La nueva generación refuerza el socialismo cubano
- Análisis
Cuba vive un momento histórico de su Revolución. Un mes después de las elecciones parlamentarias, en que 8 millones de cubanos acudieron a las urnas para elegir a 605 diputados de la República, la renovada Asamblea Nacional, órgano máximo legislativo del país, acaba de elegir como presidente Miguel Díaz-Canel.
Se trata del primer líder de la república cubana que no proviene de las filas insurgentes que conquistaron el poder en 1959, cuando la guerrilla – encabezada por Fidel Castro Ruz, Camilo Cienfuegos, Che Guevara y el propio Raúl Castro (guerrillero normalmente tachado por los medios "como el hermano menor de Fidel", derribó a Fulgencio Baptista, dictador sanguinario apoyado por Estados Unidos (tiempos en que la isla era conocida especialmente como un gran prostíbulo yanqui-europeo).
En los comicios, además del nuevo mandatario fueron elegidos los demás 30 Consejeros de Estado – en un proceso electoral transparente y mucho menos indirecto que la laberíntica elección estadounidense.
Las reformas legadas por Raúl Castro
Desde que sucedió a Fidel, Raúl, en sus 12 años de poder de hecho, pudo dejar algunas marcas propias que distinguieron a su gobierno. Ha dado inicio a una serie de reformas con el fin de "perfeccionar" el modelo socialista cubano, cuya economía había sido seriamente sacudida en 1991, cuando la Unión Soviética, superpotencia dominante del campo socialista, fue derrotada en la etapa “fin de siglo” de la Guerra Fría.
Este proceso, al romper lazos comerciales y de cooperación fundamentales, construidos a lo largo de décadas, hizo que el PIB de la isla caribeña cayera bruscamente. El aliento productivo sería retomado solamente a mediados de los años 1990, momento en que la economía del país pasa a extenderse de modo constante. A partir de 2000, el crecimiento se estabiliza en un buen nivel, alrededor del 4% o 5%, alcanzando su pico (11%) en 2006 – año en que Raúl asume interinamente el poder.
A finales de 2008, sin embargo, hay una devastación natural en el país, causada por una serie de huracanes. El gobierno de Raúl – que ahora ya es presidente pleno – decide entonces modificar su política agraria, concediendo a los agricultores el usufructo de diversas tierras cultivables estatales, la mayor parte para fines de producción de alimentos.
Es importante recordar que por esta época (2007/2008) ocurre la crisis de los precios de los alimentos, como resultado de la financierización de la agricultura y expansión del agronegocio – política conservadora impulsada por el capitalismo, sistema que en crisis estructural intenta posponer su declive, avanzando sobre nuevos mercados. Ese fenómeno trágico lanza al hambre un número jamás visto en la historia: mil millones de seres humanos, según la ONU. En Cuba la situación vuelve a apretar, pero no se pasa hambre.
En el año 2010, el emprendedorismo pasa a ser estimulado, con el objetivo de disminuir los empleos públicos (que hasta entonces eran el 80% de los puestos de trabajo del país). Se liberan a la iniciativa privada más de un centenar de actividades antes estatales (caso de pequeños negocios, talleres, peluqueros o restaurantes, por ejemplo, entre otros oficios de bienes y servicios no estratégicos – y que por lo tanto no amenazan la soberanía nacional).
En los años siguientes, ya bajo los efectos dañinos de la crisis económica de 2008, que se extiende desde los Estados Unidos, el gobierno amplía las reformas económicas, con el fin de disminuir las atribuciones del Estado – aunque siempre manteniendo su función planificadora de la economía, y en especial, su atención a las parcelas más vulnerables de la población. Es el caso de la autorización de inversiones externas, propuesto como forma de calentar la economía y mejorar la infraestructura (fue en este contexto que el gobierno Dilma Rousseff construye en la isla el moderno Puerto de Mariel, en una de las mejores jugadas geopolíticas antihegemónicas del lulismo).
En 2016, el país nuevamente se ve amenazado por la recesión, debido al sabotaje criminal de la economía venezolana (a partir de presión económica, militar y sanciones de EEUU), y también dada la crisis general de las economías latinoamericanas – sobre todo Brasil y Argentina –, región con quien Cuba estrechó relaciones en la última década.
Esto se pasa, vale reiterar, en el seno de la guerra de “baja intensidad” movida por Washington en toda América, como forma de retomar su protagonismo – que declinaba en el mundo, pero en especial en el continente, tras una década de gobiernos reformistas relativamente autónomos. Ese movimiento retrógrado culminaría en la desorganización productiva de Venezuela, así como en los golpes de Estado de Brasil, Paraguay, Honduras, entre otros tantos golpes “suaves” o ni tan suaves así (traté del tema en el artículo "El neogolpismo en la América del siglo XXI ": www.alainet.org/es/articulo/191739).
