el contrario, en los últimos meses, los gobiernos neocons se han debilitado. La popularidad de Lula frente al inmenso rechazo hacia el gobierno ilegítimo de Brasil, la casi segura victoria electoral de Cristina Fernández de Kirchner en las legislativas próximas ante la decadencia social y el debilitamiento veloz de la gestión de Macri en Argentina, los avances en el posicionamiento de la oposición en Paraguay y Honduras, la corrupción que atinge a distintos gobiernos peruanos y amenaza al actual, los financiamientos ilegales en Colombia y la violencia endémica y generalizada en el México de Peña Nieto; todo ello echa por tierra aquella consigna tan publicitada del “fin de ciclo” progresista, con lo cual se conminaba a los pueblos de América Latina y el Caribe a resignarse sin ofrecer resistencias a un nuevo período de expoliación neoliberal.
Venezuela emerge soberana y victoriosa, aunque con una división política en su seno que no augura tranquilidad en lo inmediato. El gobierno sale de esta contienda fortalecido, con la obligación de lograr rápidamente contener a los sectores violentos y efectuar un “giro de timón” inmediato en el control de la especulación monetaria y las dificultades de abastecimiento, no importa si éstas son producidas por la guerra económica o a causa de matrices económicas rentistas de larga data.
Claro está que ni los EEUU ni otros gobiernos aliados-vasallos, ni las corporaciones mediáticas aceptarán la derrota. Aunque en el mejor de los casos acepten una pausa táctica o simulen negociaciones para relajar la tensión, insistirán estratégicamente una y otra vez en su intento de aislar, de condenar, de demonizar, de socavar el enorme peso que tiene la Revolución Bolivariana para la independencia y la integración soberana de la América de los pueblos.
En cuanto a la oposición, habrá que ver si algunos líderes comprenden la situación, varían el rumbo y aceptan de una buena vez tomar la vanguardia de su sector acoplándose al diálogo. Si, por el contrario, insisten en la idea de violentar a la población, terminarán cosechando el repudio de la gente, optando seguramente por tomar el camino del éxodo a la “pequeña Venezuela” en Miami.
El pueblo llano, por su parte, asoma con la Asamblea Constituyente efectivamente a la posibilidad de defender sus conquistas sociales y avanzar hacia un mayor empoderamiento comunal, un modelo político y económico participativo y de co-responsabilidad de alto vuelo democrático. Las demás cuestiones a ser tratadas en Asamblea Constituyente no son menos promisorias. Pero eso tendrá su tratamiento en notas futuras. Por el momento, la conclusión evidente de la elección transcurrida hoy en Venezuela es que la violencia no da rédito. Y la paz, sí.
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