El TLCAN visto desde la frontera México-Estados Unidos
- Opinión
La renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN 2.0) ha generado múltiples opiniones de parte de figuras políticas, empresarios, académicos y público en general. Hay quienes le achacan toda suerte de males –como hace de manera reiterada el Presidente estadunidense Donald Trump–, frente a quienes exaltan sus virtudes –principal, aunque no exclusivamente, las autoridades mexicanas y canadienses–. A nivel sectorial, hay opiniones diversas, dado el impacto diferenciado que el TLCAN ha tenido en las economías de los tres países desde 1994. Quizá por ello es pertinente una breve comparación respecto al ambiente imperante a principios de la década de los noventa, frente al actual.
El TLCAN que comenzaron a negociar a principios de los noventa México, Estados Unidos y Canadá se produjo en un contexto global de cambio estructural. Culminaba la guerra fría y EU emergía como la potencia victoriosa. En el terreno económico, la globalización se acentuaba y en el marco del entonces Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) se desarrollaba la Ronda de Uruguay, la cual había comenzado en 1986 con una agenda inédita y compleja que iba más allá del desarme arancelario, pero que, por su amplitud, muy pronto entró en una fase de estancamiento. Las naciones del mundo, ante la posibilidad de que el sistema multilateral del comercio colapsara, favorecieron la suscripción de acuerdos regionales, de manera que en esos años vieron la luz iniciativas como el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC, 1989), el Mercado Común del Sur (MERCOSUR, 1991), el Sistema de Integración Centroamericano (SICA, 1991), el Acuerdo de Libre Comercio Canadá-Estados Unidos (1989), la Unión Árabe del Magreb (1989) y la Comunidad de Desarrollo de África del Sur (SADC) en 1992, entre otras iniciativas.
Estados Unidos, interesado en impulsar negociaciones amplias que incluyeran rubros como la propiedad intelectual, las inversiones, el comercio en servicios, etcétera, favoreció el regionalismo en momentos en que la integración europea se consolidaba, mientras que Japón intensificaba sus vínculos con Asia oriental y el Pacífico Sur. El TLCAN era entonces un acuerdo que resultaba atractivo para impulsar los temas que en el seno del GATT experimentaban tropiezos. Negociar con México y Canadá parecía más sencillo para Washington que hacerlo en Ginebra con 123 países donde la tónica era el consenso en torno a todos los rubros incluidos, de manera que con que un solo país disintiera era suficiente para que la totalidad de la Ronda de Uruguay se estancara –como efectivamente ocurrió en 1989.
México llegó a la gestión de aquel TLCAN tras las dramáticas reformas estructurales vividas luego de la década perdida. Había ingresado al GATT en 1986 y en adelante abrió su economía, privatizando las empresas estatales y modificando la legislación sobre inversiones extranjeras. En corto tiempo, México había reemplazado la política de sustitución de las importaciones por una política económica aperturista, cada vez más expuesta a la globalización. Con todo, carecía de la experiencia para sentarse a negociar un acuerdo tan complejo como el TLCAN y hubo de aprender sobre la marcha. El resultado, como es sabido, fue un TLCAN amplio y ambicioso que fue la base para forzar a la finalización de la Ronda de Uruguay del GATT y al nacimiento de su sucesora, la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Desde entonces y hasta el momento actual, muchas cosas cambiaron. El 11 de diciembre de 2001, la República Popular China (RP China) se adhirió a la OMC y la usó para acceder a los mercados internacionales. Otras grandes potencias comerciales como el propio EEUU, Japón y la Unión Europea, privilegiaron la negociación de acuerdos regionales y/o bilaterales con diversas naciones, lo cual tuvo consecuencias para la OMC, puesto que si bien en noviembre de 2001 fue lanzada la nueva Ronda de Doha, los temas de la misma aunado a una membresía creciente en el organismo internacional –hoy cuenta con 164 socios– han hecho muy difícil generar consensos. México, por su parte, negoció numerosos acuerdos comerciales muchos de ellos inspirados en los contenidos del TLCAN con buena parte de los países de América Latina más la Unión Europea, Japón e Israel, lo que lo llevó a acumular una amplia experiencia en la materia.
