Días de radio
- Opinión
En medio del apuro del apagón eléctrico, la radio se convirtió en la vía de comunicación, la manera de saber qué estaba ocurriendo. Sin televisión, ni redes virtuales, los canales actuales que copan y aturden los sentidos, quedó la potencia, la ternura y el sentimiento de la palabra hablada.
Sin electricidad perece la comunicación audiovisual y digital. La derecha no lo vio o lo entendió mal, acostumbrada a depender de Twitter y de las redes… virtuales. La prepotencia sufre de miopía política.
El gobierno poco a poco fue saliendo del sacudón y de la sorpresa, y la radio pública y estatal fue levantando la voz. Radio Nacional de Venezuela pasó a jugar un rol determinante y se encontró con el dato cierto de ser seguida por propios y extraños. La coyuntura del apagón, y la prolongada contingencia con el racionamiento inevitable –y excesivo- que nos agobia en los días posteriores, ha hecho que la audiencia de RNV vaya mucho más allá del público chavista y bolivariano. Muchos opositores y personas que quizás no acostumbran asomarse a la ventana radial, encontraron en esta estación la opción de informarse, e incluso, una manera de sobrellevar las horas.
En los momentos peores del apagón, en Maracaibo se escuchaban tres estaciones: Radio Pequivén –estatal, de la petroquímica-, Urbe, de una universidad privada y con tendencia opositora; y Radio Nacional de Venezuela, que al principio acusó el golpe y salió al aire más de 24 horas después. Las demás quedaron dependiendo de la electricidad, sin plan alternativo.
La gran lección está a la vista. En esa posibilidad de la radio de mantenerse en circunstancias extraordinarias, incluso sin electricidad, está su potencialidad para la batalla política y la disputa por el poder. Se puede transmitir la señal si se cuenta con los equipos mínimos. Estamos hablando de una planta eléctrica propia, y se puede recibir el mensaje radial desde un aparato con batería o ahora desde nuestros celulares. Acaba de ocurrir con motivo de este ataque al sistema eléctrico nacional pero también es válido para cualquier otra contingencia: catástrofe natural, ataque militar o golpe de Estado. La posibilidad subversiva de la radio es inmensa, como ha quedado evidenciado.
En el mundo 2.0 y de las redes 4G, y más, la radio ahora repotenciada, aquella antigua herramienta, no siempre bien ponderada, hace posible el milagro de encontrarnos y entendernos, en el espacio verdadero y tangible de las ondas hertzianas.
Si se puede transmitir información veraz y oportuna, se puede decir qué está pasando y dónde, se puede ayudar a que cada grupo organizado, familia, colectivo o persona pueda actuar y saber a qué atenerse. El ataque al sistema eléctrico forma parte de ese plan en desarrollo de desestabilizar el país, propiciar el caos cotidiano y acabar con el gobierno bolivariano, por vías violentas y antidemocráticas.
Queda mucho por evaluar de este momento. En esa agenda, algunos puntos infaltables son: 1. Las razones del silencio de voces radiales que se quedaron sin respuesta, ni capacidad de reacción; 2. La nula presencia de las emisoras comunitarias, que en una época constituyeron un movimiento activo; y 3. La tendencia de la radio estatal de mostrar, casi exclusivamente, a voceros y autoridades de gobierno y ningunear el espacio de voceros de organizaciones sociales, que tanto saben de tomas de agua, soluciones alternativas, mañas para proteger alimentos y creatividad para generar conversas y formas de vida comunitaria.
II
De la fuerza de la radio conoce la industria cultural estadounidense. Por eso en los tiempos en que las corporaciones petroleras convirtieron a Venezuela en una colonia, usaron este medio para imponer la dominación política y cultural.
Las dos compañías más grandes, Creole y Shell, patrocinaron programas de radio para dar sus noticias interesadas. Creole tenía el Reporter Esso que se retransmitía en Caracas y Maracaibo, las principales ciudades.
Un informe de la Standard Oil Company de New Jersey, de 1946, refiere que en una reunión de la directiva de esta compañía, un asesor recomendó hacer un uso extenso de la radio y de películas, “porque estos dos medios no requieren conocimiento por parte del público (…) son muchas efectivas en transmitir una idea que la palabra escrita. Cada pueblecito de América Latina tiene una radio (…) estoy seguro que el Pato Donald puede hacer más (…) que toneladas de material impreso”.
Los gringos andaban en lo suyo. Pero también es cierto que la radio tiene el don de devolver la palabra a la comunidad y, en consecuencia, de promover el autoestima y el poder del pueblo, punto crucial para construir ciudadanía.
La radio da la palabra pero fundamentalmente la devuelve, porque como dice López Vigil, en “Manual urgente para radialistas apasionadas y apasionados”, 2005, p. 66) ha sido múltiple el saqueo del petróleo, el oro, la plata… y la palabra, “los colonizadores de antes y los de ahora nos han querido sugestionar de inferioridad y así reducirnos a mudos receptores de sus discursos”.
La radio acaba de decirnos que está de regreso y de ningún modo está ajena a los que ocurre en las telecomunicaciones. Está allí en los celulares, al alcance de la mano, con todo su potencial. Una emisora juvenil de Buenos Aires decía -cito al voleo-, “la radio mantiene abiertos los ojos de la mente. El oído es la mitad del poeta… Cierre los ojos sin miedo, los oídos no tienen párpados”.
Es responsabilidad de las organizaciones sociales, y de cada uno de nosotros, aprovechar esta capacidad democratizadora y movilizadora de la radio
Orlando Villalobos
Periodista/ Profesor Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Zulia
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