A “trumpadas”
- Opinión
A manera de introducción: en el lenguaje popular mexicano, pelear a trompadas significa golpearse a puñetazo limpio. Así, por su estilo en los negocios y de hacer política, Donald Trump, en el mundo del boxeo, podría ser considerado un fajador.
El 20 de enero, Trump cumplió un año de ser inquilino de la Casa Blanca, como presidente de Estados Unidos. Si su llegada se tachó de increíble, con (casi) todo en contra –después de todo, perdió el voto popular—, este su primero de cuatro años, estuvo lleno de acontecimientos. Ahora mismo, su administración opera “sin presupuesto”.
Desde entonces, han aparecido multitud de estudios y análisis, no sólo de su gestión, incluyendo la composición de su gabinete y los cambios que ha hecho, sino de su carácter y personalidad, que lo han hecho ser, ya, un animal político. Un magnate inmobiliario que incursionó en la pantalla chica, y que sabe el valor y uso (valor de uso) de los medios y ahora de las redes sociales. Todos los días, lo primero que hace al levantarse, es enviar un mensaje por twitter y, con ello, marca la agenda política diaria.
México ha sido uno de sus blancos predilectos, acusándolo de la pérdida de empleos en EU, a través del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), donde los costos laborales son diez veces menores, y de inundar de drogas y migrantes indeseables su territorio. De ahí su necedad de levantar un muro a lo largo de su frontera sur, y que los mexicanos pagarán por él. En esta ofensiva se incluye su amenaza de expulsar a los dreamers (soñadores, en alusión al sueño americano), jóvenes, hijos de migrantes, muchos nacidos allá, que ya estudian y trabajan allá. Y amenaza con terminar con el TLCAN.
Desde hace tiempo, Trump es objeto de atención, pero más en su papel de bufón. Gerardo Reyes, periodista colombiano, cita a Howard Kurtz, crítico de The Washington Post, quien, desde 1993, se ocupó del empresario.
Al observar que “hay un cáncer que se está tragando el negocio del periodismo, el cáncer del tedio, de la superficialidad y de la irrelevancia”, en su libro Media Circus (El Circo de los Medios), Kurtz se refiere a Trump, a la vez que acusa a “la prensa (que) falló en descubrir que el reino mágico estaba construido en una montaña movediza de deudas”.
“Por lo menos durante 15 años, Trump gozó de una prensa lisonjera, dice Kutrz, que prefería averiguar los nombres de las modelos con las que salía en lugar de buscar el origen de su fortuna. The New York Times y otros grandes periódicos del país se embelesaron con las aventuras del joven que a los 30 años alardeaba de tener más de 200 millones de dólares”, afirma Gerardo Reyes en las primeras páginas de su libro Periodismo de Investigación (Editorial Trillas. México. 1996).
“Mientras las luces alumbraban a Trump, grandes fraudes se cocinaban en el gobierno. El saqueo del Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano (HUD), ‘la dependencia que nadie cubrió’, el colapso de los bancos de ahorro y préstamo; la red del Irán-Contras, descubierta por un semanario libanés en 1986, fueron algunas de las estrepitosas defraudaciones públicas que la prensa estadounidense llegó a cubrir cuando casi todos los platos estaban rotos”, concluye Reyes.
No en balde, a lo largo de éste su primer año de administración, el presidente Trump se ha fabricado dos poderosos contrincantes: parte de la prensa y de las mujeres.
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