Argentina: destino incierto para una crisis económica no heredada

17/09/2018
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Cualquiera sea la orientación política de un gobierno, a lo mínimo que debe aspirar su política económica es a tener consistencia. Esto es, que el comportamiento esperado de las variables económicas no genere desequilibrios insostenibles. Existen muchos tipos de modelos que se utilizan con el propósito de analizar la consistencia macroeconómica, para evitar grandes errores, al menos.

 

Entre ellos se encuentra el modelo Stock Flujo de Contabilidad Consistente, diseñado por Godley y Lavoie[1], que básicamente parte de la idea de que todos los flujos de la economía real tienen como contrapartida un cambio en el stock de los activos. Por ejemplo, un aumento del déficit de la cuenta corriente (exportaciones menos importaciones más pagos netos a los factores extranjeros) tiene como contrapartida un aumento del stock de pasivos externos. Tener en cuenta la existencia de estos stocks es importante porque son los que generarán más pagos de intereses en los años siguientes, y porque, además, permite recalcular cuál será el nuevo valor de la deuda cuando se devalúe el tipo de cambio.

 

Estos modelos nos permiten anticipar que si se toma deuda externa y las divisas son cambiadas a pesos para financiar el déficit fiscal, habrá demasiados pesos circulando. También pueden anticipar que si el Banco Central decide emitir bonos en pesos para absorber esa liquidez y evitar la inflación, como hizo el Banco Central con las Lebacs, entonces aumentará el stock de deuda interna. Estos modelos también permiten hacer estimaciones de cuáles serán los costos en intereses que estos stocks de deuda interna y externa generarán en períodos futuros, y cómo aumentarán el gasto público y el déficit de la cuenta corriente exterior.

 

El Gobierno de Mauricio Macri podría haber utilizado este modelo para prever las inconsistencias macroeconómicas insalvables que estaba generando pero, cabe reconocerlo, no era necesario porque un poco de sentido común era suficiente. Cualquier ciudadano medio es capaz de entrever que un aumento del déficit fiscal y del déficit externo, junto al aumento indiscriminado de la deuda que era necesario para financiar estos déficits gemelos, eran una bomba de tiempo imposible de desactivar.

 

Qué tiene el pobre Gobierno en la cabeza

 

Analicemos un modelo muy sencillo, habitual en las facultades de Ciencias Económicas, conocido como el “Modelo de las Tres Brechas”. Este modelo[2], es una identidad contable, es decir, que siempre se cumple ex post, que nace transformando la ecuación contable fundamental y nos permite llegar a la siguiente ecuación:

 

(PNB – T – C – Ip) + (T – G – Ig) + (M + R – X) = 0

 

El primer paréntesis muestra la llamada Brecha Interna, compuesta por el Producto Nacional Bruto PNB, menos impuestos (T), menos consumo privado (C), menos inversión privada (Ip). Nos dice que el PNB, es decir, el ingreso nacional que nos queda luego de pagar las rentas al capital extranjero, como intereses de la deuda externa y utilidades del capital extranjero, puede ser destinado a pagar impuestos, a consumir o a invertir.

 

El segundo paréntesis nos muestra la Brecha Fiscal y está compuesta por los ingresos tributarios (T), menos el gasto público (G) y menos la inversión pública (Ig). Nos muestra que los ingresos tributarios se pueden destinar a la inversión estatal o al gasto público.

 

El último paréntesis nos muestra la Brecha Externa, y está compuesto por el déficit de la cuenta corriente, es decir, las importaciones (M), menos las exportaciones (X) más las rentas netas (R) pagadas a los factores de producción extranjeros (es decir, intereses de la deuda y utilidades del capital, básicamente). Introducimos R con un signo positivo, igual que a M, reconociendo que Argentina es un país deudor del resto del mundo, ya sea porque el entramado productivo está compuesto en gran medida por empresas trasnacionales que remiten sus utilidades a las casas matrices o porque el Estado es un deudor neto y, por tanto, debe pagar intereses al resto del mundo. En Alemania, Japón y EE.UU., las rentas netas (R) se restarían al igual que las exportaciones, representando una fuente de ingresos adicional para el país.

