El debate electoral colombiano: entre uribismo retardatario y esperanzas de izquierda

10/05/2018
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Un habitante de El Banco, en la Costa Caribe colombiana, termina su mural de Petro
Foto enviado por Twitter
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A tres semanas de la primera vuelta presidencial en Colombia, este escrito presenta un análisis de la coyuntura: se explica porqué el uribismo sigue vivo y porqué su candidato puntea en las encuestas, cómo ha influido el proceso venezolano en la campaña, y cómo se ha gestado el fenómeno más interesante de 2018, el ascenso de un candidato ex guerrillero. 

 

El 11 de marzo pasado, a la par con las elecciones para Cámara y Senado, los colombianos votaron en las primarias de dos de los partidos que aspiran a la Presidencia de la República. Este voto acaparó la atención de los colombianos mucho más que el resultado electoral de las legislativas (que le dio una mayoría a los partidos de derecha). Se escogía al candidato del derechista Centro Democrático (del ex presidente Álvaro Uribe) y al candidato del partido de izquierda Colombia Humana (del ex alcalde de Bogotá, Gustavo Petro).

 

Además de escoger al candidato que concurriría en la elección, el voto permitió “medirse”. Gustavo Petro, con 2 800 000 votos, resultó opacado ante el francamente buen resultado de Iván Duque (obtuvo 4 millones de votos). Triunfo importante, dado que el ex senador del partido de Uribe, hijo de un político de Medellín, era totalmente desconocido para los colombianos. Así, el 11 de marzo se puede considerar como una suerte de primera vuelta presidencial.

 

Desde entonces, las encuestas ponen a estos dos candidatos, Duque y Petro, en la segunda vuelta, con una diferencia entre los dos de cerca de diez puntos. Las encuestas muestran también que, frente a cualquiera de sus rivales, Duque tiene todos los chances de ganar la elección y de convertirse en el próximo presidente de Colombia.

 

Por desgracia, este tipo de previsiones no sorprende a quienes siguen de cerca la actualidad política colombiana. Esta tiene varios rasgos de permanencia: fuerte anticomunismo (ayer canalizado de manera casi exclusiva en el odio  a las Farc, hoy representado por el «dictador » Maduro), altísima abstención (Colombia es uno de los países de América latina con mayores niveles de abstención), fuerte arraigo del accionar clientelista, y por último, ausencia de grandes debates políticos sobre la orientación económica del país. El sistema político evita poner el centro del debate la pregunta por las desigualdades (siendo Colombia uno de los países más desiguales del mundo) y repite su gastado estribillo, « El país va mal, pero la economía va bien ».

 

Estos factores son explotados hábilmente por los candidatos de la derecha. Duque, en tanto heredero designado por Uribe, es quien más abusa del discurso anticomunista. Sus amenazas sobre los acuerdos de paz con las Farc y sus palabras belicistas con respecto a Maduro le atraen los votos de la estrecha mayoría de votantes que se opuso a los acuerdos de paz en octubre de 2016).

 

La hostilidad entre el ex presidente Uribe y su sucesor, Juan Manuel Santos, se percibe con la presencia de dos candidatos, Duque y Germán Vargas Lleras. Este último, bogotano nieto de presidente (como Santos) es un antiguo ministro de Santos y parecía “naturalmente” destinado a sucederle. Ahora bien, aunque posee todos los hilos clientelares estatales, no logra despegar en las encuestas. Furiosamente anti Maduro (lo acusa de deshacerse de sus opositores enviándolos a Colombia, y estaría de acuerdo con realizar intervenciones militares en ese país al lado de Estados Unidos), su punto débil es que debe defender el acuerdo de paz del gobierno del que hizo parte. Así, aparece como demasiado “moderado” (!) para los electores anti Farc (88% de los colombianos son hostiles a esta guerrilla y a este grupo político). En contraste, Duque le da rienda suelta al fantasma anti Farc en aras de recoger el voto del odio.

 

En el “centro” está la curiosa alianza alrededor del ex alcalde de Medellín, Sergio Fajardo. Paradójicamente, ahora que la guerra ha terminado y que el gran factor de división en su seno (« apoyo o no a la lucha armada ») ya no tiene razón de ser, las fuerzas de izquierda están completamente desestructuradas. Lo que queda del partido Polo Democrático se unió a este candidato muy liberal en el plano económico y moderado en su anticomunismo (apoya el proceso de paz y pide una salida institucionalmente concertada para la crisis de Venezuela). Fajardo anhela posicionarse en el “centro”. Busca una moderación verbal durante el debate electoral, una estrategia que aún no le ha dado resultados. Y es que es preciso admitirlo : estas elecciones apasionan a los colombianos (que por momentos se comportan como hinchas de un torneo de fútbol). Hasta ahora, el debate ha sido dominado por las dos fuerzas opuestas, Petro y Duque (o mejor, Uribe), que saben lidiar con huestes.

 

Gustavo Petro es, sin lugar a dudas, un hombre carismático y un gran orador. En el 2010, este economista de formación y ex guerillero del M19 se salió de su partido, Polo (lo que generó un malestar difícil de digerir para sus antiguos copartidarios). Propendiendo más bien por el modelo de la « multitud » de Toni Negri, posteriormente a esa fecha creó su propio movimiento y llegó a la Alcaldía de Bogotá, donde construyó una base con las minorías , ya sea sexuales, étnicas, antiguos del M19, informales en el mundo del trabajo, grupos anti taurinos…). Apelando a la plaza pública, logró mantenerse en el poder pese a ser objeto de investigaciones judiciales (como muchos diputados y alcaldes elegidos en Colombia).

