El fin del modelo no es el fin del sistema
- Análisis
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De la esperanza al escepticismo. De esta manera oscila el ánimo social frente a la Cuarta Transformación (4T) en México. No será asunto fácil ni rápido. Todavía existe un clima de violencia e inseguridad. Una sola cifra: en lo que va del sexenio, suman seis periodistas asesinados.
¿Qué tanta de esta inseguridad es propia a la violencia estructural que ha generado la imposición de un modelo económico que excluye a más del 85 por ciento de la población; modelo para el uno por ciento, y que en este arsenal de mercancías que conforma el sistema, la que más se desvaloriza es la mercancía fuerza de trabajo?
“Quedan abolidos el modelo neoliberal y su política de pillaje antipopular y entreguista”. Así de tajante, el 17 de marzo decretó el presidente Andrés Manuel López Obrador en Palacio Nacional, durante los trabajos de donde saldrá el Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024.
Se mostró convencido de que “la modernidad puede ser forjada desde abajo y sin excluir a nadie”. No, como ahora, que ha beneficiado a unos pocos de arriba. Por eso, hace un llamado a éstos, a “los pocos de arriba”, para que acepten algunos cambios para no perderlo todo. Y reitera su viejo lema, que quiere ser programa de gobierno: “Por el bien de todos, primero los pobres”.
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¿En qué consiste el modelo neoliberal? Aunque se remonta a la época de la postguerra, no es hasta con la dupla Reagan-Thatcher (Ronald Reagan, presidente de Estados Unidos, y Margaret Thatcher, primera ministra de Gran Bretaña) cuando se establece como ideología económica dominante, vía el Consenso de Washington (1989), y se convierte en doctrina con su respectivo decálogo. Su puntual observancia estuvo a cargo de los siameses Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial
Dos frases de Thatcher definen su alcance: “No hay alternativa” y “Eso que llamamos sociedad no existe” (si la hubiera escuchado Gramsci). Su objetivo fue destruir el Estado de Bienestar y desmantelar sus instituciones, cuando el Estado fue rector de la economía, con una política redistributiva que permitió el desarrollo de mercados internos.
En México, el modelo se impuso en diciembre de 1982, con Miguel de la Madrid de presidente y Carlos Salinas, secretario de Programación y Presupuesto. Se hizo transexenal; situación que siguió su curso aun con la alternancia, en el 2000, al llegar el PAN, luego de 71 años del PRI (que nació en 1929 como PNR). Por encima de los personales estilos de gobernar, la continuidad neoliberal.
El proceso no únicamente incluyó a las empresas y los recursos de carácter público y social –hoy, la disputa por el agua—, sino que culmina con la privatización del mismo aparato estatal. Con el tiempo, se demostró que, como afirma López Obrador, que son patrañas y sofismas que el mercado sustituye al Estado; mercado cuya mano invisible es el propio Estado, como cuando rescata a grandes empresas y ejecutivos, detonantes de mayores crisis.
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Ya sabemos que Estados Unidos se opone a cualquier gobierno, que aunque no sea socialista o comunista, tan siquiera nacionalista, y defienda así, de manera soberana, el uso de sus recursos naturales, a través de una política independiente a los designios de Washington. Hoy, es Venezuela, como ayer fue y es Cuba. Y antes fue Guatemala y la Nicaragua de Sandino. Sólo para hablar de América Latina.
El laboratorio del modelo neoliberal, habrá que recordarlo, se impuso el 11 de septiembre de 1973, a sangre y fuego, en Chile, donde se impuso la dictadura pinochetista, no sin la bendición de Estados Unidos. Desde llegó al gobierno Salvador Allende, en 1970, se buscó derribarlo. Para ello, el gobierno contó con influyentes amigos.
Según Howard Zinn, autor de A People’s History of the United States (Una Historia del Pueblo de Estados Unidos), “en 1970, un ejecutivo de la ITT, John McCone, que también había sido director de la CIA, le dijo a Henry Kissinger, secretario de Estado, y a Richard Helms, director de la CIA, que la ITT estaba dispuesta a dar un millón de dólares para ayudar al gobierno de EU en sus planes de derrocar al gobierno de Allende en Chile”. Más adelante, “cuando, en 1974, el embajador norteamericano en Chile, David Popper, le insinuó a la Junta (pinochetista), que estaba violando los derechos humanos, fue increpado por Kissinger, que mandó un mensaje: ‘Díganle a Popper que deje las lecturas de ciencias políticas’”. Una lección de realpolitik.
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No sólo hay escollos en el camino hacia la 4T, sino contradicciones de origen. El Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) es, como su nombre indica, más un movimiento que un partido, donde caben casi todos, y en consecuencia con intereses diversos, que se contraponen y chocan. Su denominación proviene de Regeneración, periódico de oposición a la dictadura porfirista, editado por el Partido Liberal Mexicano, más cercano al anarquismo que al liberalismo político. De ahí las diferencias de los hermanos Flores Magón con Madero, a quien López Obrador admira, pero una innecesaria carta compromiso de no reelección.
En La Revolución Magonista. Cronología narrativa, de Armando Bartra y Jacinto Barrera (Brigada para Leer en Libertad. México, 2018), se consigna un párrafo revelador, con fecha del 3 de abril de 1911: “Se publica en Regeneración el manifiesto de la Junta (Organizadora del Partido Liberal Mexicano) ‘A todos los trabajadores del mundo’, en el que se caracteriza a la Revolución Mexicana como ‘revolución social’ anticapitalista. Se descalifica a la corriente maderista como portadora de un proyecto de simple reforma política. Se denuncia la movilización militar norteamericana como como solidaria a la dictadura y finalmente se llama a la agitación y solidaridad mundial para evitar la intervención norteamericana y apoyar la auténtica revolución. En el manifiesto se trasluce una cierta desesperación por la apatía y pasividad mostradas por los trabajadores”. Reflexión para los días que corren.
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Estos son los alcances de la 4T. No se trataría ser anticapitalista, como explícitamente lo manifestó Marichuy, vocera del Consejo Nacional Indígena y precandidata presidencial. Después de seis sexenios, se trata de romper con el modelo, no con el sistema, a fin de instaurar un régimen postneoliberal. No es poca cosa. Pero aún revolotean y chillan por ahí aves de rapiña neoliberales.
No puede ser la sola voluntad presidencial la que haga una transformación, sino que debe estar acompañada de una voluntad colectiva convertida en acción –desde las entrañas de la tierra— que la haga lo más real, profunda y duradera posible.
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