Encrucijadas políticas de la revuelta francesa

08/01/2019
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Habiendo resumido en este medio un par de hipótesis sobre las revueltas de los “chalecos amarillos” en Francia, me propongo aquí formular una más ceñidamente política intentando con ella introducir algunas analogías y diferencias con grandes movilizaciones y luchas de este siglo en nuestra región.

 

En primer lugar, la revuelta se destaca por la espontaneidad y la repentividad de un movimiento social, impetuoso, inventivo e incontrolable. Pareciera querer homenajear a la distancia, no sólo temporal sino también cualitativa, una notable efeméride: el 50º aniversario de las luchas de Mayo ´68. Justamente el punto en común es el carácter de motín incontenible, pero tanto sus motivos, cuanto los sujetos sociales, epicentros y características difieren severamente de aquel. Éste en particular no tiene precedentes en Europa, aunque semeja en algunos aspectos a la insurrección argentina del 2001 y 2002, tanto como a las movilizaciones urbanas brasileñas de 2015 ante el aumento del transporte. Se despliega en tal sentido, en la huella de las mejores tradiciones huelguísticas, piqueteras y movilizatorias, pero con particularidades muy específicas. Aunque es indispensable señalar que a diferencia del histórico mayo e inclusive de la Comuna de 1871, París ha dejado de ser el centro de la escena.

 

El punto de partida guarda relación con los métodos de lucha: el piquete o bloqueo de rutas, particularmente las profusas rotondas francesas que logró la sensibilización de los conductores con el símbolo de la propia convocatoria (el chaleco amarillo obligatorio en todo automóvil). Un movimiento que no impulsó ningún partido ni sindicato, sino que emergió a partir de las redes sociales, con su dimensión nacional y su determinación, continuidad y resistencia a la brutal represión viene desestabilizado la exuberancia neoliberal de Macron. Aunque quizás resulte banal aclararlo, en ningún momento la movilización adopta un carácter anticapitalista. No se trata de un movimiento orientado contra las patronales en general y la explotación capitalista de la fuerza de trabajo. Se acota a las políticas fiscales, el gobierno y el presidente. Obviamente pone en juego la distribución de la riqueza pero sólo mediante la estrategia tributaria.

 

El politólogo francés Samuel Hayat, reinterpreta esta demanda como de carácter moral. Para él, “la economía real debe basarse en principios morales (…) Bajo la forma de reivindicaciones sociales, articula principios de economía moral que el poder actual ha venido atacando explícitamente, enorgulleciéndose de ello. A partir de ahí se comprende mejor la coherencia del movimiento así como el que haya pasado de largo de las organizaciones centralizadas".

 

Toni Negri -y deduciblemente la corriente autonomista en general- considera al movimiento -en la versión italiana del Huffington Post- como inscripto en la mejor tradición francesa de revuelta contra la monarquía y el rey en particular (ante la soberbia y despotismo de Macron), lo que lo hace indefinible como de derecha o izquierda.

 

Ciertamente, las aspiraciones populares puestas en juego, exceden las meramente materiales. Por un lado se expresan aspectos emotivos vinculados al desprecio, desdén y humillación de los pudientes y sus élites políticas sobre los necesitados y excluidos. No sin razón, Macron aparece identificado como el presidente de los super ricos. Emerge, aún en ciernes, una exigencia de democraticidad difusa, más próxima a la bronca que a una alternativa programática como aquella de la rebelión argentina del “que se vayan todos”. Es una de las razones por las que la derecha parlamentaria se muestra cada vez más distante del movimiento; porque esta evolución se contradice con lo que ella defiende.

 

Los “gillets jaunes”, como toda emergencia popular espontánea, desborda a las organizaciones tradicionales e intenta reinventarse día tras día en una creación política permanente. Ha atacado al gobierno, pero también a los responsables sindicales y políticos. Si bien la oposición socialista y France Insoumise (FI) continúan haciendo presión sobre el gobierno en torno a justicia fiscal, diferenciándose de la derecha (pero también de una parte de ella que se ha movilizado) se muestran desconcertados ante la dinámica de las protestas. El partido socialista ha manifestado un apoyo meramente retórico mientras el Partido Comunista está más dedicado a su congreso que al movimiento. Es probable que la FI, el Nuevo Partido anticapitalista (NPA) o la Alternativa Libertaria (AL) estén en condiciones de compensar la capitalización que la derecha de Le Pen pretende hacer del movimiento cuando las organizaciones sindicales oscilan entre la indiferencia y la desconfianza.

 

Ciertamente hay marcaciones sexistas, racistas y despolitizadoras al interior del movimiento, pero estas expresiones reflejan la representatividad popular que contiene ya que la podredumbre ideológica no es monopolio exclusivo de las clases dominantes. Nunca un movimiento popular espontáneo será ideológicamente puro, ni radicalmente emancipatorio. Dos grandes amenazas se ciernen sobre el posible giro y capitalización de esta experiencia. Por un lado el inveterado divisionismo de las izquierdas, sólo desmentido en Uruguay con encoieables resultados a la vista y la torpe actitud cooptativa como la que la izquierda argentina utilizó en 2002, asfixiando al movimiento y a sí misma.

 

El intento de Macron de apostar a la desmovilización mediante el terror represivo o la utilización de un atentado como el Estrasburgo, sólo tendrá resultados de corto alcance.

 

Como en las rotondas, no hay una única salida alternativa. Izquierdas, progresismos y el propio movimiento, deberán escoger llegado un punto, cuál desbloquear de todas ellas.

 

Emilio Cafassi
Profesor titular e investigador

Universidad de Buenos Aires

 

Publicado en Caras&Caretas, 4 de enero de 2019

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/197432?language=es
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