Cosas de periodistas argentinos
- Opinión
El problema que plantean frases como esa de Dady Brieva acerca de la "Conadep del periodismo" es que evoca a aquellas tortuosas maquinarias represivas que denunciaban ex comunistas del siglo XX, hoy olvidados, del tipo Eudocio Ravines, Milovan Djilas o Alexander Solzhenitzyn, disidentes de un sistema cuyas burocracias gobernantes se ensañaban -sobre todo y por una cuestión de supervivencia- con los intelectuales y la libertad de expresión.
En realidad, toda organización aspira a su "persistencia en el ser", es decir, afirma, a través de una suerte de conatus spinoziano, la voluntad de seguir siendo lo que es. La aspiración a su estabilidad es a la organización lo que el instinto de supervivencia es al individuo. En pos de ese fin la organización se las arregla para que, hasta en el último entresijo de su estructura, se reproduzcan conductas conservadoras y lógicas de poder funcionales a aquella vocación por no morir.
Pero observemos que si la tensión existencial se verifica polarmente entre un sistema político, por un lado, y el periodismo que vive en ese sistema político, por el otro, los modos de resolver esa tensión son principalmente dos. En particular, el sistema puede recurrir, para eliminar las voces que conspiran contra su existencia, a la torpe añagaza burocrática en tándem con la amenaza de violencia o la violencia en acto -lo cual tiene la virtud de la franqueza-; o bien tal sistema amenazado se defiende apelando a la sutileza y al secreto, al disimulo y la apariencia, que devendrán, así, una forma de la hipocresía. Matar a un periodista (como hacen los sicarios de la DEA en México) es el epítome de lo primero; en cambio, inventarle un juicio y condenarlo al silencio para siempre (como hace EE.UU. con Julian Assange), ejemplifica lo segundo.
Bajo otra luz, digamos que entra ahora en juego una especie de dimensión de los hechos que, a falta de mejor nombre, podría designarse como "estética de lo institucional". Tal estética se halla vinculada a las formas jurídicas con las que la organización actúa para desembarazarse de sus enemigos, en el caso, los periodistas. En una sedicente escala que midiera el buen gusto, la vinculación de este buen gusto con las formas procedimentales es de proporción inversa: es menos fea y mala la acción punitiva cuanto más apegada a las formas luce. Es mejor matar con juicio previo que hacerlo en secreto y destripando a la víctima.
Y así -y revolviendo en la historia- siempre será mejor aceptada como virtuosa la silla eléctrica en la que el sistema institucional estadounidense obligó a sentarse al matrimonio Rosenberg en 1953, que la confinación en el Gulag de un escritor-periodista como Solzhenitzin a quien -al igual que los Rosenberg- no le gustaba el sistema en que vivía.
En ambos casos, se trató de persecuciones, pero apegada a la forma la primera, y trasmutada en mera arbitrariedad la segunda, aun cuando a nadie se enviaba a Siberia, en aquellos años de vodka y rosas, sin un "proceso" judicial.
En este orden de ideas, es posible que la "conadep del periodismo" que propuso Dady Brieva aparezca, en el imaginario de la derecha argentina que se apresuró a condenarlo, como un anticipo liberticida de la "libre expresión", en línea con el stalinismo soviético... o con Venezuela, total, Venezuela, hoy, le sirve a la derecha tanto para un barrido como para un fregado.
Sin embargo, les duele el stalinismo y lo ven, agazapado y protervo, en las buenas ondas de Dady Brieva, pero no advierten la miseria moral de algún periodista respecto del cual la justicia poseería elementos de prueba que lo estarían involucrando en delitos graves vinculados a la presunta ilegalidad de sus fuentes e, incluso, al espionaje sobre los propios trabajadores de prensa. Ni una palabra sobre eso dicen los periodistas repúblicos.
En suma, les preocupa la "conadep" de Brieva , es decir, las "comisiones especiales" fulminadas por nuestra Constitución, pero no las "actividades especiales" de otros periodistas que practican el innoble periplo del "forum shopping" con el objeto de arrimar, al fiscal preferido, prueba inverificable sobre delitos inexistentes.
Pero hay más sobre el punto. En la Argentina está despenalizada la calumnia y la injuria cometidas por medio de la prensa. No obstante, ello no confiere al periodista carta blanca para insultar a otra persona o atribuirle falsamente la comisión de un delito. Y ello se debe a que hay extremos que, pese a aquella despenalización, igual habilitan la punición. Y esos extremos se hallan vinculados a lo que la Corte Suprema estadounidense -mediante el voto del juez William Brennan- dispuso en un fallo célebre de 1964. Esa corte exigió en su momento tres requisitos para condenar a periodistas y nuestro máximo tribunal local hizo suyos esos requisitos, oportunamente, en sendos casos caratulados "Vago c/ La Urraca" (1990), "Pandolfi c/ Rajneri" (1991) y "Giadone c/ Morales Solá" (1996).
