México, el triunfo del hartazgo y la esperanza
- Análisis
Las recientes elecciones presidenciales en México marcan un hito histórico para el hermano país y abren expectativas en toda la región por varios motivos.
Andrés Manuel López Obrador, AMLO como lo llaman en México, en su tercera presentación como candidato eludió el peligro de fraude siempre presente en las elecciones mexicanas y ganó con casi el 53% de los votos, se impuso en 31 de los 32 Estados mexicanos, la alianza que lo lleva como candidato logró la mayoría en ambas cámaras y por primera vez una mujer, Claudia Sheinbaum, es electa para gobernar la stCiudad de México, donde también por primera vez, se elige una jefa de gobierno del mismo espacio que el electo presidente.
Estos resultados expresan el hartazgo de la sociedad mexicana con el sistema sostenido por el “PRIAN”, forma en que se denomina a la continuidad de gobiernos del PRI y el PAN que ha sumergido a alrededor del 40% de la población mexicana en la pobreza.
Además, México viene soportando desde hace años una situación de extrema violencia que ha provocado más de 230.000 muertos, más de 70 por día en 2017, y más de 50 mil desparecidos desde que se firmó el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos en el año 1994, año en que, además, comenzó la construcción del muro por parte del gobierno del ex presidente estadounidense Bill Clinton, hoy continuado por la administración Trump, destinado a impedir los flujos migratorios desde las sociedades al sur del Rio Bravo y que ha generado hasta hoy la muerte de miles de personas, mas de 1500 desde 2014, que buscaban sortearlo buscando concretar mejores perspectivas de vida.
Esta violencia recrudeció con lo que se denominó la “guerra contra el narcotráfico” lanzada por el ex-presidente Felipe Calderón, del Partido Acción Nacional (PAN), y que continuó el presidente Enrique Peña Nieto, del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
“Tan lejos de Dios y tan cerca de EEUU”, como se suele decir, la influencia de las políticas estadounidenses sobre México ocupa un lugar central en cualquier análisis.
La guerra de conquista que los Estados Unidos llevaron adelante contra México en 1847 tuvo como corolario el Tratado de Guadalupe Hidalgo, firmado el 2 de febrero de 1848, y conocido oficialmente como Tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglo Definitivo entre los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de América, en el cual se legalizó el despojo de dos millones de kilómetros cuadrados de territorio, comprendiendo los que actualmente son los estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México y Texas, y partes de Arizona, Colorado, Wyoming, Kansas y Oklahoma.
Por ese tratado, México renunció a todo reclamo sobre Texas y se estableció la frontera en el Río Bravo a cambio de una compensación pagada por los Estados Unidos de 15 millones de dólares por los daños causados en territorio mexicano durante la guerra.
Este hecho marcó a fuego la relación entre México y Estados Unidos, por eso resulta imprescindible considerar los efectos de las políticas imperialistas norteamericanas para analizar los aspectos de la realidad mexicana.
Varias intervenciones militares, la constante injerencia en sus asuntos internos, la importante penetración cultural, una penetración económica a todos niveles que provoca una dependencia económica que no es, valga aclarar, responsabilidad unilateral de los Estados Unidos, sino también de las clases dominantes mexicanas.
Los efectos de esta injerencia, por ejemplo, en política económica y como consecuencia de la firma de Tratados de Libre Comercio (TLC), se han puesto de manifiesto en los últimos años en los grandes aumentos que sufrió la harina de maíz, base de la alimentación mexicana, lo que provocó un alza descontrolada de precios de la tortilla en México. Como consecuencia del TLC, México perdió su soberanía alimentaria.
Por otro lado, Estados Unidos busca permanentemente controlar y hacer “seguras” sus fronteras con Canadá y México, países con los cuales se firmó el Acuerdo de Seguridad y Prosperidad de América del Norte (ASPAN), mediante el cual los aparatos de inteligencia y seguridad norteamericanos actúan abiertamente y sin ninguna clase de restricciones de un lado y otro de esas fronteras.
Para reforzar esta concepción, México fue excluido de la jurisdicción del Comando Sur y pasó a quedar en el ámbito del Comando Central de las fuerzas armadas de Estados Unidos; como decíamos, el territorio mexicano es tratado como un “espacio interno” para los gobiernos norteamericanos.
Un “espacio interno” en el cual se garantizan algunos de los mayores negocios de la economía capitalista: el narcotráfico, el tráfico de personas y el tráfico de armas, como declaró el presidente Obama en 2013, en una suerte de falso mea culpa: “En Estados Unidos reconocemos nuestra responsabilidad. Entendemos que la causa de la violencia que han sufrido muchos mexicanos, se debe a la demanda de drogas por parte de Estados Unidos… También reconocemos que la mayoría de las armas que se usan para perpetrar actos de violencia en México proviene de Estados Unidos”.
Estos negocios dejan sus mayores réditos, que se cuentan en miles de millones de dólares, en Estados Unidos, el país con mayor cantidad de consumidores de drogas, el mayor fabricante de armas y al que intentan llegar desesperadamente millares de migrantes en busca de un supuesto futuro mejor para ellos y sus familias.
En suma, podemos ver cómo los altísimos niveles de violencia que se viven en México desde la Revolución tienen uno de sus mayores responsables en el incesante intervencionismo norteamericano.
Esto se manifiesta en las intervenciones armadas federales (muchas veces en connivencia con agencias norteamericanas), que atacan y destruyen el tejido social, que se ve también asediado por las reformas de libre mercado, impuestas en los años ochenta del siglo pasado, que van desarticulando el campo, el ejido (propiedades rurales de uso colectivo que todavía existen en varias regiones), la comunidad, destruyen cadenas productivas, generan desempleo sin paralelo y propician migraciones masivas al extranjero.
Estas son algunas de las razones que fueron sedimentando un hartazgo en la sociedad mexicana que se expresó en toda su magnitud en estas elecciones y que encontró en la candidatura de AMLO una forma de canalización y de esperanza en modificar las actuales condiciones de vida.
Tras una larga transición de 6 meses, el 1 de diciembre, con la asunción del nuevo gobierno se comenzará a develar el desarrollo de este nuevo momento histórico en México, que tendrá mucha importancia para toda la región.
Marcelo F. Rodríguez
Sociólogo. Director del CEFMA
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