El nuevo líder y sus tareas
El actual presidente cubano es un ex profesor universitario, con graduación académica en ingeniería. Destacándose como primer-secretario del Partido Comunista en dos importantes provincias del país, Miguel Díaz-Canel obtuvo un significativo reconocimiento político, especialmente por su actuación en la formación de numerosos cuadros del Partido.
Díaz-Canel, un amante del rock de 57 años, construyó su sólida carrera política con vagar y constancia, durante un cuarto de siglo. En sus gobiernos provinciales promovió reformas culturales de peso, tales como la promoción de la visibilidad transgénero – cuestión otrora sensible en el país (y que incluso llevó al propio Fidel a una petición pública de excusas a la comunidad LGBT, en nombre de la Revolución).
En 2009, Díaz se convirtió en Ministro de Educación Superior (sí, en Cuba la educación universitaria tiene hasta un ministerio, a diferencia de naciones que insisten en mantenerse “bananeras”, como Brasil, en que parlamentarios golpistas intentan exterminar los cursos superiores críticos en las universidades públicas, como es el caso de las carreras de humanidades, lo que echa el progreso científico como un todo al desgobierno de la falta de un "sentido" nacional y propiamente humano).
Continuando en su ascenso, en 2013 Díaz fue elegido para el cargo de primer vicepresidente del Consejo de Estado – el segundo cargo más importante de la democracia cubana –, puesto político que lo proyectó nacionalmente, y que él ocupaba desde entonces.
Según Rafael Hernández, director de la renombrada revista cubana de cultura y política “Temas”, desde la época en que gobernó la provincia de Villa Clara, Díaz es conocido por su “capacidad de relacionarse con la gente del pueblo” y por su “estilo modesto”, además de tener aptitud para el “trabajo en equipo” – característica esta que se ha convertido en un emblema del gobierno cubano desde la ascensión de Raúl.
A pesar de aparentemente haber habido un relativo consenso en la Asamblea, será necesario aguardar el inicio de su gobierno, para poder constatar el apoyo y fuerza de este primer presidente que no arriesgó la vida en la Revolución de 1959.
Electo para el período 2018-2023, Díaz tiene como desafíos mantener la recuperación de la economía cubana que paulatinamente, desde hace más de dos décadas, viene se levantando del golpe sufrido con la caída soviética. Esta retomada, como se mencionó, fue dificultada en 2008, cuando el corazón del capitalismo fue golpeado por la crisis económica estructural, fenómeno que poco a poco derrumbaría a todas las economías periféricas del mundo, afectando a importantes socios de Cuba, como Brasil y Venezuela.
Díaz-Canel, en la reciente elección parlamentaria de marzo, declaró que Cuba vive un momento difícil, en el que “la Revolución está siendo atacada” por el régimen de Donald Trump, este líder reaccionario extremista que hizo retroceder en poco tiempo la pequeña mejora de relaciones obtenidas en el gobierno anterior (Obama) – retomando la “retórica de Guerra Fría”.
Coyuntura de multipolaridad
Al parecer, la vuelta de la “guerra indirecta” entre grandes potencias no se trata sólo de “retórica”. De hecho, desde la elección del desequilibrado magnate, el imperio estadounidense viene dando muestras desesperadas de intentar recuperar su monopolio geopolítico perdido en la última década (especialmente desde 2008, cuando sus estructuras quedaron gravemente sacudidas, ahí incluido el presupuesto militar).
Por el “Oriente”, en paralelo, lo que se observó fue tanto el ascenso geopolítico y económico de Rusia (que bajo la era Putin, gobierno estatalista y planificador, recuperó su economía y su aparato bélico), como también de China, que desde hace tiempo se muestra como la nueva superpotencia del siglo XXI (habiendo explicitado en la última década sus pretensiones de dejar de ser una potencia asiática, y pasando a influenciar a todo el mundo – hecho ahora expuesto con su megaproyecto de la nueva Ruta de la Seda).
Así, si Estados Unidos vuelve de nuevo a presionar a Cuba, empeorando sus embargos de sabotaje económico, la realidad hoy, sin embargo, está un poco diferente, y exigirá más cuidados por parte del antes absoluto Imperio del Norte.
Es lo que se pudo notar en el reciente ataque “puntual” contra Siria – que se resumió a una ola aislada de bombardeos divulgados soberbiamente como “misión cumplida”, pero que no obtuvo daños tácticos efectivos, y no provocó muertes de “extranjeros” (para buen entendedor: “muertes de rusos” – lo que podría derivar en represalias y escalada bélica).
De este modo, el ataque" de precisión "de Trump y sus sub-aliados nucleares franco-británicos se demostró un gesto bastante cauteloso, cuyo mensaje – aunque es abiertamente la de “continuamos en el mando” – en las entrelíneas deja vislumbrar que el actual exceso de precaución se debe a que el declive económico de EEUU ya derivó en pérdida sustancial de superioridad militar, hoy francamente amenazada por la alianza euroasiática sino-rusa (unión que se acelera tras cada conflicto comercial o amenaza de la OTAN).
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