 

Dado que podemos expresar al ahorro privado como Sp = PNB – T – C y al ahorro del sector público como Sg = T – G, reexpresaremos la ecuación anterior:

 

(Sp – Ip)        +           (Sg – Ig)           +          (M + R – X)        = 0

 

Brecha interna              Brecha fiscal                  Brecha externa

 

Esto nos permite distinguir que cada brecha indica que el ahorro privado y el ahorro público son los que permiten financiar la inversión privada y la pública, respectivamente. Si el país no tiene suficiente ahorro interno, privado o público, puede recurrir al ahorro externo representado en la ecuación por (M+R-X).

 

Este modelo nos permite entender los balances sectoriales, es decir, las relaciones entre el sector público, el sector privado y el sector externo, y aunque no permite contabilizar la evolución de los stocks que son el gran atributo que distingue al modelo de Godley y Lavoie, las brechas nos permiten anticipar la evolución de los stocks.

 

Si el sector externo está equilibrado (M+R-X=0), un sector público superavitario (Sg-Ig>0) significa, necesariamente, la contrapartida matemática de un desahorro del sector privado (Ip>Sp). Si el sector público está equilibrado, un déficit externo, es decir, recurrir al ahorro externo (M+R>X), significa igualmente la contrapartida matemática de un desahorro del sector privado.

 

Macrismo y brecha externa

 

El Gobierno basó su política en la premisa de que era indispensable generar confianza para atraer inversiones. La gran apuesta fue la confianza en que, por el simple hecho de que la Casa Rosada estuviese a cargo de un presidente pro-mercado y pro-hegemón (EE.UU.), la Argentina se liberaría de los riesgos expropiatorios y los riesgos geopolíticos que desalentaban la inversión extranjera. Así, lloverían las inversiones externas.

 

Existían varias dosis de inocencia combinadas. Por un lado, porque existe una numerosísima evidencia internacional que prueba que la inversión extranjera no suele conducir al desarrollo de los países receptores, salvo en contados casos en la historia global[3]; países que aplicaron políticas activas de intervención en los mercados, algo que ni este Gobierno estaba dispuesto a realizar ni se ha realizado nunca en ninguno de los experimentos neoliberales aplicados en Argentina y en toda Latinoamérica.

 

De todos modos, con el objetivo de convocar esta “lluvia de inversiones”, el Gobierno dispuso un conjunto de medidas de desregulación comercial y financiera destinadas a mejorar el clima de mercado. Entre las mismas se destacaron:

 

  • Se elevó el límite mensual a la compra de dólares a 5 millones de dólares, para luego eliminarse completamente.

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  • Reducción inicial de 360 días a 120 del límite de permanencia de capitales financieros en el país. Finalmente, en enero de 2017, se eliminó totalmente ese plazo mínimo.

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  • Se amplió de plazo a 365 días para liquidación de exportaciones de todos los rubros. Luego se eliminó el plazo.

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  • Eliminación de compra de dólares permitida en efectivo (primero se subió de USD 500 a USD 2.500 y en enero de 2017 se eliminó totalmente).

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  • Liberalización de importaciones.

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Asimismo, al asumir, Macri dispuso de una fuerte devaluación, cercana al 50%, para aumentar la competitividad cambiaria de la moneda. Sin embargo, el desmonte de los mecanismos de control de precios existentes (tales como el programa Precios Cuidados, la disminución de regalías y una política laxa respecto a los precios de bienes regulados, como los servicios públicos) hizo que la inflación se acelerase y el peso se apreciase rápidamente (gráfico 1).

 

De este modo, durante los dos primeros años del Gobierno, se conjugaron un tipo de cambio relativamente apreciado con libre comercio, lo que derivó en un esquema macroeconómicamente inconsistente en términos del sector externo.

 

Como muestra la tabla 1, Argentina pasó de generar un superávit de comercio en 2014 a un déficit de 6,6 mil millones de dólares cuando comenzó la crisis de precios de commodities en 2015, y con el cambio de Gobierno el déficit externo se redujo ligeramente durante el primer año de gestión y, a partir de entonces, mantiene un crecimiento explosivo. El resultado de la Brecha Externa muestra que la economía argentina recurre con mayor intensidad que nunca en la historia al ahorro externo, en torno a 32 mil millones de dólares hacia 2017, una cifra ni siquiera vista en los deficitarios años ‘90.

