No es chaleco amarillo el que quiere

08/01/2019
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La masa de reivindicaciones postergadas, preteridas, ignoradas, despreciadas y ninguneadas es tal, que los chalecos amarillos despiertan múltiples y variadas vocaciones.

 

Los policías encargados de reprimir las manifestaciones, cansados de trabajar millones de horas extras no pagadas, de horarios improbables, de un oficio ingrato y de recibir pedradas en el casco, amenazaron con cambiar de vereda y ponerse un chaleco amarillo. La muy breve insurrección policial, rápidamente apaciguada con generosos aumentos de salarios y el pago de las horas extras, recibió el nombre de “girofaros azules”.

 

Los profesores, que llevan décadas viendo deteriorarse sus condiciones de trabajo y soportando inverosímiles reformas que han logrado la hazaña de dañar un excelente sistema educativo público laico y gratuito, anunciaron la creación de un movimiento llamado “los lápices rojos”.

 

El tercer Acto de los chalecos amarillos contó con el concurso de los “chalecos verdes”, movimiento ecologista que impulsa la transición energética que debe ponerle fin al uso indiscriminado de energías fósiles.

 

Coincidentemente, los alcaldes dimiten por decenas (hay casi 38 mil…). Muchos amenazan con no volver a presentar su candidatura: después de un largo ciclo de descentralización iniciado con Mitterrand en el año 1981, Macron reduce el financiamiento local, dejando a los municipios desprovistos de recursos.

 

Regresa una muy denostada centralización cuyos orígenes remontan al absolutismo monárquico –no a los jacobinos como pretenden algunos filósofos charlatanes– hace ya más de tres siglos. Esta movida aun no tiene nombre, lo que me lleva a proponer “les écharpes délavées”. El símbolo de los sufridos alcaldes franceses es una banda tricolor que, gracias a Macron, destiñe y se pone blanca, color de la bandera monárquica.

 

Esperando ver aparecer el movimiento de “los strings rosa” o el de “los tanga colorada”, por lo pronto surgen en Europa algunas copias color caca de oca de nuestros bravos chalecos amarillos.

 

Por ejemplo en Portugal, en donde dos manifas de los “Coletes Amarelos” reunieron un manojillo de nostálgicos de la dictadura de Salazar. Algunas señoronas portando carteles anti-inmigrados en un país cuya diáspora se calcula en 82 millones de migrantes para una población metropolitana de apenas 10 millones 720 mil personas, y pasquines anti-islámicos en un país cuya cultura le debe casi todo a ocho siglos de presencia árabe. Afortunadamente el ridículo no mata.

 

Entre los escasos hombres de las manifas lisboetas se cuentan algunos vejetes portando birretes militares y medallas ganadas en las guerras coloniales. Dicen que Steven Spielberg los contrata para la vigésima versión de Parque Jurásico, en la que estos impunes violadores de guineanas, angoleñas y mozambiqueñas posarán en el museo de los saurios.

 

Horacio, cuyo sentido de la ubicación es superior al de Cristiano Ronaldo, siempre está en el lugar preciso para hacer la foto histórica. De ahí que haya inmortalizado a José Pinto Coelho, presidente del ultra derechista y racista Partido Nacional Renovador, desfilando de chaleco amarillo con sus guardaespaldas al lado. Algún boludo, al verlo, ha gritado: “¡Viva la policía!”

 

Horacio lo cuenta con esa enjundia que me cautivó desde la primera vez que nos tomamos unas birras en una Brasserie de Créteil, especializada en la cerveza y las flammeküchen:

 

“Los polis sonríen y cortan amablemente el tránsito para que los manifestantes puedan caminar alrededor del monumento del Marqués de Pombal (que fue un flor de hijo de puta) gritando "la calle es nuestra”. En la manifa del 5 de enero había unos 80 culetes, contando a los de boina militar, y a nosotros, los pinches periodistas que, como no portábamos chaleco y se sabe que somos culpables de todo lo que en el mundo ocurre, no contamos.”

 

“Faltaba el Bacalhau à lagareiro porque las banderas portuguesas (pocas) ya andaban por ahí. Con cada vuelta a la plaza algunos amarelos ya se piraban. Y antes de que una docena de entusiastas se arrancara por la Avenida da Liberdade, ya se habían ido presidente y guardaespaldas del Nacional Renovador.”

 

Los portugueses, siempre buena gente, la tienen clara y no adhieren al movimiento de estos micos derechistas, racistas y anti-migrantes. Muchos de ellos –mano de obra emigrada– escuchaban a Amalia Rodríguez en Francia o en Alemania, cantando “La maison sur le port”. (https://www.youtube.com/watch?v=quK02fzqJ1I ).

 

O bien al magnífico Salvador Sobral triunfando en el Eurovisión de Kiev 2017 con su conmovedora canción “Amar pelos dois” (https://www.youtube.com/watch?v=ymFVfzu-2mw ).

 

Nada más alejado del fascismo que un pueblo que vivó sometido por una de las peores dictaduras de la Historia europea durante casi 50 años, y se liberó poniendo claveles en las bocas de los fusiles.

 

Desde Italia, Mateo Salvini, neofascista en el poder, imita al Duce cogiendo aire marcial, bombeando el torso y saludando al estilo nazi. Como su admirado predecesor, cacarea eso de “armiamoci e partite” (armémonos y partid a la guerra). Flor de capitán Araya, desde allende los Alpes Salvini llama a los chalecos amarillos a “resistir y a continuar el movimiento”. Para mí que le tradujeron mal eso de “movimiento”.

 

Los chalecos caca de oca no tienen mucho futuro, a pesar de que la prensa francesa los infla con el propósito convicto y confeso de desprestigiar la revolución ciudadana.

 

Los franceses no se tragan la fórmula de Emmanuel-Joseph Sieyès (1748-1836), uno de los artesanos del Consulado y del Imperio Napoleónico que restauraron el esclavismo y eliminaron el sufragio universal: “El poder viene de arriba, y la confianza de abajo”.

 

En materia de confianza, los chalecos amarillos se fían solo de ellos mismos. La demagogia se las trae floja. Las promesas, lo saben, comprometen solo a quien las escucha. La divisa de POLITIKA parece haberse hecho carne en millones de ciudadanos: “No escuches lo que dicen, mira lo que hacen.”

 

Como te decía en el título: “No es chaleco amarillo el que quiere.”

 

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https://www.alainet.org/es/articulo/197427

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