Egipto: ¿Jaque al general?

30/11/2017
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General Abdel Fattah al-Sissí
Foto: elections-presidentielles.com
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El último viernes 24, un grupo compuesto por unos 30 hombres, en 5 vehículos todo terreno, llegó hasta la mezquita sufí, al-Rawda, en Bear al-Abd, a 40 kilómetros de al-Arish, capital de la provincia Norte-Sinaí, y al momento de finalizar el Salat al Jumuah (la oración de los viernes), el día sagrado del Islam, y tras hacer explotar varios artefactos explosivos caseros, que había colocado en torno al edificio, comenzó a ametrallar a los feligreses que intentaba huir. La operación dejó 305 muertos, de ellos 27 niños y cerca de 200 heridos, concretado lo que se convertiría en el atentado más letal de la historia más reciente de Egipto.

 

El duro golpe contra la comunidad sufí, vertiente mística, de las tantas en que se divide el sunismo, ha puesto en ridículo una vez más a las fuerzas de seguridad egipcias, que desde hace décadas, pero particularmente desde 2014, lleva una guerra contra el grupo ahora conocido como Wilāyat Sinaí  (provincia del Sinaí) anteriormente nombrado como Ansar Beit al-Maqdis (Seguidores de la casa sagrada), que cuenta con unos 1500 integrantes, quienes han hecho su juramento de lealtad o bayat a Abu Bakr al-Bagdadí o Califa Ibrahim, líder y fundador de Daesh, comprometiéndose a “escuchar y obedecerlo”.

 

Tras conocerse el nuevo atentado,  el presidente egipcio, Abdel Fattah al-Sissí, prometió una “venganza brutal” y de inmediato dispuso que aviones del Ejército iniciaran una operación de bombardeos en zonas montañosas de la península, donde se cree se refugian los fundamentalistas.

 

El Sinaí se ha convertido desde el derrocamiento del presidente Mohamed Morsi en 2013, en la zona con más actividad terrorista del país, en el que prácticamente a diario, puestos militares y policiales son atacados por Wilāyat Sinaí, producido un número de significativas bajas a las fuerzas de seguridad.

 

El ex presidente Morsi, del partido Libertad y Justicia, el brazo político de los Hermanos Musulmanes, en sus escasos trece meses de gobierno, promovió políticas neoliberales en lo económico, mientras en lo social y religioso, se acercó peligrosamente al rigorismo wahabita, alentado por la organización fundada por Hasan al-Bannā' en 1928, y se formó políticamente el actual líder de al-Qaeda y heredero de Osama bin Laden, Ayman al-Zawahiri.

 

Wilāyat Sinaí, es la misma organización que en octubre del 2015 atentó contra el avión de pasajeros ruso del vuelo 9268 de la aerolínea Kogalymavia, un  Airbus A321 que transportaba turistas desde el complejo de Sharm el-Sheikh hacía Moscú, matando a los 224 ocupantes. En abril de este año se adjudicaron los dos ataques contra las iglesias cristianas coptas de El Cairo y Alejandría que dejaron 43 muertos y 118 heridos.

 

El reciente ataque a la mezquita recuerda el producido el 16 de febrero 2017 en Sehwan Sharif, en el sur de Pakistán, contra otra mezquita sufí, ataque reclamado por la Wilāyat Khorasan, la organización tributaria del Daesh, que opera en Pakistán y en Afganistán. En esa ocasión se produjeron 88 muertos y 343 heridos. Para los integristas, tanto para al-Qaeda como Daesh, el sufismo está considerado como una secta apóstata, culpable de shirk (idolatría) habiéndose desviado (Bida) de las enseñanza del Profeta, por lo que debe ser eliminada.

 

El atentado más sangriento de Wilāyat Sinaí, contra las fuerzas de seguridad,  se produjo en julio de 2015 con una serie de ataques coordinados, que incluyeron milicianos suicidas, contra posiciones del ejército y la policía en el Sinaí, cobrándose al menos 50 militares muertos, aunque el ejército solo reconoció 17 al tiempo que murieron unos cien muyahidines

 

El 7 de julio pasado, combatientes de Wilāyat Sinaí, tras un ataque a un puesto de control en la aldea de el-Barth, al suroeste de Rafah, al borde de la Franja de Gaza, asesinaron a 23 militares, entre ellos cinco oficiales.

 

La cifra de miembros de las fuerzas de seguridad asesinados por los integristas es un misterio ya que ninguna fuente estatal dice tenerla, aunque algunos investigadores hablan de hasta 2500 hombres solo desde 2013. 

 

¿Por qué el Sinaí?

