¿Qué se esconde detrás del apocalipsis de los insectos?

06/12/2018
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
abejas_ambiente.jpg
-A +A

Hace unos días el New York Times publicó un artículo de Brooke Jarvis “El apocalipsis de los insectos está aquí: ¿Qué significa para el resto de la vida del planeta?” (https://www.nytimes.com/2018/11/27/magazine/insect-apocalypse). El artículo (refrito de otro publicado por The Guardian en Julio de 2018) devela la desaparición radical de los insectos a nivel global, el denominado “fenómeno del parabrisas” (en referencia a la falta de insectos que se estampen contra el vidrio del automóvil). Según narra la periodista, en los últimos 20 años en Estados Unidos, la población de la mariposa monarca cayó en un 90%. La Sociedad Entomológica Alemana revela por su parte, que en el mismo periodo hubo una caída de 82% en las poblaciones de insectos voladores. Asimismo, se presentan fenómenos parecidos en Inglaterra y Dinamarca. Globalmente la ciencia conoce muy poco de las más de 500 mil especies de insectos (entre ellas succionadores, hormigas, abejas y escarabajos) que son apenas el 20% del total del planeta.

 

Si bien para los urbanitas y para la mayoría de los agro-productores convencionales la ausencia de insectos es un alivio, su rol no lo es. Los insectos proveen beneficios directos a los humanos siendo los responsables de la polinización en tres cuartas partes de las plantas de las que depende la agricultura global. También al comer y ser comidos se convierten en proteína de peces y aves que a su vez alimentan a otras criaturas que nosotros comemos (sin considerar que la dieta mexicana es rica en insectos). Otra función es regular las poblaciones de plagas y asegurar la descomposición del ciclo de nutrientes de los ecosistemas, lo que permite entre otras cosas, que la dinámica microbiológica del suelo y las plantas florezcan. Es precisamente su función ecosistémica lo que resulta fundamental para la existencia de eso que llamamos vida. La caída de las poblaciones de insectos presagia el colapso en las interacciones y flujos de energía: la dispersión de semillas, la regulación predador-presa, la polinización de plantas, la reproducción y regeneración bacteriana y de hongos, y muchas otras funciones que permiten y continúan cíclicamente con la vida inmersa en una red alimenticia compleja de la que dependemos.

 

El texto supone que el fenómeno del parabrisas es algo “fantasmagórico”. Sus hipótesis causales evaden hablar del régimen tecnológico y científico comercial que estresa a la naturaleza como lo es la invasión masiva de sustancias tóxicas asociadas a los plásticos en los confines del planeta. Tampoco se plantea como una causa a los contaminantes del aire, ni a la desaparición de hábitats enteros por los monocultivos. Lo que se oculta fundamentalmente son los intereses multimillonarios que esconden las corporaciones productoras de pesticidas, plaguicidas, fertilizantes, semillas mejoradas y OGMs que en su totalidad homogenizan la biodiversidad del planeta. El artículo del NYT evita mencionar que la desaparición de insectos a nivel planetaria está directamente vinculada con la expansión hegemónica de los agroquímicos en todos los sistemas agroalimentarios. Hablamos de un régimen cuya aspiración acumulativa se basa en especular con la desestructuración de lo vivo. La muerte como fin, suponen, les permitirá hacerse del control mundial del mercado de alimentos (y de paso rentabilizar “$ervicios $ustentables” mediante la comercialización, distribución y aplicación de tóxicos disruptivos originalmente creados para la guerra). Por ello, no resulta casual que sean grupos de “amateurs” quienes denuncien la extinción, y no la tecno-ciencia de miras cortoplacistas coludida en conflictos de intereses. La anterior se demuestra en la falta de datos, escasos presupuestos para la investigación y nulas denuncias que descarguen siquiera alguna responsabilidad en los corporativos. Existe el interés expreso de desvincular a la industria de cualquier fenómeno disruptivo del tipo “parabrisas”, o del colapso en las colmenas de abejas, o de la presencia de fuertes dosis de glifosato en niños y niñas rurales (como sucede en Jalisco y probablemente en toda la república) para por el contrario, presentarse como los innovadores y portadores de soluciones biotecnológicas que terminaran por ofertar una gama de insectos patentados y genéticamente modificados a renta o venta para asegurar la polinización (como ya sucede para el control ¿o dispersión? del dengue).

 

La ciencia tecnocrática disuade su responsabilidad insecticida y propone un sistema que “ordena-desordenando” a las interacciones de la naturaleza en todos los niveles, ya no se trata únicamente de los pesticidas y herbicidas que eliminan a los insectos, sino de toda una racionalidad lineal, economicista, agroquímica y sintética que desarticula las funciones e interacciones de la red alimentaria desde la genética, los microorganismos del suelo, los insectos hasta el resto de la fauna, incluidos los animales grandes entre ellos nosotros. La defensa de la vida comienza por hacernos sujetos responsables de la misma en todos los campos. Ello requiere de la aplicación de una perspectiva pedagógica integral en el sistema educativo y de la construcción de un modelo de ciencia diferente. Existen numerosas experiencias de agricultura familiar y comunitaria que fomentan la polidiversidad de plantas e insectos, y que son social y climáticamente responsables puesto que asocian los saberes e interacciones humanas con lo vivo. Tal agricultura es un patrimonio de los campesinos y campesinas tradicionales que han combinado saberes con conocimientos agroecológicos en bosques, selvas, milpas, huertos, solares, acahuales y agostaderos de todo el país, por ello es que aún podemos considerarnos un país megadiverso.

 

Urge, sin embargo, crear nuevos modelos de ciencia que desde la complejidad problematicen alternativas y soluciones para la defensa de la vida en los territorios. De hecho, en México estamos próximos a experimentar un profundo cambio a partir de la llegada la Dra. María Elena Álvarez-Bullya al nuevo CONAHCYT, bióloga y ecóloga comprometida con la sociedad ya propuso una “H” intermedia que no es, ni será muda puesto que dará voz a las formas de vida silenciadas cuya continuidad impacta en el concepto de humanidad que aún nos queda por asumir.

 

https://www.alainet.org/es/articulo/196992?language=en
Suscribirse a America Latina en Movimiento - RSS