Ejemplificación académica de la debilidad progresista

04/09/2017
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El programa único restaurador y excluyente de las diversas derechas latinoamericanas y sus apoyos imperiales, no se contradice con la plasticidad adaptativa a las circunstancias de cada estado-nación. Pueden apelar a los golpes de estado violentos como en Honduras (2009) o Venezuela (2002), a los golpes institucionales como en Paraguay (2012) o Brasil (2016) para no mencionar los intentos golpistas fallidos en Bolivia y Ecuador. No por ello desprecian la legalidad institucional participando en procesos electorales como sucedió por caso exitosamente en Argentina, aunque el viernes marchamos por la aparición de un desaparecido en la represión de una protesta mapuche. Tal programa puede contener tonalidades adaptadas a cada circunstancia, pero esencialmente es una ofensiva devastadora sobre las poblaciones y recursos naturales con sólida vertebración común.

 

No es la primera vez que aludo en este espacio a las nuevas derechas pero no me detendré en ellas, concentrándome hoy en nuestras propias debilidades, desgajamientos y miserias narcisistas. Aunque no excluyentemente, explican mejor el triste resultado que las astucias y fortalezas del neoliberalismo. Una ofensiva como la de Macri en Argentina, quien no ahorra esfuerzos ni esferas de intervención para implementar un programa de ruina social, económica, política y discursiva, requiere como contrapartida encontrar el punto de máxima acumulación de fuerzas para la resistencia. En este sentido, la experiencia del Frente Amplio uruguayo (FA) merece ser estudiada con detenimiento, aunque no pueda ni deba necesariamente replicarse en cualquier otro contexto de manera mecánica.

 

No hace sino semanas, la posibilidad de responder a la ofensiva articulando algún tipo de bloque antimacrista fue desmentida a través del dispositivo político de primarias obligatorias (“PASO”), donde centenares de listas se presentaron en todo el país. Salvo algunas excepciones, la ciudadanía -que interviene obligatoriamente en las internas, disolviendo la intervención del militante en la elección de las candidaturas- no pudo zanjar interna alguna porque la abrumadora mayoría de las listas contaban con candidatos únicos. Personalmente no participo de las PASO porque, a diferencia del FA, no milito en partido argentino alguno y tengo un gran respeto por la figura del militante y su construcción cotidiana de la vida partidaria. Inmiscuirme en sus asuntos me parece, por principios, una invasión promiscua.

 

Pero más ilustrativo aún de las debilidades propias y de los errores estratégicos, me resulta la actual coyuntura electoral de mi facultad, la de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Un ámbito académico que podría aportar con sus debates y prácticas al mejoramiento de la dinámica política y comunicacional de la sociedad. Sin embargo se muestra cada vez más porosa a las peores maniobras y empobrecimiento político, como lo demuestra la ruptura al interior de la actual gestión. Nunca fue tan necesario un frente único antimacrista, ni más urgente interrogarse por las causas del debilitamiento de la institución, mucho más allá de la sinuosa tendencia que la despuebla matricularmente. La alternativa rupturista, no parece priorizar la confrontación con el macrismo. Por el contrario, incluye una alianza con algunos sectores que, si bien no pertenecen al partido de Macri, integran la entente gubernamental nacional y sostienen el programa regresivo, como el Partido Radical, cuyo nombre no debe confundirse con radicalidad alguna. Si la facultad donde debiera residir la reflexión sobre la vida política, social y comunicacional de las sociedades no puede resistir, dificulto que pueda el amplio espectro social de víctimas de la barbarie vigente.