 

Después del sacudón que tuvo el 11 de marzo, su campaña cambió. Petro retornó a las plazas públicas, a establecer un contacto con la gente como no se hacía desde hacía muchos años en Colombia. Los contenidos de su discurso son novedosos: introdujo temas de ecología, a la vez que puso en el centro el tema de la desigualdad. Su cuestionamiento del modelo minero extractivista (que asegura hoy el grueso de las exportaciones del país) es un vuelco a las concepciones ortodoxas dominantes. Su programa contiene propuestas clásica de izquierda (combatir la privatización del sistema de salud y pensional, distribuir mejor las tierras agrícolas, eliminar las normas de flexibilización y precarización del trabajo), así como propuestas muy difícilmente realizables (reemplazar la exportación de petróleo y de carbón  por los productos del agro). Pero su discurso es firme y gusta. ¿La razón? En una Colombia muy cercana desde hace lustros al modelo neoliberal, no es usual que un hombre político se dirija a las clases populares, o que tenga un discurso donde prime el interés nacional. Su discurso afirma que existe otra posibilidad para Colombia. Claro está, Petro busca permanentemente diferenciarse del « socialismo del siglo XXI » (critica fuertemente el modelo extractivista que genera dependencia y depende de los precios internacionales del petróleo). Su programa gusta especialmente a la gente joven, y a quienes durante décadas se han sentido excluidos de un sistema político que se reproduce a sí mismo.

 

La primera vuelta verá afrontarse a estos cuatro candidatos. Existían otras candidaturas que hoy no tienen chance. Mencionemos a dos de ellas, porque tienen un rol más que simbólico. Una es la de Viviane Morales, ex senadora liberal y cristiana, que mobilizó a dos millones de colombianos en su cruzada contra la adopción de parejas homosexuales y madres solteras. Con tan buen resultado, ella creía que podría optar por la primera magistratura. Al no lograr despegar en las encuestas y haber obtenido malos resultados en las legislativas, decidió cancelar su candidatura y unirse a la campaña de Iván Duque.

 

Otro candidato que no tuvo suerte es el elegido del nuevo partido Farc. Rodrigo Londoño (alias Timochenko) se retiró de la campaña luego de problemas de salud y del revés electoral del 11 de marzo (la Farc obtuvo menos del 1% de la votación, pero tendrá diez representantes en el Congreso porque así se acordó en el proceso de paz). La Farc ha atravesado otras dificultades recientemente: una es la acusación de tráfico de cocaína de uno de sus dirigentes máximos (Jesús Santrich) y la amenaza de su extradición a Estados Unidos. Otra, la partida de otro de sus jefes históricos (Iván Márquez) a una zona de retaguardia de las Farc como forma de protesta por lo anterior.

 

Una variable importante en esta campaña ha sido la centralidad del tema « Venezuela », como ya se ha evocado. Además de la cercanía geográfica, esta centralidad tiene que ver con los 500 mil venezolanos que llegaron a Colombia en 2017, huyendo la crisis de su país. Colombia nunca ha sido un país de inmigración –salvo la Costa Caribe, a donde hace un siglo llegó una ola sirio-libanesa–. La ola de migrantes venezolanos actual está presente en muchos espacios urbanos –en los buses, en las calles pidiendo ayuda–. Muchos de ellos son hijos o nietos de los colombianos que desde los años sesenta huyeron de la violencia y encontraron alternativas laborales en Venezuela (entre 1 y 2 millones de colombianos viven en dicho país). Esta voltereta histórica no impide que varios candidatos tengan un discurso profundamente xenófobo. Más allá, el diagnóstico sobre la crisis venezolana es unánime: sería el resultado directo del “castro-chavismo” La “amenaza” de la “venezuelización de Colombia” es utilizada por todos los opositores de Petro (partidos políticos, medios de comunicación, gremios). Simultáneamente, invocar o comparar al rival con Maduro es la forma favorita de insultar al opositor.

 

Si la tendencia actual sigue, Duque tiene fuertes chances de ganar la segunda vuelta, y sólo la unión de los sectores anti-uribistas (Fajardo, Petro y otros pequeños candidatos) podría frenarla. Por desgracia, las viejas peleas históricas de la izquierda, y los problemas de egos (Petro es famoso por su espíritu mesiánico y autoritario, lo que le atrae el rencor de sus aliados naturales) han impedido, hasta ahora, dicha alianza.

 

Como sea, es evidente que Petro le ha aportado sustancia a esta campaña. Parece claro que, en adelante, el tema de cómo superar las grandes desigualdades del sistema de apartheid no declarado que subsiste en Colombia no podrá ser tan fácilmente eludido. Los temas referidos a la orientación del modelo económico cobran también renovado vigor. En cuanto la forma de trabajar, la búsqueda del contacto con las personas, el regreso de la plaza pública, la construcción de agendas concertadas son ingredientes que las fuerzas progresistas deberían mantener. 

 

Con seguridad, será necesario mantener la vigilancia y la movilización si Uribe y sus proyectos oscuros y criminales logran imponerse en Colombia por medio del candidato Duque. Hace ocho años, Uribe no pudo conservar el mando sobre su sucesor Santos (éste le desobedeció en lo que tiene que ver con el tratamiento dado a las Farc). Pero Duque, joven (41 años) y poco experimentado, será posiblemente más manipulable. Esto se aprecia desde ya: su tintura de pelo (se coloreó de gris para aparentar madurez) ha ido a la par con la adopción de posiciones cada vez más conservadoras.

 

https://www.alainet.org/es/articulo/192791
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