Literatura ecuatoriana al banquillo
- Opinión
Lo ocurrido en el discurso alrededor de la literatura ecuatoriana no es una novedad. Lo novedoso es que se haya dado un pronunciamiento al respecto con la firma de muchas personas que antes no dijeron nada o dijeron muy poco.
Desde hace años varias escritoras venimos denunciando la constante discriminación proveniente de aquellos que mantienen una hegemonía a nivel intelectual, de aquellos que se han atrincherado en puestos administrativos de cultura, desde donde coquetean con los gobiernos de turno para mantener bastiones y privilegios.
No solo eso hemos denunciado. Se ha analizado y cuestionado el que se hable de “literatura ecuatoriana” casi exclusivamente cuando se nombra a los varones escritores, mientras que para referirse a las escritoras se habla de “literatura de mujeres” o “escrita por mujeres”. Esto implica una tajante división con alto contenido patriarcal y machista, que no es explícita, pues los discursos al respecto vienen acompañados con palabras que pretenden resaltar el trabajo “de ellas”. Sin embargo, si se analiza a fondo, la división ocurre desde el sitial de los papitos que les dan gusto a las nenas, desde lo jerárquico, en donde se considera que ellas (las escritoras) escriben menos bien que ellos (los escritores), pero que hay que aceptarlas para no quedar mal con el feminismo. Se han dado casos extremos entre quienes pertenecen a esta hegemonía intelectual, en que aprovechando puestos de poder, han complacido a amantes –y demás seductoras supuestamente “poetas”–, con la publicación de obras mediocres.
A las escritoras de oficio, de profesión y de vida que no les hemos rendido pleitesía, sin duda nos han ido relegando más y más. Y conste que a este retrógrado pensamiento no se lo cuestiona desde la defensa feminista sino por lo que implica en cuanto a derechos de propiedad y producción intelectual. Así, las apreciaciones de ideología colonial han primado. Con este tipo de pensamiento tradicionalista se han cometido injusticias, como la violación de derechos de autor a las escritoras. Y en distintas oportunidades. Lo he vivido tal cual. En su momento enjuicié por la violación a esos derechos. Sin embargo, a pesar de una sentencia que evidenció las artimañas de ciertos escritores ”reconocidos”, los diferentes “administradores” de cultura los mantuvieron dentro de la hegemonía intelectual sin cuestionarlos ni sancionarlos.
Esa hegemonía intelectual o intelectualoide no ha querido cambiar; por el contrario, se ha enganchado con el Estado y también actúa desde lo privado para proteger una dinámica de privilegios, en la cual las cabezas más visibles cumplen con leerse, criticarse, publicarse entre ellos mismos, e incluso premiarse, difundirse, distribuirse y garantizarse una presencia a nivel internacional. Entre ellos hay quienes basan su fama en un pasado de hace cuarenta años sin que hayan aportado con nuevas obras o renovado su discurso, como ha quedado en evidencia.
Para reforzar lo dicho, tomo como ejemplo lo que sucedió en el 2004. Me pidieron un cuento para la publicación de una antología de escritores ecuatorianos. Cuando fui a ver el resultado del libro, ante mi sorpresa la antología había sido dividida en dos puntos de vista con respecto al género: un libro para los hombres escritores y otro para las mujeres escritoras. Los títulos: PURO CUENTO y CUENTOS DE MUJER respectivamente. De entrada no me gustó pero ya era tarde para protestar y miles de ejemplares se habían impreso. Resultaba innegable el sentido discriminatorio. Comprobable solo dando la vuelta a los títulos. Muy fácil de ser analizado. Bien aclarado el pensamiento tradicional, patriarcal, machista. Pensamiento colonial. ¿Qué tal CUENTOS DE HOMBRE para “ellos” y PURO CUENTO para “ellas”?
Mi cuestionamiento me costaría caro. Años más tarde se hizo otra edición de CUENTOS DE MUJER, sin que se pidiera autorización a las autoras y sin pagarles por derechos de autor. Lo peor fue que ni siquiera se habían actualizado los datos bibliográficos de las escritoras y aparecía como si nuestra obra se hubiese estancado en el tiempo. Es decir, no se preocuparon de realizar ni siquiera una llamada telefónica. Y los contratos indicaban que debía obtenerse la autorización por escrito y que había dinero para pagar.
El argumento esgrimido se resume a: ¿Cómo así cuestionar a quienes te hacen un favor al tomarte en cuenta?
Pues de tal manera se pensaba y actuaba en consecuencia. Hasta hoy es así: desconocimiento de derechos de autor más nada de remuneración. Aquí ganan coordinadores, directores, diagramadores. Se paga papel, tinta, impresión, etc. Y los creadores, quienes hemos trabajado meses y aún años para sacar una obra de calidad, no recibimos ni paga ni reconocimiento, peor aún difusión. Asombra que siendo escritores, como dicen ser, ignoren que el trabajo intelectual y creativo debe ser remunerado en equidad de condiciones.
Se sospecha que por este tipo de lógicas y procederes algunos de aquellos que detentan el “poder” a nivel cultural, se han enriquecido, no solo a causa de no pagar derechos de autor sino en especial a causa de autopublicarse y autoreimprimirse masivamente y en forma constante. El justificativo para tal comportamiento responde a parámetros de exclusividad estética, de vanidad, de individualismo. La cosa se agrava cuando se dan estas situaciones con el dinero del pueblo, es decir, de quienes sí pagamos impuestos.
Esta es la raíz sobre la cual se ha conformado el tablero de la literatura ecuatoriana o lo que se quiere entender como literatura ecuatoriana. De ahí el discurso repetitivo y anacrónico en Uruguay, pues a nivel oficial los únicos referentes que se manejan son los supuestos de la hegemonía intelectual, de la cual es un representante el ministro. Desde tal sitial es que se publica a unos sí y a otros no y se discrimina.
Asimismo, esa hegemonía intelectual se ha encargado de invisibilizar a las nuevas generaciones de escritoras y escritores ecuatorianos. A lo sumo, se ha acogido a aquellos que se alinean a sus particulares puntos de vista sobre la estética literaria ecuatoriana. Si no se responde al parámetro propuesto o no se les admira con reverencia, los nuevos escritores –y escritoras– son prácticamente erradicados de cualquier proyecto de publicación, con el agravante de que un buen número de esos proyectos e incluso de editoriales del Ecuador están vinculados a la misma argolla.
Es muy grave por esto y por otras razones lo que ha sucedido en el discurso del ministro, pues demuestra un anquilosamiento no solo de los mismos nombres sino también de ideas, de ideologías, de tradicionalismos que urgen ser superados.
De otro lado, agradecer lo ocurrido pues coincide con un momento importante, cuando se vuelve posible y necesario desenmascarar y transparentar lo que ocurre adentro de los escenarios culturales y de la literatura en específico. Es entendible que desde la hegemonía intelectual no se dé una apertura para el cambio. Es el temor el que sobresale. Temor a perder bastiones y asumir que sí, que si se mantienen tales conductas y pensamientos, sin duda en breve llegará la decadencia.
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