El feminicidio: un mal escamoteado
- Opinión
Ya sabíamos, y de sobra, que la mujer, las mujeres, en el mundo patriarcal son un ser de segunda clase. De primera clase es, exclusivamente el varón. En esta condición, desde antaño, ella es la serviha, (expresión del jopara, mezcla del castellano con el guaraní) la sirvienta de los varones, para todo uso y capricho. Está inscrito en nuestra cultura y se alimenta, no disminuye, aumenta, en la cultura globalizada; su gran aliada sigue siendo, para ello, la educación hegemónica que desde el hogar y los centros educativos fomenta la primacía del varón en su valoración, en los quehaceres, en la vestimenta, en fin… en la expresa negación o en el escamoteo de una educación inclusiva, basada en los derechos humanos fundamentales.
Igualmente, la industria del espectáculo, del entretenimiento vacío, aporta al convertir a la mujer en un mero soporte de la publicidad consumista, en la sacralización de los parámetros de la belleza, de los quehaceres, de los oficios, designados como naturales, supuestamente independientes de hechos históricos, de sistemas socioeconómicos. Es en esta línea se inscribe el asesinato cometido por el narcotraficante Marcelo Pinheiro contra Lidia Meza Burgos en la Agrupación Especializada de la Policía Nacional, el sábado 17.11.18. Un nuevo episodio de un mal cada vez más frecuentemente repetido, pero que no queremos ver o que se esconde, luego de los impactos que produce.
El delincuente necesitaba una mujer. ¿Para qué? Supuestamente nadie podía responder esa pregunta. O, no se la explicita por obvia: un reo también necesita una mujer. Ante el requerimiento, se desencadenó una red de conocedores y baqueanos; pusieron en marcha sus contactos hasta dar con, según la terminología usada en los medios, “una mujer”, “una joven”. No fue muy difícil para los “intermediarios” elegir a la víctima, pues ella ya había estado en una ocasión anterior en el mismo lugar y con el mismo narco. Las crónicas suavizan la entrada de Lidia como “una visita”. Por lo tanto, los policías la condujeron a la celda del asesino, sin vigilancia alguna. Allí, en la soledad de la celda, el narco estrelló la cabeza de Lidia contra la pared y le aplicó múltiples estocadas con un cuchillo hasta matarla.
En casos similares, en las crónicas es frecuente pintar el hecho como un asesinato “a sangre fría”. Posiblemente la figura pretende ilustrar la no inmutación, la absoluta ausencia de compasión, para golpear, herir, matar, impulsado por la frialdad de lo planeado, ahora en la ejecución sin un destello de la conmiseración propia de los humanos. Esa es la fría descripción. Pero, al lado, nadie habla de la caliente sangre de la víctima, de su respiración cada vez más débil, aunque tibia pero ya impotente ante el glaciar que inunda sus venas abiertas. Para ser justos, tan fría es la sangre de los que asesinan como fría es finalmente la sangre, la humanidad de las víctimas.
Posteriormente, por orden presidencial se expulsa al criminal. Se da el veredicto que mediante el crimen pretendía eludir el narco: su extradición para no ser juzgado en su país, Brasil. Son destituidos los directivos de la Agrupación Especializada. Desde ahora los presos usarán sólo cubiertos de plástico. Y etcétera. Pero, ¿se erradicarán los privilegios de los que gozan los reos con grandes posibilidades económicas? ¿Cómo se encarará el saneamiento moral de los guardianes del orden? ¿Se tomarán en serio los vacíos legales de la práctica de la prostitución, que permiten los aprovechamientos de muchos?
Según el Observatorio de Violencia de Género del Centro de Documentación y Estudios (CDE), hasta el mes de noviembre se dieron 49 feminicidios en el país. La muerte de Lidia suma los casos del mes de noviembre y posiblemente siga el largo, esquivo y no pocas veces borrado camino de la justicia. Nos uniremos al dolor, la soledad y el desamparo de sus familiares, pero muy difícilmente cambie el panorama. Urge, a todas luces, abrir un gran debate sobre los feminicidios, las violaciones, los embarazos de niñas y adolescentes.
A la inseguridad ciudadana se une la ausencia de la educación sexual desde los hogares a los centros educativos, religiosos, deportivos. Además, ya no se puede desconocer el tremendo poder de los narcos y sus aliados con cuyo abundante dinero se logra torcer muchas voluntades. Lastimosamente la vigencia de la doble moral todo lo cubre, lo minimiza, lo blanquea. Resta esperar que los grupos de indignados por la corrupción de los políticos, sumen a sus reclamos la defensa del derecho a la vida, a la vida digna de las mujeres y de los niños. Y que toda la ciudadanía se solidarice con Lidia, con las mujeres del país, a fin de que la sombra de su muerte no se diluya, se convierta en un caso más a olvidar, sino en un referente para erradicar las muchas formas de violencia contra las mujeres.
Tacumbú, 21.11.18
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