La crisis de la Democracia en Occidente en el espejo de la guerra contra Venezuela
- Opinión
Con una socialdemocracia en crisis después de 75 años de hegemonía bipartidista y el auge del populismo de derecha representado en partidos y políticos que podrían calificarse como Fascismo del S.XXI (en contraposición del llamado Socialismo del S.XXI), Occidente se enfrenta a desafíos que están afectando incluso a su entendimiento y concepción de la Democracia (representativa liberal). En consecuencia, la Democracia o poliarquía, como más acertadamente ha llamado Robert Dahl a nuestro sistema de gobierno, se encuentra más devaluado que nunca ante las transformaciones geopolíticas actuales donde se disputa por primera vez en más de 500 años el liderazgo de Occidente.
En esta coyuntura, llevan resonando desde algún tiempo tambores de guerra y de intervención extranjera en Venezuela. La retórica oficial, ha convertido al gobierno actual (el de Nicolás Maduro) en un chivo expiatorio al que se debe sacrificar en aras de proteger derechos humanos y la Libertad. Occidente, con EEUU a la cabeza y secundada por la Unión Europea (salvo las honrosas excepciones de Italia y Grecia) e importantes países latinoamericanos reunidos en torno al llamado Grupo de Lima, han realizado un despliegue de propaganda internacional pocas veces visto anteriormente, ungiendo como legítimo a un presidente inventado sin asidero jurídico ni votación alguna (Juan Guaidó). Y como los intentos por deshacerse del Gobierno de Nicolás Maduro han terminado en saco roto una y otra vez, para cada fracaso se refuerza la opción militar como única alternativa para que Occidente cumpla su objetivo en Venezuela.
En el caso de concretarse la amenaza de guerra que se cierne sobre Venezuela, estaríamos ante un escenario inédito con nefastas consecuencias para la región con repercusiones a nivel global. Al menos desde el término de la Segunda Guerra Mundial y la creación de las Naciones Unidas no hay constancia de una intervención armada en América Latina, en un país de la envergadura de Venezuela. Pero además, pese a que se está tratando de justificar la injerencia alegando que se acabaría con una tiranía, lo cierto es que Venezuela pertenece a la misma órbita de los países occidentales, aun peor durante las décadas de las dictaduras en la segunda mitad del siglo XX que asolaron América Latina, solamente Costa Rica y Venezuela se mantuvieron en el ámbito de lo considerado como una democracia liberal. En consecuencia, en caso de decidir Occidente hacerle la guerra a Venezuela sería hacérsela a uno de los suyos, algo muy distinto a invadir o guerrear con países como Irak, Somalia, Vietnam, Corea del Norte, Siria, Libia, Granada...
Pero ¿Qué se esconde detrás de bastidores y qué se está decidiendo realmente junto a la suerte de Venezuela?
Ciertos factores que explicaremos a continuación indican que Occidente (especialmente EE.UU.) necesita desesperadamente una intervención armada para poner orden en su zona de influencia, pero al mismo tiempo acelerar el desmantelamiento de la institucionalidad y la democracia representativa liberal como ha sido entendida hasta ahora. La salida a la crisis definitiva de la socialdemocracia instaurada tras la Segunda Guerra Mundial requiere adaptar a los nuevos tiempos a la democracia, que ha devenido en un sistema inviable y obsoleto. Derechos, participación y bienestar son insostenibles y las tensiones se han traducido en una paulatina derechización general de la política auspiciada por unos grupos económicos cada vez más concentrados tras gracias a la financiarización.
Uno de los tantos ejemplos que exponen la crisis de la socialdemocracia, pudimos verlo el pasado mes de mayo de 2019 en los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo, donde por primera vez el Partido Popular Europeo y los Socialistas Europeos, ni juntos llegaron a tener mayoría absoluta y la fragmentación del espacio político dejado por el otrora bipartidismo ya han surgido tres grupos de ultraderecha nacionalista. Este mismo proceso con mayor o menor rapidez se ve igualmente reflejado en los parlamentos nacionales europeos, en muchos de los cuales la ultraderecha ya forma parte del gobierno, como ocurre con el Partido del Progreso en Noruega, la Liga en Italia o el Partido de los Finlandeses en Finlandia. Fuera del contexto de Europa, también observamos el populismo de derecha en alza con Jair Bolsonaro en Brasil, Iván Duque en Colombia, y -por supuesto- Donald Trump en EE.UU.