 

Creo sin embargo que además de una crisis política, se ha venido incubando en la última década una crisis académica e intelectual en torno al sentido de nuestras investigaciones y desvelos interrogativos, que exige una autoreflexión. La propia vida intelectual se ha venido angostando en la última década y no creo que resulte consecuencia exclusiva del macrismo, sino, antes bien, de la genuflexión pasiva de las ciencias sociales y las humanidades ante los formalismos, rutinas, certificaciones y exigencias productivistas de las ciencias duras. No afirmo con esto que no haya trabajos de relevancia, pero se expresan como voces asordinadas, enclaustradas mayoritariamente en formularios y papers consumidos endogámicamente. La reflexión se presenta cada vez más deshilvanada y dispersa en encuentros rituales desangelados o en revistas tan rankeadas como tabicadas e ignotas, aún para un público avisado. No soy ajeno a esta tendencia, al punto de haber fundado una revista inscripta en este campo encriptado. Hasta el propio término intelectual va desapareciendo de nuestro léxico cotidiano para ser sustituido por el de “científico”, como aquel que escribe y expone exclusivamente para científicos, como en las ciencias duras.

 

El kirchnerismo tuvo el mérito de haber creado un ministerio de ciencia y técnica y de haber incrementado el presupuesto del área, aunque colocando al frente a quien implementó la uniformización de las exigencias y metodologías que vienen desarticulando las esferas del conocimiento social al que aludo y los diálogos esenciales entre las teorías y los rescates cognitivos de la empirie. Fue erosionando la cruzada intelectual y transformadora del conocimiento social y la multivariedad no sólo del pensamiento sino también de su expresividad literaria. En ocasión del último ballotage un grupo de investigadores organizó movilizaciones y performances en las principales estaciones de trenes, intentando exhibir el deterioro que sufriría la investigación con la opción macrista. Desistí públicamente de participar evitándome refrendar la política a la que aludo. Jamás imaginé -y sospecho que tampoco los compañeros movilizados- que el mismo ministro Barañao sería reconfirmado en su cargo por el gobierno actual (ratificando con él la funcionalidad a la derecha de la política de ciencia y técnica original) para no sólo continuar con su proyecto desintelectualizador, sino además, profundizándolo con desfinanciamiento.

 

No exento de ironía será recordar el célebre texto de Max Weber, “El político y el científico”, cuando situamos a científicos devenidos políticos en la institución. Allí concebía al poder como la aspiración de la política. Al contrario de ella, la función de la ciencia era, entre otras, la claridad o, si se me permite una bifurcación propia en términos más heideggerianos eximiendo a Weber, el desocultamiento. Me cuesta encontrar esta última vocación en la política de la facultad. Más inmediato me resulta aquello que el sociólogo alemán concebía como enemigo de un político: la vanidad, o en términos más concretos, las ambiciones personales. El romance entre ciencia y política en la academia, pareciera cada vez más infeliz.

 

Al igual que en el FA, en la facultad soy independiente, pero en ambos casos nunca neutral. No participé en la gestación de las alternativas que se dirimen electoralmente y tal vez hubiera preferido otras, pero debo optar. Consecuentemente, en la carrera de sociología apoyaré la reelección de su director porque me constan los esfuerzos que viene haciendo por su reconstrucción y porque siento su espacio mucho más próximo a la tradición político-académica en la que tuve activa participación hace ya más de una década. Y en la elección de la facultad también apoyaré la reelección del actual decano porque no sólo creo que garantiza una más clara oposición al macrismo, aunque no comparta la inscripción ideológica desde la que la formula, pero sobre todo, porque en caso de imponerse, abriría una oportunidad para alentar la construcción de un polo antimacrista, más amplio y pluralista, ya lejos del más ceñido perfil Nac&Pop, que es como en Argentina se suele denominar popularmente al ala progresista del peronismo (por lo demás frecuentemente desteñida y en ocasiones desmentida). Por último, no deja de influirme el conocimiento que tengo de ambos candidatos desde que asistieron como estudiantes a alguno de mis cursos. Lamento que no se apoyen entre sí, pero no acompaño ciegamente recomendaciones contrarias a mis convicciones. Espero que permita suturar el desgarramiento de los afectos que inevitablemente producen este tipo de rupturas, al menos para quienes cofundamos la facultad hace casi 30 años.

 

Afortunadamente algunos pueblos continúan conquistando derechos y libertades, como por ejemplo el boliviano o uruguayo.

 

Desde esta orilla y en cada lugar, hoy nos toca resistir.

 

Emilio Cafassi

Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, cafassi@sociales.uba.ar

 

https://www.alainet.org/es/articulo/187833
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