Hasta antes del arribo a la presidencia de EU de Donald Trump, todos los mandatarios de ese país, desde George Bush padre hasta Barack Obama, privilegiaron los acuerdos de libre comercio. Además de TLCAN y del acuerdo con Canadá, EU tiene, a la fecha, 11 acuerdos comerciales con 20 países de todo el mundo, incluyendo naciones árabes y latinoamericanas, más Israel, Corea del Sur y Australia. Obama fue incluso tan lejos como buscar la concreción tanto del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) –presumiblemente para acotar la preeminencia de la RP China en Asia-Pacífico– como también de la Asociación Trasatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP) con la Unión Europea. La vocación prolibre comercio de Washington parecía fuera de toda duda.
Hoy las cosas han cambiado. Con una retórica nacionalista, la administración de Trump culpa a los tratados de libre comercio, en especial al TLCAN, de los males que aquejan a la economía estadunidense. Ha dicho en reiteradas ocasiones que México ha recibido los mayores beneficios del tratado comercial a la vez que muchos empleos en el vecino país del norte se han perdido a favor de México. Ha presionado a diversas empresas estadunidenses a cerrar sus operaciones en México –algunas le han hecho caso– e insiste en que el comercio con su vecino del sur causa el enorme déficit que mantiene en su balanza comercial. También, retiró a su país del TPP y el TTIP parece ya muy lejano en las condiciones actuales.
Hoy es más claro que nunca que México es una suerte de “moneda de cambio” de Trump en su pugna con los demócratas, quienes le han negado el aval a diversas iniciativas emprendidas por el mandatario. No sobre decir que, para México, esta situación es incómoda dado que en esta lucha entre Trump y los demócratas, la nación mexicana está en un fuego cruzado. En la semana que recién terminó la persistencia en torno a la construcción del muro y el emplazamiento de la guardia nacional en la frontera común, han contaminado el entorno político de la renegociación del TLCAN 2.0, justo en el momento de la celebración de la octava ronda de negociaciones, que, para muchos, es la definitiva. Como nota adicional, no se pierda de vista la celebración de la Cumbre de las Américas, los días 13 y 14 de abril en Lima, Perú. Como es sabido, la popularidad de Trump en América Latina es muy baja y dado que varios países de la región tienen tratados de libre comercio con Washington –Chile, Perú, Panamá, Colombia, Centroamérica y la República Dominicana– existe un fundado temor de que si el TLCAN 2.0 no prospera o si EU decide retirarse de la negociación, algo similar podría ocurrir con los acuerdos existentes con las demás naciones del continente americano.
Con todo, Trump entiende que el tiempo se acaba, no sólo por el advenimiento de las elecciones presidenciales en México, sino también por las elecciones legislativas en aquel país del próximo mes de noviembre, ante las que requiere resultados concretos de su mandato para satisfacer a su base de apoyo. A Trump le importa el TLCAN 2.0 como un leverage no sólo en términos del debate político interno, sino también para enfrentar el repudio de socios comerciales como la RP China, quien ha impuesto aranceles a casi 160 producciones estadunidenses –en respuesta a la decisión de Washington de aplicar impuestos a las importaciones de aluminio y acero–. Dado que EU tiene con la RP China un déficit comercial que ronda los 300 mil millones de dólares –que, dicho sea de paso, sextuplica al que tiene Washington con México- las acciones emprendidas por Beijing no son una buena noticia.
Texas, México y el TLCAN
La valoración de los beneficios y perjuicios que ha tenido el TLCAN en las economías de los países participantes requiere un análisis más fino. Como se sugería anteriormente, hay logros importantes y también sectores que no han resultado tan favorecidos. Tan sólo en México, rubros como el azúcar, el autotransporte, la agricultura y las pequeñas y medianas empresas (PyMES) han tenido dificultades de cara al TLCAN. El tratado comercial norteamericano ha incrementado la interdependencia mutua y el reconocimiento de cada uno de los participantes –Canadá redescubrió a México y América Latina gracias, en buena medida, al TLCAN–. Las inversiones y el comercio han crecido –entre México y EU, entre EU y Canadá y entre México y Canadá–. Con todo, es de reconocer que el tratado comercial norteamericano necesitaba una renegociación porque el mundo en el que aquel TLCAN de 1994 nació era otro, distinto al actual. Lo lamentable es la forma en que ha procedido la renegociación, en medio del chantaje y el berrinche político de Donald Trump, apresurando un proceso de suyo complejo, que muy posiblemente no estará listo en los tiempos previstos.