 

http://www.celag.org/argentina-destino-incierto-crisis-economica-no-heredada/

 

 

 

La segunda dosis de ingenuidad respecto a la inversión extranjera directa (IED) quedó demostrada porque el boom de dólares proveniente de las inversiones productivas brilló por su ausencia: en 2016 y 2017 entraron por ese concepto casi 7,5 mil millones de dólares anuales, valores que se ubicaban muy por debajo de los más de 10,0 mil millones anuales, en promedio, del último mandato de Cristina Kirchner.

 

En efecto, el flujo neto de inversión extranjera directa recibida por Argentina pasó de representar el 5,4% de la inversión total en América Latina al 4,5% del total durante los dos primeros años de macrismo. Si bien hubo una disminución generalizada de la IED recibida en la región durante 2016, especialmente, la caída en Argentina fue más aguda.

 

Respecto a la primera ingenuidad, es decir, la falacia de apostar a la inversión extranjera como basamento para impulsar el desarrollo, queda en evidencia al notar que la salida de divisas en concepto de remesas de utilidades, actualmente ¡es más importante que el flujo de entrada de inversiones! Así, de acuerdo a la balanza de pagos, en los últimos 4 años la salida de divisas por este concepto representan un promedio de 8.6 mil millones de dólares; como vemos, una cifra que incluso es superior al promedio de ingresos de inversión extranjera durante el Gobierno de Macri. Cabe notar que, mientras mayor sea la proporción de la economía en manos de empresas extranjeras, este componente de salida de divisas será mayor.

 

Si bien no hubo lluvia de inversiones reales, lo que sí tuvo un boom, fueron las inversiones especulativas de capitales golondrina. Entre diciembre de 2015 y abril de 2018 ingresaron por esa partida 12.274 millones de dólares, cuando en los cuatro años anteriores se habían registrado más salidas que ingresos por esa vía (-229 millones de dólares).

 

Sin embargo, toda cifra queda pequeña comparada con los ingresos que recibió el Gobierno por la vía de la deuda externa. Desde sus inicios hasta abril de 2018 ingresaron 87.325 millones de dólares por este concepto.

 

En síntesis, la deuda estatal y las inversiones especulativas fueron la lluvia tropical de inversiones que recibió Argentina con el macrismo. La inversión extranjera directa fue apenas una llovizna que, incluso, resultó más baja que durante el Gobierno inmediato anterior.

 

Las turbulencias de la economía argentina durante 2018 nos permiten prever que la situación empeorará el año entrante. La devaluación hace más competitivas las exportaciones, pero el grueso de nuestras exportaciones son de productos primarios que son competitivos a cualquier tipo de cambio, por lo que no esperamos una mejora en los ingresos por exportaciones. El ajuste de las cuentas externas mejorará por el componente de importaciones en 2019, como consecuencia de la disminución del consumo que dispara la recesión. El encarecimiento de los bienes importados que disparó la devaluación sólo tendrá un efecto desaliento transitorio, porque la inflación prevista para 2018 ya supera el 45% anual, por lo que las ventajas competitivas desaparecerán rápidamente. Las cuentas externas empeorarán en 2019 como consecuencia de los mayores pagos en concepto de intereses y amortización de capital.

 

Box: Inocencia vs. Negligencia, las dos hipótesis sobre la gestión del Banco Central

 

La deuda externa que asumió el Gobierno se dirigió a dos destinos: engrosar las reservas internacionales, y financiar el déficit fiscal. El ex presidente del Banco Central, Sturzenegger, adoptó la política de esterilizar[4] el crecimiento de la masa monetaria que se generaba con la deuda externa.

 

El ex presidente argumentaba que ello no implicaba riesgos para la economía debido a que la masa de pesos colocados en Lebacs, estaba respaldada por el stock de dólares en las reservas internacionales del Banco Central. La ingenuidad supina consistió en creer que las tasas de interés que tenía que ofrecer el Banco Central por esos títulos, en torno a un 25% anual inicialmente, no tendrían efectos sobre las cuentas fiscales y sobre el crecimiento exponencial de los títulos públicos. Los tipos de interés que ofrece un banco central tienen que compensar el riesgo que asumen los inversores y brindarles una rentabilidad razonable. Los tipos de interés no podían ser bajos debido a la expectativa de devaluación que tenía la divisa. Los inversores externos entraron al mercado de Lebacs en un proceso conocido como trae y lleva (carry-trade), que consistió en traer dólares, cambiarlos a pesos, colocarlos en Lebacs y, al vencimiento del título, volver a cambiarlos a dólares para sacarlos del país. El Gobierno estimuló este flujo de capitales golondrina, muy especulativos y de rápida movilidad. Por ello, el negocio duró lo que duró la expectativa de devaluación moderada. Cuando la expectativa de devaluación aumentó, los tipos de interés tuvieron que subir lo suficiente como para compensar a los inversores golondrina ante posibles pérdidas de capital generadas por la depreciación del peso. Estas expectativas de devaluación fueron confirmadas, al punto de que el Gobierno tuvo que elevar estas tasas de interés hasta el 60% actual, la tasa de interés más contractiva del mundo.