 

El Sinaí es un vasto territorio de aproximadamente 60 mil kilómetros cuadrados, dos veces a superficie de Bélgica, con casi un millón y medio de habitantes, en su mayoría miembros de las muchas tribus beduinas que han surcado ese territorio desde tiempos inmemoriales, como los clanes: Suwalha, Awarma, Qararsha, Awlad Said, Hueiwat, Ayaida y Aleiqat, que a lo largo de la dictadura de Hosni Mubarak, fueron marginados y despojados de sus dirhas (territorios tribales). Esos constantes agravios y persecuciones, a lo que se le suma la total falta de atención gubernamental privándolos de servicios sociales y oportunidades de empleo, les ha obligado a continuar con su ancestral actividad del contrabando, prácticamente como única salida económica. Desde la aparición de las bandas fundamentalistas, muchos jóvenes han visto en ellas no solo una manera de revindicar a sus mayores sino también una salida laboral.

 

Estos clanes no solo han prestado apoyo a los grupos wahabitas, sino que en muchos casos se les han sumado. Las propias políticas del presidente al-Sissí, respecto a estos clanes los ha radicalizado todavía más. Las políticas de tierra arrasada, los encarcelamientos masivos, en algunos casos seguidos de tortura, desaparición y muerte,  continúa fomentado el radicalismo religioso, mientras que el gobierno se involucra más en la compra de armas: Francia le ha vendido armamento por más de 6 mil millones de dólares y el Reino Unido,  solo entre 2015-2016, por dos mil millones.

 

Según algunas fuentes occidentales opositoras al al-Sissí, habría entre 40 y 65 mil presos políticos, en su mayoría no terroristas sino simples opositores, lo que significaría un excelente campo de cultivo para la radicalización, como ya ha sucedido en Irak, Afganistán e incluso en países europeos.

 

En la península, además de la Wilāyat Sinaí, operan otros grupos que de alguna manera, confunden a los servicios de inteligencia ya que sus miembros entran a uno y salen de otro de manera constante. Por ejemplo aparece el grupo Jamaat Jund al-Islam (grupo de soldados del Islam) desconocido hasta 2011, que se cree mantiene vínculos con al-Qaeda global, cuyo mayor operación fue el atentado contra el edificio de la Inteligencia egipcia en la ciudad de Rafah, el 11 de septiembre de 2013, en el que hubo una treintena de muertos.  Además al-Murabitun, que no debe confundirse con la organización del mismo nombre que opera en el norte de Mali y otros sectores de la franja del Sahel. Su emir es Abu Umar al Muhajir, (Hisham Ashmawi), un ex oficial del ejército egipcio, que fue una figura clave en Ansar Beit al-Mawdis, hasta que el grupo cambió de nombre y juró lealtad al Daesh. Existen otras organizaciones menores como Ajnad Misr (Soldados de Egipto) que surgió en enero de 2014 con varios ataques en El Cairo. A ellos se suma La Brigada al-Furqan y el Grupo Salafista Yihadista, estos dos sin acciones que consignar.

 

En el oeste egipcio, desde el año pasado, opera el grupo el Harakat Sawa’d Misr (Brazo del Movimiento de Egipto) también conocido como Movimiento Hasm (decisión). Este grupo ha protagonizado el enfrentamiento del 20 de octubre pasado, en el oasis del Desierto Negro de Bahariya, a unos 390 kilómetros de la frontera libia, dejando 58 policías muertos. Se cree que, por el aumento de sus acciones, a este grupo se han incorporado recientemente hombres de califato, veteranos de la guerra en Siria e Irak. El Movimiento Hasm, diferenciándose del Daesh y al-Qaeda, ha condenado a muerte de niños, mujeres, ancianos y creyentes en lugares sagrados.

 

El Cairo es sede de la Universidad Islámica de Al-Azar (La Esplendorosa), lugar de referencia del sunismo. Allí llegan miles de estudiantes de todos los puntos del mundo musulmán, y ha sido, en muchas ocasiones, centro de radicalización. Por lo que durante el golpe de al-Sissí contra Morsi, allí se produjeron duros combates y verdaderas matanzas. La profunda crisis económica que vive el país, prácticamente ha quebrado su principal fuente de ingresos: el turismo, debido justamente al terrorismo. La crisis ha obligado al general al-Sissí, a redireccionar toda su política y ceder a las exigencias del Reino saudita, ahora su socio fundamental, y capitular frente a las imposiciones del FMI.

 

Los índices de inflación y desocupación se han disparado, siendo los más altos de los últimos treinta años, mientras la popularidad del rais se desmorona día a día.

 

El próximo año se realizará una nueva y crucial elección presidencial, donde los 86 millones de egipcios decidirán si dan el jaque mate al general Abdel Fattah al-Sissí.

 

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.

 En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

 

https://www.alainet.org/es/articulo/189547?language=en
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