No viene al caso entrar al detalle de aquellas causas, pero hoy podemos verificar que la creación jurisprudencial de nuestros tribunales ha consagrado la norma general de la no punición de la actividad periodística en ningún caso, salvo que quien ofende por medio de la prensa:
a) haya tenido certeza indubitable de que la información era falsa;
b) haya tenido la intención de causar un daño a la persona a la que se refiere la noticia (es decir, que haya actuado, por lo menos, con dolo eventual);
c) no haya obrado con diligencia o haya sido negligente en punto a verificar la veracidad de la información publicada.
Se trata de los tres requisitos que surgen del caso "Sullivan c/ New York Times” en el que la Corte estadounidense absolvió a ese diario con base en los mencionados requisitos que, a partir de entonces (1964), dieron cuerpo a la doctrina de la "active malice" (real malicia). Ésta, a su vez, fue acogida por la Corte Suprema argentina en las tres causas mencionadas y en otras más.
Nótese cómo le calzan como anillo al dedo esos tres requisitos a periodistas que, hoy por hoy en la Argentina, se prestan conscientemente a operaciones basadas en mentiras evidentes, en escuchas ilegales y en documental fotocopiada provenientes de "fuentes" emergidas del sicariato por encargo al servicio de quienes cultivan el delito público y el crimen institucional con tal de eliminar de la competencia política a todo aquel que prometa fundar un país sin ellos, es decir, sin los delincuentes de cuello blanco, que a esta altura de la soiree es blanco tiza o blanco percudido.
En el aspecto político del asunto, le asiste toda la razón no sólo a Dady Brieva sino también a su defensor de facto, el escritor Mempo Giardinelli, que se pronunció sobre el asunto en nota del diario Página 12 del 24/6/2019. Sólo la chicana política en tiempo electoral puede causar los graznidos a coro que ha suscitado la natural preocupación de los nombrados por las barbaridades judiciales que se perpetran a diario en la Argentina de hoy.
No están proponiendo, ambos a una, ni perseguir periodistas, ni terminar con el poder judicial. Sí, sanear a ambos. Y eso se logra con legislación adecuada. Pero un periodismo y un poder judicial, si sanos, no son aptos para el "lawfare", es decir, Brieva y Giardinelli, dan en el blanco y pretenden quitarle al bloque de poder dominante en la Argentina nada menos que la herramienta que le permite a ese bloque de poder seguir existiendo como tal. Eso explica la bullanga preventiva que han desatado las expresiones públicas del humorista y del escritor.
En la Argentina -y es dable suponer que no sólo en la Argentina- su burguesía siempre ha tenido, a lo largo de la historia, espíritu preventivo. Cuando no tenía lawfare tenía terrorismo de Estado y, en todos los casos, también contaba con los editoriales de La Nación para unificar ideología en su tropa propia la cual, en buena parte, está constituida por diputados y senadores, tanto de ayer como de hoy. Y por periodistas. Lo cual, apresurémonos a decirlo, es perfectamente legítimo: ellos militan por un proyecto de país y otros periodistas, por otro. El periodismo siempre es "militante". Lo que ocurre es que se puede militar con sapiencia y elegancia o con la torpeza del ignaro. Es mejor lo primero; y el sayo les calza a todos. Es una cuestión de cultura y de buen gusto, no de opción política.
Por lo que llevamos dicho, no es cierto lo que afirma el periodista Ricardo Kirschbaum cuando escribe que "el operativo Puf quiere silenciar al periodismo". No hubo nunca semejante operativo y lo que sí hay es la conciencia de que ganar premios no hace a un periodista menos delincuente si la justicia prueba que es un delincuente.
Y no se puede menos que coincidir con Kirshbaum cuando compone un enunciado abstracto como éste: "Los candidatos a estas elecciones deberían ratificar su compromiso a defender el periodismo independiente, una de las vigas maestras del sistema democrático." (Clarín, 23/6/2019). El problema, ahora, reside en saber qué cosa es ese periodismo que él llama "independiente". Seguramente no lo es aquel "periodismo de guerra" al que aludió un colega de Kirschbaum cuando reconoció haberlo usado para poner un granito de arena en la nobilísima tarea de derrocar a la ex presidenta CFK. Pero Kirschbaum, de eso, no dice nada. Sólo le preocupan los dichos de dos personas que, casualmente, no son periodistas o tal vez lo sean pero sus otros talentos ponen al oficio de la tinta en segundo plano (lo de la "tinta" no pretende ser una "kenningar" borgeana sino, apenas, una pobre metáfora).
Sí son periodistas los que han delinquido publicando con su firma o enunciando frente a las cámaras hechos respecto de los cuales -como dijo una vez el aludido juez Brennan de los EE.UU.- esos periodistas sabían que eran mentiras y, con esas mentiras, querían causar un daño a terceros. Eso es real malicia y las comillas, en la frase que antecede, quieren significar que los periodistas también pueden delinquir.
En cuanto a la "conadep del periodismo", don't worry, be happy, que con Alberto Fernández, la moderación está garantizada.
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