Es por todo ello que se impone no sólo un análisis más detallado sobre los impactos que el estancamiento de la renegociación del TLCAN 2.0 tendría en los tres países y, sobre todo, en ciertos estados. La frontera México-EU, dada la enorme interdependencia mutua, ha sufrido por las diversas acciones emprendidas por la administración de Donald Trump y no es un hecho fortuito que el pasado 6 de abril se llevara a cabo en Pharr, Texas, un seminario que reunió a expertos académicos, empresarios y legisladores de los dos países, en aras de reivindicar la vinculación transfronteriza que mucho podría padecer ante los pleitos de Trump con los demócratas y el bullying contra México que desarrolla fundamentalmente por esa confrontación.
El seminario en cuestión, en el que tuve el honor de participar, fue organizado por el Consulado de México en McAllen, la alcaldía de Pharr, Texas y la Asociación de Exportadores Mexcanos asentada en la región del Valle del Río Grande. En el seminario quedó de manifiesto la enorme preocupación que prevalece a ambos lados de la frontera común por la suerte del TLCAN. Los participantes exaltaron la actividad comercial, el ir y venir de empresarios, trabajadores, estudiantes, funcionarios, etcétera todos los días a lo largo y ancho de la frontera. Explicaron la relevancia de Texas, principal socio comercial de los mexicanos en la Unión Americana –y por lo mismo, el que más puede perder ante un fracaso o retardo en la renegociación del TLCAN 2.0–. Para ponerlo en cifras, el comercio de México con Texas asciende a 187 mil millones de dólares anuales, es decir, es tres veces superior al que se tiene con California. Texas, es, además, un hub para el TLCAN dado que gran parte del comercio entre los dos países fluye o ingresa por ese estado y de ahí procede al resto de la Unión Americana. A ello hay que sumar los lazos históricos, más el asentamiento, en territorio texano de muchos mexicanos con fines laborales, médicos, de estudios e incluso los que huyen de la violencia en México.
Es esta realidad la que llevó a que los participantes en el seminario suscribiéramos la Declaración del Valle del Río Grande, la cual reivindica la importancia de las negociaciones del TLCAN 2.0 y de la relación económica transfronteriza, algo que, se espera, sensibilice a la administración de Donald Trump más allá de su afán por politizar un acuerdo comercial que si bien requiere cambios, adaptaciones y actualizaciones, es crucial para el presente y futuro de ambas naciones. Aquí la declaración.
Declaración del Valle del Río Grande (VRG)
Los asistentes al “Seminario del VRG sobre la relación bilateral México-Estados Unidos: el Tratado de Libre Comercio de América del Norte”, llevado a cabo en la ciudad de Pharr, Texas, este viernes 6 de abril de 2018, expresan:
1. Su más firme reconocimiento del positivo ímpetu generado desde la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), en particular para la región del Valle del Río Grande, y en general para las economías y las naciones de los países partes;
2. Que reconocen el significativo incremento en el comercio exterior que ha tenido la región gracias al TLCAN;
3. Que desde la entrada en vigor del Tratado, las exportaciones de Texas a México se han incrementado sustancialmente con exportaciones a México que representan el 40 por ciento de las exportaciones anuales de Texas, y en 2017, los intercambios entre esa entidad y México superaron los 187 mil millones de dólares;
4. Que el Tratado ha traído enormes beneficios y oportunidades generando empleos, beneficiando a consumidores y empresarios en el Valle del Río Grande, en Texas y en Estados Unidos;
5. Que gracias al TLCAN, cadenas productivas se han generado multiplicando la fuerza laboral y promoviendo la competitividad, la innovación, la investigación y desarrollo;
6. Que México es el primer socio comercial para Texas, y que precisamente es el Valle del Río Grande en donde ha sido más evidente el efecto del TLCAN;
7. Que un TLCAN mejorado es posible, en el entendido de que todas las partes salgan ganando con un libre comercio más ágil, moderno y generador de prosperidad para las naciones y economías involucradas.
Pharr, Texas, a 6 de abril de 2018
María Cristina Rosas es profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la
Universidad Nacional Autónoma de México
https://www.etcetera.com.mx/opinion/el-tlcan-visto-desde-la-frontera-mexico-estados-unidos/
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