 

En síntesis, el Gobierno se endeudaba con el resto del mundo para conseguir dólares y, luego, el Banco Central se endeudaba también con el resto del mundo para evitar el efecto inflacionario provocado por las divisas que había traído. Podría haber evitado este doble endeudamiento simplemente evitando el primero o recurriendo solo al segundo.

 

La esterilización, es una política recomendada cuando el ingreso de divisas se explica por razones de mercado, nunca por políticas deliberadas de un gobierno. Haga el lector la siguiente cuenta. Digamos que un gobierno se endeuda al 7% por cada dólar que trae vía endeudamiento, y luego vuelve a endeudarse a una tasa del 25% por cada dólar traído. ¿Cuál termina siendo la tasa real en dólares a la que se financiaba Argentina? Un 32% “en dólares” si el dólar se mantenía estable, menos si se devaluaba. Sin duda, la Argentina ha sido el país con el costo de financiamiento más oneroso, un verdadero timo al país al alcance de inversores espabilados que ha beneficiado a grandes inversores que recibían intereses por partida doble. Endeudarse en dólares para luego esterilizar en pesos es falta de coordinación entre el Banco Central y el Ministerio de Hacienda y una muestra de que el principio de independencia del Banco Central está sobreestimado. Si los economistas pudiesen ser llevados a juicio y condenados por su mala praxis, hoy Sturzenegger estaría preso por negligencia o por culpa. Por el momento, su único castigo es el escarnio y la mofa.

 

Otra fuente de inocencia del Banco Central fue pensar que el endeudamiento generado por las Lebacs no era preocupante porque eran títulos emitidos en pesos y que, por lo tanto, no comprometía la estabilidad externa. Como quedó pronto en evidencia, los capitales golondrina transformaron rápidamente los bonos en dólares, contribuyendo a depreciar el peso. Sin restricciones al movimiento de capitales, era inevitable que los capitales huyeran y presionaran sobre el valor del dólar apenas divisasen algún cambio en el ritmo de devaluación. En este sentido, cabe una importante lección: con libre movilidad de capitales, todo endeudamiento en pesos es un endeudamiento potencial en dólares.

 

Macrismo y brecha fiscal

 

El contraste entre la situación fiscal antes y después del cambio de Gobierno es notable. Los gastos se incrementaron más que los ingresos fiscales, especialmente como consecuencia de la menor recaudación de retenciones a los productos primarios. Así, el desahorro público, es decir, la fuente que permite financiar la inversión en nuestro modelo, se multiplicó en más de 6 veces, pasando de un desahorro de 54 mil millones de pesos, en 2015, a uno de 328 mil millones.

 

La inversión pública apenas experimentó un incremento de 25% en pesos, lo que significa una enorme disminución en términos reales, habida cuenta de la alta inflación durante el período.

 

Es muy llamativo, además, el cambio en la composición del gasto público. Las remuneraciones al personal pasaron de representar un 14,3% del gasto total hasta 12,9%, es decir, una disminución de 1,4 puntos porcentuales. Por el contrario, los intereses pagados por la deuda pública aumentaron desde un 6,8% del gasto público total, hasta un 10,5% entre 2015 y 2017.

 

En definitiva, el cambio de Gobierno hizo una reasignación brutal de prioridades. El incremento del gasto ha sido muy significativo, especialmente en el componente de tasas de interés de la deuda que ha más que compensado los esfuerzos del Gobierno para reducir el gasto en personal y la inversión real.