Para volverse hegemónica, la derecha de nuevo cuño debe, por un lado, acabar definitivamente con la socialdemocracia, pero también impedir que se repitan situaciones que puedan perjudicar al neoliberalismo, como ocurrió en la mayoría de los países de Sudamérica hasta años recientes y sigue ocurriendo en la Venezuela de la Revolución Bolivariana de los últimos 20 años. El valor simbólico de Venezuela es alto pues fue a partir del triunfo de Hugo Chávez que otros gobiernos postneoliberales se fueron expandiendo por la región como una enfermedad del capitalismo. Deshacerse de una vez por todas de Venezuela y su Revolución sería un buen golpe con un efecto ejemplarizante para cualquier otro aspirante que pretenda plantarle cara al liberalismo económico.
Durante el S.XX los procesos revolucionarios solamente llegaron al poder por el uso de las armas, tenemos el ejemplo de la Revolución Cubana y Sandinista, procesos armados contra las sangrientas dictaduras de Batista y Somoza. Pero en la mayoría de los casos triunfaron dictaduras de derecha que derrocaron gobiernos democráticos progresistas de acuerdo a los intereses de las élites, como ocurrió con Arbenz en Guatemala o Allende en Chile.
Posteriormente y una vez que la democracia se vio como el mecanismo más adecuado y menos costoso para la dominación, se iniciaría en muchos países en el mundo y especialmente en América Latina lo que Huntington bautizó como la tercera ola democratizadora, que se consolidó tras la caída de la Unión Soviética en la última década del siglo y que la narrativa de la izquierda denominó la década perdida. Es con la entrada del nuevo mileno que surgen en América Latina una serie de gobiernos que llegan al poder utilizando el mismo sistema democrático liberal para instaurar gobiernos posneoliberales, proceso regional del que Venezuela fue la punta de lanza y que alcanza su cenit en el año 2009, cuando los gobiernos de corte izquierda fueron claramente hegemónicos.
Como consecuencia, el imperio perdió en su patio trasero un gran terreno, tanto en lo político como en lo económico. La respuesta fue la vieja fórmula golpista pero adaptada a los nuevos escenarios políticos. Aunque golpes clásicos siguieron utilizándose como en el caso de Manuel Zelaya en Honduras, aparece el lawfare como mecanismo de persecución de los contrincantes políticos, y así se fraguó el golpe a Dilma Rousseff, la cárcel de Lula y los procesos judiciales contra Cristina Fernández y Rafael Correa, por mencionar solamente algunos.
Eliminada, o al menos neutralizada, la amenaza progresista (descrita como castrocomunista y chavista para infundir miedo en la opinión pública) en la mayoría de los países de la región, sigue en pie, pese a las dificultades y el asedio, Venezuela. Así que bajo el lema “muerto el perro muerta la rabia” se redoblan los ataques contra el gobierno de Nicolás Maduro. Aunque esta arremetida no es nueva, Venezuela desde el inicio de la andadura de la Revolución Bolivariana ha estado bajo el asedio de Occidente, basta recordar el fallido golpe de Estado del año 2002.
La nueva derecha debe acabar con la Revolución Bolivariana, lo que es percibido como el campo de batalla inmediato que sirva para agilizar los cambios estructurales que se buscan en el sistema democrático occidental. Y si el proceso se realiza por medio de una guerra mejor, ya que en periodos de conflictos bélicos es más fácil justificar la restricción de derechos. Estos cambios estructurales irían orientados en la siguiente dirección:
La recomposición de la hegemonía de la nueva derecha necesita desmantelar libertades y derechos para que el sistema subsista, frente a las amenazas se debe soltar lastre, es decir ser más competitivos y flexibles, y para ello se debe impedir de manera indefinida el posible ejercicio del poder de gobiernos de izquierda.
La judicialización de la política y la politización de la justicia constituyen precedentes que pueden asentar unas doctrinas irreversibles. El uso interesado de la corrupción y la persecución a ciertos grupos políticos de manera impune está socavando los pilares del Estado de Derecho y revirtiendo logros que se tenían por sentido común.
América Latina es un territorio en disputa y frente al multilarealismo de los últimos años el imperialismo occidental amenazado debe afianzar su garra, y si no puede eliminar al resto de competidores, por lo menos debe minimizar drásticamente la influencia de otros en su región.
Parafraseando a Naomi Klein, se necesita aplicar un nuevo shock para eliminar o someter a quienes ponen en tela de juicio la democracia liberal y la economía de libre mercado, al mismo tiempo que introducir las transformaciones necesarias en la estructura democrática para que Occidente siga ostentando la hegemonía del libre mercado. Para ello, la destrucción de la Revolución Bolivariana a sangre y fuego presenta la oportunidad perfecta.
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