Un tranvía llamado desafío

11/12/2018
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El Palacio Peñarol se fue llenando desde muy temprano en la mañana del domingo. Como si las 12 o más horas de trabajo en comisiones de la jornada previa, lejos de extenuar, hubieran renovado energías y entusiasmos. El Congreso del FA esmeriló por un lado varias diferencias angulares tanto como exhibió las asperezas propias de los filamentos ideológicos dispares que en inusual arquitectura política entreteje los retazos que la unifican. Desde la socialdemocracia al trotskismo. ¿Es posible? No sin movimientos sociales que lo nutran desde las raíces, ni corazones experimentados que haciendo caso omiso al otoño de los calendarios, persistan en una juvenilia de apelación reanimada de viejos horizontes atraídos por nuevos sueños. Aunque la gestión de gobierno y las responsabilidades administrativas los ahuyentan, no estuvo exento de intervenciones con desbordes y audacias que no compensan por ello la sangría de militancia e independentismo cuya principal sintomatología resulta la anemia movilizatoria y la ausencia de efectivo protagonismo juvenil, como precisaré sobre el final.

 

Obviamente el diario “El País” no se privó en su edición del lunes de exaltar detalles descontextualizados evocando históricos espantos de los privilegiados. Desde la carga tributaria al noble capital hasta las preocupaciones por la reinserción de la minoridad en delito, contrastando inclusive con la visión de su compadre ideológico, “El Observador”, para quien el FA aprobó un programa sin grandes compromisos para los candidatos, eliminando las propuestas más radicales lo que les otorgaría “mayor flexibilidad en economía, inserción internacional y educación”. “La Diaria” y “La República” acentuaron desde su perfil progresista, la igualdad en las precandidaturas, además de describir algunas de las controversias y sus resultados.

 

Si personalmente tuviera que titular la extenuante experiencia del fin de semana, lo haría igual que un folleto que publiqué a principios de los ´80: “feminismo y política”. Probablemente porque me vi más directamente involucrado en esos énfasis que no desmienten otros tratamientos temáticos y logros. Por un lado porque llevamos con mi comité de base algunas enmiendas (final y felizmente incluidas en el programa) que aludían a la opresión patriarcal, aunque por otro, porque el exuberante entusiasmo de un puñado pluralista de mujeres incluyó mi whatsapp en un grupo que resultó una incontenible metralla de textualidad transversalizada, con ánimos de coordinación ad hoc para la inserción de la mirada de género en cada pliegue temático del largo recorrido programático. Se llamó “congresales”. Desconozco si sobrevive pero puedo dar fe de que vivió y lo hizo a lo largo de los dos días de trabajo con libidinal intensidad ante cada inclusión de sus propósitos o, inversamente, ante cada frustración. Hasta la actual polémica al interior del feminismo sobre el trabajo sexual, entre laboristas y abolicionistas se reencontró en el debate, que a la vez no creo ajeno al estímulo de un seminario realizado en la víspera en la central obrera, el PIT-CNT.

 

Por supuesto que además de la problemática de género, la política acompañó cada recorrido del proyecto de país, pero acomodó sus ancas en la necesidad imperiosa de una reforma constitucional, que a la vez viene postergada desde el congreso precedente. Diferimos extensa y apasionadamente sobre las características que intentaríamos imprimirle, pero finalmente convergimos en ella poniéndole a la vez un plazo máximo de dos años desde el inicio de una nueva gestión de gobierno.

 

Un extenso programa que no está dividido en capítulos sino en desafíos, exige precisamente el desafío de renovar la fuerza política sobre la que se asiente. Y si la representación en el congreso refleja aun mínimamente su realidad, el reto mayor excede lo programático ya que las estadísticas expresan elocuentes disparidades.

 

La representación por género no resultó paritaria. Al momento de realizar estadísticas sobre un quórum de 1.143 congresales, 60% en promedio éramos varones. Pero más alarmante aún es que el 41% superaba los 60 años de edad, que sumados al 22 % de la franja entre 50 y 60, da una idea rotunda del envejecimiento que está sufriendo el FA llegando casi a las 2/3 partes del congreso. Apenas un 8% integraban la banda etaria de los 14 a los 30 años. Sólo el 10,5% entre los 31 y los 40 años. Más concluyentemente, sólo un tercio de los asistentes resultaron menores de 50. Ciertamente entre los 4 precandidatos se refleja una renovación generacional respecto a las 3 presidencias, pero con sólo el tranvía programático con sus rieles y el cambio de un(a) motor(wo)man no existen garantías de llegar al destino del desafío. Será casi imposible sin el combustible de la renovación juvenil, del incremento de la movilización y la participación en los ámbitos plurales de base.

 

Los desafíos contienen el deseo de luchar contra las desigualdades, las injusticias y el conservadorismo. Pero por más que el deseo intente enfrentar la regularidad secuencial de los relojes, ellos imponen su implacable pendiente hacia el deterioro como en la trama de Teenessee Williams. No sólo precisamos rebeldía en el espíritu, sino también su encarnadura.

 

Quienquiera conduzca el tranvía sobre rieles de desafíos.

 

Emilio Cafassi

Profesor Titular e Investigador

Universidad de Buenos Aires

 

Publicado en Caras y Caretas de Uruguay, 11/12/2018

 

https://www.alainet.org/es/articulo/197074?language=es
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