 

La inversión pública durante el Gobierno de Cambiemos se desploma. Pasó desde representar un 11,4% del total de los ingresos en 2015 a un 8,7% en 2017, mostrando así uno de los mayores déficits de la actualidad -ya que estas inversiones en su gran mayoría son infraestructuras, distribuidas en todo el país a través de las provincias, que quedan relegadas al igual que el potencial de desarrollo del país-.

 

El Gobierno no ha reducido el gasto público sino aquellos componentes que le caían más antipáticos, el personal y la inversión pública. En contrapartida, ha preferido aumentar el gasto dirigido al pago de intereses de la deuda. Para 2019 el Gobierno se ha comprometido con el Fondo Monetario Internacional (FMI) a reducir el déficit fiscal a cero, desde un registro en torno a 2,6% estimado para 2018. Esta meta será imposible de lograr. El Gobierno está subestimando el efecto que tiene una recesión sobre la recaudación tributaria. Para 2019 se prevé una reducción del PIB que podría ubicarse entre el 3% y el 5%, lo que conduciría a una caída de la recaudación que puede fluctuar entre 3% y 15%, dependiendo el tipo de impuesto.[6] No hay ajuste que pueda lidiar con semejante caída de la recaudación. Asimismo, se prevé que continuarán los riesgos de devaluación del tipo de cambio, por lo que los intereses exigidos por el mercado seguirán siendo elevados para compensar ese riesgo y, en definitiva, esta fuente de gasto continuará ganando espacio.

 

Macrismo y Brecha Interna

 

Los balances sectoriales del Modelo de Tres Brechas nos permiten analizar la brecha interna como una consecuencia matemática del resultado de las brechas fiscal y externa. Simultáneamente, la economía argentina tiene déficit externo y desahorro público, la primera brecha es contractiva y la segunda expansiva.

 

En efecto, si el saldo de cuenta corriente es deficitario, como es el inevitable resultado de la liberalización comercial, entonces sólo un déficit del sector público puede llevar algo de prosperidad al sector privado, de tal forma que compense los recursos que el sector externo le extrae a la economía. Con un saldo deficitario de la cuenta corriente sólo hay dos opciones: o el sector privado reduce su ahorro para mantener el equilibrio, o el sector público aumenta su déficit para que los privados puedan mantener su posición inalterada. Un déficit de cuenta corriente es equivalente a un desahorro del país con el exterior o, en otras palabras, no es más que aumentar el stock de deuda con el exterior pagadera en divisas, al igual que incrementar las futuras salidas de capitales en concepto de pagos de rentas de la inversión. El déficit del sector fiscal, igualmente, significa incrementar el stock de deuda interna del sector público.

 

La inconsistencia manifiesta de la política económica del macrismo consiste en el doble déficit, fiscal y exterior, que genera dos fuentes de inconsistencias, el crecimiento de la deuda interna y el de la deuda externa. La política expansiva en términos de déficit fiscal no tiene sentido si simultáneamente no se va a precautelar el impacto sobre las cuentas externas de dicho déficit.

 

El déficit fiscal observado debería generar un impulso expansivo en el sector privado de la economía. Es lo que nos muestra la identidad desarrollada. Sin embargo, el sector privado no da señales de recuperación sino todo lo contrario.

 

Macri recibió el Gobierno con un PIB creciendo a un ritmo de un 2,5% anual[7] en 2015, tras la salida de la debacle de los precios de los commodities en 2015, y en los dos primeros años de gestión mostró un crecimiento promedio de apenas 0.5% anual. Si sumamos que las expectativas para 2019 son de que la economía experimentará una contracción entre -3% y -4%, el resultado neto del Gobierno de Macri podría ser, incluso, de una caída del 1% promedio anual durante toda su gestión, un resultado pobre e incluso peor que la década perdida de los ‘80 (tabla 3). El mismo cambio de tendencia parece observarse en el estimador de la actividad económica (EMAE) de manufactura mensual. El mismo muestra que, excepto estos los sectores Pesca, Hotelería y restaurantes, el sector financiero y las inmobiliarias, los restantes 11 tuvieron un desempeño peor al que venían mostrando en 2015.

 

El modelo también muestra dificultades para generar suficiente empleo y, como consecuencia, está aumentando la tasa de desempleo. El Gobierno de Macri heredó una tasa del 6,5% y en la actualidad se ubica por encima del 9%, y las estimaciones sugieren que, como consecuencia de la caída del PIB al finalizar el año 2018 y como consecuencia de la recesión que continuará en 2019, superará con holgura el 10%.

