La sociedad dormida

20/10/2017
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Hace tanto tiempo que se ha puesto de moda hablar todos los días mal del gobierno –si es que en algún momento ese arte ha entrado en decadencia- que parece que algunas partes de la sociedad se quedaron dormidas. Aclaro, hace mucho tiempo que vengo hablando de esto. La guerra psicológica opera para convencernos que nada vale la pena, que nosotros mismos no la valemos y la guerra económica funciona para caotizar nuestra vida que ahora es un tránsito permanente entre la angustia de conseguir un producto y el sobresalto a la hora de –al menos intentar- pagarlo.

 

Con esas condiciones, nos han llevado nuevamente a un ocaso donde parece que el horizonte no queda más lejos que nuestro ombligo, que no hubo en el pasado crisis peor y sobretodo que no hay un futuro posible.

 

Sin embargo, si pudiéramos apagar por un momento tanto agobio y pensar lo que vivimos como lo que es, un momento histórico, podríamos preguntarnos cómo se levantaron las tatarabuelas cuando al país no le quedaba ni la mitad, no lo sostenía más que un par de conucos pero tenían por primera vez una bandera. Eso o cómo sería el amanecer cuando, con el paso de las horas llegó la mala noticia de que habían asesinado a Ezequiel Zamora.

 

¿Cómo mejorará el país? ¿Cómo cambiaremos de esquema económico? ¿De qué forma recuperaremos la simplicidad que habían conseguido algunos trámites indispensables para la vida cotidiana? Si hiciéramos esas preguntas y las lanzáramos al aire, el eco regresaría vacío. La gente está entre ocupada en quejarse, preocupada por sobrevivir y convencida que cualquier esfuerzo es insuficiente, en consecuencia, innecesario.

 

Muchos de los temas que nos preocupan hoy no son responsabilidad exclusiva del gobierno. Incluso para que estemos claros, muchos no se podrían solucionar ni con un cambio de gobierno y requieren que la gente asuma sus propios roles.

 

En esta línea nada me preocupa más que la situación de los niños. Este año han sido monstruosas algunas noticias a este respecto y peor, aquellas realidades que ya para algunos ni siquiera son noticia.

 

¿Una madre mata al hijo para migrar con el novio? ¿Unos niños matan a un militar por entretenimiento? ¿Una gente le paga a unos niños para que alteren el orden público? ¿Una manada de pequeños se pasea por un centro comercial pidiendo comida y en evidente abandono? Todas las anteriores son situaciones del año en curso.

 

La vida de un niño no es responsabilidad primaria del Estado. Es responsabilidad compartida de tres sujetos, uno llamado familia, el otro sociedad y por último del gobierno. Su dimensión de responsabilidad está en no atentar contra su vida y proveer según las capacidades financieras, de manera progresiva, mejores condiciones para su vida.

 

En la situación de los niños que permanecen en la calle intervienen las madres, las abuelas, las maestras, las y los Alcaldes, los policías…, en la indiferencia a veces quienes creen que con darles limosna basta o que con no darles ayudan a que disminuya el problema, los que les pagan para que le hagan una cola y finalmente los que teniendo competencias en la materia prefieren mirar para otro lado.

 

Las asociaciones políticas, religiosas, civiles, de derechos humanos parece que están dedicadas a temas de más glamour como las campañas electorales o ir a hablar en Washington, o, simplemente quejándose de la dura hora que estamos viviendo. Otras felizmente, están en la calle o en los hospitales tratando de mantener su empeño.

 

Es dura esta hora, es cierto. Sin embargo, las horas duras no pasan solas ni nadie escala sólo mirando una montaña primero hay que ponerse de pie y mover las piernas.

 

Por eso hoy escribo para la maravillosa gente de este país que milita o no en la política, que vota a la izquierda o a la derecha, o simplemente no vota, que va a misa o al culto o a ninguna parte, a la que sin duda le hará bien salir a hacer y a recordar un país que tanta crisis les nubló.

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/188751?language=en
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