¿Quién se va a la mierda?

14/01/2018
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El presidente Donald Trump profirió otra indignante expresión xenofóbica al considerar "agujeros de mierda" a El Salvador, Haití y a países africanos. Parece que la coprolalia o cacolalia, partes de una patología que incita a proferir obscenidades, en esta ocasión fue irreprimible.  Esos términos, derivados del griego, significan “heces” y “balbucear”, y en lenguaje coloquial criollo se pueden traducir como “hablar mierda”.

 

Tomando en cuenta el entorno en que la frase fue pronunciada, según el The Washington Post –la oficina oval de la Casa Blanca con legisladores muy allegados- quizás pudo haber sido un exceso de confianza de Trump en su círculo íntimo, y nunca imaginó que sus malolientes palabras fueran a trascender. Ahora lo ha desmentido, pero sin éxito, por supuesto. Lo dicho, dicho está.

 

Su valoración fecal de los vecinos de continente y de los africanos recorrió el mundo como un reguero de pólvora y las calenturas que provocó en todas partes, incluido el país al que él gobierna desde la Casa Blanca con ayuda de su iPhone y Twitter, son difíciles de enfriar. Su impopularidad debe haber alcanzado en las últimas horas nuevos registros hacia las profundidades del malestar y la angustia que su nombre genera en muchas personas.

 

Quienes lo conocen aseguran que sus bochornosas palabras: "¿Por qué tenemos a toda esta gente de países, agujeros de mierda, viniendo aquí?", son una reacción natural de este señor millonario que tiene envenenada su sangre por un síndrome de discriminación racial brutal y peligrosa de complejo tratamiento.

 

Ya no se trata solamente de su enfermiza islamofobia pasional e irreflexiva contra todos los seres humanos que practican esa fe y aquellas naciones que sus basamentos espirituales e ideológicos tengan fuertes raíces musulmanas, ni contra todo lo que le parezca negro o cobrizo como en aquellos tristes tiempos que él parece resucitar, de las antorchas y las capuchas blancas con las temibles kkk sembrando muerte y terror.

 

Trump es un xenófobo completo, ciento por ciento, mental y visceral, como lo acaba de demostrar en esa oficina de ordeno y mando en la Casa Blanca que nunca debió ocupar porque la mayoría de los votantes estadounidenses no se la concedió. Su rabia contra los no sajones, que habría que averiguar de dónde le viene, es demasiada y puede provocar cosas muy malas.

 

Aunque Obama deportó tantos inmigrantes como Trump, al menos nunca expuso al sol sentimientos xenofóbicos si los tenía, pero Trump se regodea aireándolos y que todo el mundo se entere que así piensa. Al sugerir que Estados Unidos debería traer a más inmigrantes de países como Noruega, es decir, blancos, rubicundos, de ojos verdes, Trump elevó a la máxima potencia su racismo y desestimó que su nación estuviera formada casi exclusivamente por inmigrantes, principalmente irlandeses y negros. Fue la más alta expresión de una vulgar y canallesca fiebre xenofóbica.

 

A cualquier presidente en el mundo le molesta que lo crean inepto, que carece de la preparación necesaria para desempeñarse en la primera magistratura de un país, y hasta cierto punto eso le genera un gozo morboso al provocar que las propias personas que hacen tales cuestionamientos se estremezcan de pies a cabeza al pensar que ese mismo personaje desmañado tiene en sus manos todo el poder para hacer desaparecer la especie humana con solo dar una orden.

 

Esperemos que eso no suceda pues Trump dice que es un genio y esa es una de sus grandes cualidades.

 

Pensemos que realmente es el más inteligente de todos, el más capaz. Pero por si las moscas, como dice una socorrida expresión popular, debería de existir un mecanismo extramuros para impedir que los exabruptos en las cúpulas de los gobiernos, como el caso que nos ocupa, sean causales de inestabilidad emocional o de cualquier tipo que conduzcan al caos en las instancias de decisión con todas sus graves y terribles consecuencias.

 

Catalogar a una nación, a un pueblo, a un grupo étnico, a un continente de “hueco de mierda” no es gracioso, ni racional, ni tolerable, ni inteligente, ni una muestra de sagacidad. Es, en todo caso, una expresión de supremacía irracional mezclada con una autocracia desfasada y sin futuro.

 

Nada le da derecho a alguien a considerarse mejor que el otro aunque viva en ciudades resplandecientes y perfumadas con trementina y, además, proclamarlo como argumento para actuar contra los de abajo y justificar así los abusos y violaciones de los derechos humanos que se cometan, ya sea con leyes xenofóbicas, muros fronterizos o deportaciones en masa.

 

Y si hay en la faz de la Tierra alguien que se crea con el poder de hacerlo, entonces sí cabe exclamar ¡a la mierda! y exigirle que se vaya con ella a cuestas.

 

https://www.alainet.org/es/articulo/190329?language=en
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