 

En definitiva, el esquema macro argentino combina un sector fiscal que realiza una política fiscal expansiva, aunque termina teniendo muy pocos resultados en términos de expansión del sector privado. La principal razón se debe al giro pro-mercado de la política económica que ha hecho que el tipo de gasto contribuya muy poco al crecimiento económico del país, priorizando el gasto en intereses de la deuda y estimulando las importaciones; ambos son los mecanismos por los cuales los impulsos fiscales se filtran al exterior sin derramar bienestar al interior de la sociedad.

 

El esquema monetario argentino, con tasas de política monetaria que actualmente llegan al 60% anual y se traducen en tipos de interés al consumidor o el productor que rondan entre el 100% y 130%, no está diseñado para estimular sectores de actividad diferentes al financiero. Cuando la expectativa de crecimiento salarial fluctúa en torno al 25% anual, estas altas tasas significan un retraso salarial mayúsculo y, por lo tanto, una contracción de las actividades productivas vinculadas al consumo interno.

 

Desde un ángulo más enfocado en el sector productivo, el actual mercado en recesión hace que sean pocas las actividades económicas que puedan competir con la tasa de rentabilidad financiera que genera el sector público. El sector productivo queda relegado frente a la especulación financiera y, en los casos en los que la producción continúa, tiene que enfrentar las dificultades que implican absorber los costos financieros y lidiar diariamente con la inflación rampante. El modelo argentino no es un modelo productivista, como lo intentó ser el neoliberalismo de los ’90. Más bien se parece al modelo de los ‘80, por su desempeño en términos de actividad y por la hegemonía del negocio de la especulación financiera, la devaluación continua del peso y la absorción interna por parte del Banco Central de los excedentes de liquidez con características de bola de nieve.

 

¿Dónde están los USD?

 

¿Cómo un país con estos ingresos financieros enfrenta falta de dólares y una devaluación de casi el 100% desde abril? El problema es que estos ingresos externos se caracterizan por su volatilidad y por el hecho de que deben ser repagados con intereses. Lejos de preocuparse por esto, el Gobierno permitió que los dólares se fueran por partidas absolutamente ociosas. Entre compra de dólares sin fines predeterminados, turismo, intereses y remisión de utilidades (todo en términos netos), el país perdió 91.896 millones de dólares entre diciembre de 2015 y abril de 2018.

 

Es decir, prácticamente toda la plata que entró por las inestables partidas financieras se fue en partidas que no generan capacidad de repago.

 

Este modelo trastabilló en abril cuando los capitales especulativos, desprovistos de regulación, se retiraron en masa del país cuando la tasa del bono del Tesoro de Estados Unidos tocó el 3%. Dadas las evidentes inconsistencias del esquema argentino, esta salida desestabilizó a la economía más que a cualquiera de la región. Ante la mala reacción del Banco Central, que entregó 4.000 millones de dólares de sus reservas internacionales y, aun así, fue incapaz de frenar la suba del tipo de cambio, la demanda de dólares se contagió también a los locales.

 

Esta situación dejó expuestas todas las fragilidades del modelo y así fue como se cortaron los ingresos por capitales especulativos y deuda externa. Dado que el Gobierno nunca procuró cuidar la salida de dólares, comenzó a cubrir el faltante de los mismos con la deuda del FMI, con quien llegó a un acuerdo stand by en tiempo récord por un monto de 50.000 millones de dólares. Este nuevo préstamo, que implica un desembolso inicial de 14.956 millones de dólares, también se está yendo en financiar partidas ociosas tal como se ve en el gráfico 4 (datos hasta julio).

 

Esta tendencia continuó en agosto y lo que va de septiembre. En efecto, más de las dos terceras partes del desembolso del FMI han salido de las Reservas Internacionales en menos de dos meses. Las mismas se ubicaron en 63.274 millones de dólares cuando ingresó el préstamo y ahora se ubican en torno a los 51.000.

 

Reflexiones finales

 

¡La inflación más alta desde 2002, las tasas de interés más altas del planeta, el contagio más fuerte entre los emergentes, récord internacional de emisión de deuda, el mayor déficit comercial de la historia reciente!… Estos son algunos de los blasones que describen los resultados del modelo macroeconómico que ha demostrado sus debilidades, implosionado por su propio peso, el de la deuda interna y externa. La pesada herencia fue generada por Macri.

 

La deuda fue el eje vertebrador que ordenó estos dos primeros años de Gobierno, pero los acreedores se retiraron apenas olfatearon el riesgo cambiario y comenzaron a sufrir pérdidas como las que tuvo el fondo Templeton en agosto. En estas instancias el último recurso al que pudo recurrir es el abrazo de oso del FMI, que impone un recorrido más exigente en términos de ajuste fiscal.

 

Sabemos que el Gobierno tendrá que hacer grandes cambios, presionado por la proximidad de las elecciones presidenciales el año entrante y por las condiciones que impondrá el FMI o el Tesoro estadounidense. Todas las opciones están abiertas, incluso la adopción de la dolarización o una secuela de la convertibilidad, políticas que tanto el Gobierno en funciones como el Gobierno externo del FMI y el Tesoro parecen ver con buenos ojos. En numerosos artículos el FMI recomienda avanzar por el camino de la desdolarización de las economías cuyos sistemas monetarios utilizan intensivamente el dólar como dinero. Sin embargo, en otros parecen sugerir que las ventajas de la dolarización completa son superiores a las pérdidas de soberanía monetaria.

 

No hay tonto bueno ¡ni sabio que no lo parezca! Con este viejo adagio castellano, la sabiduría popular castiga a quienes se escudan de sus acciones por su ignorancia. Son culpables, no inocentes, quienes fallan por su ineptitud. Pero los refraneros esconden una filosofía profunda, llena de matices y contradicciones. El arte de hacerse el tonto lo dominaron los sabios porque es útil. En este dilema nos encontramos en Argentina. No sabemos si se trata de arte o desastre.

 

 Notas

[1] Godley, W. y M. Lavoie (2007). Monetary Economics. Ed. Palgrave, McMillan.

 

[2] No desarrollamos este modelo aquí por razones de brevedad. El lector interesado puede encontrarlo en Oliva, Nicolás (2017). Desmitificando el ahorro, hacia una economía del Pleno Empleo. Ed. Celag. descargable en https://www.celag.org/informe-celag-desmitificando-el-ahorro-hacia-una-economia-del-pleno-empleo/ o en muchos otros trabajos académicos, entre ellos:  http://biblio3.url.edu.gt/Tesario/2014/01/02/Pacheco-Armando.pdf.

 

[3] Ver http://www.celag.org/analisis-la-inversion-extranjera-directa-america-latina-1990-2016/ y http://www.eltrimestreeconomico.com.mx/index.php/te/article/view/368.

 

[4] El endeudamiento del Tesoro en dólares es transformado en los pesos que necesita para financiarse. Así, el endeudamiento externo se traduce en un incremento de la masa monetaria. Sturzenegger, para evitar los posibles efectos inflacionarios de esa masa monetaria, colocó en el mercado los títulos públicos en pesos llamados Lebacs.

 

[5] http://www.bcra.gov.ar/Pdfs/PoliticaMonetaria/IPOM_Octubre_2017.pdf

 

[6] La elasticidad ingreso de la recaudación tributaria durante períodos recesivos, es diferente según el tipo de impuesto del que se trate, y fluctúa entre el1% y el 3% aproximadamente. Esto significa, que, por cada 1 punto porcentual de caída del PIB, la recaudación podría caer entre 1% y 3% aproximadamente. No existen muchos trabajos que calculen esta elasticidad, por lo tanto, estos valores son solo orientativos. Para más detalles ver http://www.estimacionestributarias.com/archivos/08.pdf.

 

[7] Las Cuentas Nacionales argentinas son presa fácil de las manipulaciones de cualquier gobierno, incluyendo el actual. Tras un apagón informativo inicial, en 2016 el nuevo gobierno realizó una modificación del sistema estadístico que, si bien necesitaba cambios urgentes, terminó siendo duramente cuestionado por decisiones metodológicas e inconsistencias observadas, y por los resultados que parecieron sesgados con el objetivo de restarle méritos de desempeño económico al gobierno anterior.

 

Guillermo Oglietti

Investigador del CELAG

 

http://www.celag.org/argentina-destino-incierto-crisis-economica-no-heredada/

 

https://www.alainet.org/es/articulo/195384?language=en
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