López Obrador en su laberinto
- Opinión
La globalización –hacer homogéneas las sociedades, en cuanto al desarrollo económico basado en el mercado—no implica necesariamente la desaparecer o debilitar al Estado Nación, sino que éste potencie las fuerzas del mercado, y que sirvan al capital hegemónico; fuerzas contrarias a los intereses de las sociedades o, mejor dicho, de los pueblos. Es decir, todos sus recursos, naturales y humanos, entregados en charola de plata, y disponibles y al servicio de unos cuantos, que no se utilizan de manera soberana e independiente.
Tampoco, con la globalización, desaparecen los nacionalismos que, como ideología, se traducen en pertenencias a ciertos partidos y territorios, ajenos a los intereses del pueblo trabajador, como lo vislumbró Rosa Luxemburgo en su negativa a lo que sería la primera Guerra Mundial (1914-1918), guerra interimperialista por el reparto del mundo, del mercado.
Hoy en el mundo, existen nacionalismos ofensivos, que llegan a al injerencismo y la intervención/ocupación neocolonial, como el de Estados Unidos, hoy exacerbado con la presencia de Donald Trump, y los nacionalismos de carácter defensivo, como el de México, que por geografía e historia, tiene de cuidarse, sobretodo, de EU, su voraz vecino del norte.
En la construcción de naciones son primordiales instituciones fuertes, comenzando por el propio Estado. Pero, hemos visto, como el caso de América Latina, con una independencia más formal que real o acotada, dichas instituciones se hallan subordinadas, enajenadas. Frente a sociedades débiles, se erigen los hombres fuertes o caudillos, que sustituyen a tales sociedades, y creen interpretar sus deseos y hablan por ella.
Esto fue lo aconteció en México a lo largo del siglo XIX, una vez que alcanzó, formalmente, su independencia. La lista es larga: Iturbide, Santa Anna, Porfirio Díaz, sin olvidar al mismo Juárez. En el siglo XX, se instauró el presidencialismo, apuntalado por el régimen de partido dominante.
Hoy, entre otras cosas, se encuentra a discusión, debido a la personalidad de Andrés Manuel López Obrador, si éste, educado en la antigua tradición del nacionalismo revolucionario, ejerce su mandato de forma autoritaria, dadas sus maneras de ser y hacer que deja ver en sus conferencias de prensa mañaneras. Él mismo es su propio vocero. Cansancio, desgaste y desesperación por no ser comprendido, se asoman, ya, en sus actitudes.
Así mismo, su estilo deja muy poco o ningún margen de maniobra independiente a su gabinete. Y está su peculiar forma de entender y ejercer la democracia, a mano alzada y con preguntas inducidas –“¿Verdad que sí…?”, “¿Verdad que no…?”—, que no dejan espacio a la crítica, aun la que proviene de la izquierda, a los que, él, liberal, tacha de conservadores.
López Obrador se equipara a Benito Juárez, autor de la segunda transformación del país, cuando, después de la guerra de Reforma y la Intervención, se afirmó México como Estado Nación, una segunda independencia, y hoy él se ve como autor de una cuarta transformación, que, más en el espíritu de Morelos, modere opulencia e indigencia.
En El Estado laico y sus Malquerientes (UNAM/Debate. México. 2008), Carlos Monsiváis se pregunta: “¿Juárez se limitó a ‘imponer’ su mensaje?” Y para su respuesta, acude al historiador Daniel Cosío Villegas: “Un pensamiento nuevo no triunfa, y menos en ambientes hostiles o extraños, sino a fuerza de presentarlo, de discutirlo, de gritarlo cada vez en voz más alta”. En el actual caso de López Obrador, de forma casi desesperada, a fin de hacer comprensible para la Nación, la necesaria transformación que, para él, requiere el país, luego del saqueo, del festín neoliberal.
A diferencia de las anteriores transformaciones (Independencia, Reforma, Revolución), esta 4T, sería de carácter no violento. De ahí sus constantes alusiones a la no confrontación, de amor y paz, aun contra alguien como Mr. Trump, que un día sí y otro también busca la forma de molestar a sus vecinos del sur, y atiza el racismo y la xenofobia. Con todo, no se trata de romper con el modelo capitalista o salirse de la órbita imperial, según la noción de José Luis Ceceña, sino de tener una sociedad más justa, si esto todavía es posible.
Sin embargo, desde su primer día de gobierno, López Obrador ha tenido confrontaciones con medio mundo, no únicamente representantes del capital –calificadoras internacionales, especialmente—, sino igualmente con algunas comunidades indígenas, que no comprenden su proyecto de desarrollo, que sienten ajeno, enajenante. Lo anterior ha dado como resultado que haya voces que atisban una recesión. No obstante lo cual, “vamos bien”, según el Presidente, que obviamente tiene prisa.
Sea herencias del pasado o no, el clima de inseguridad y violencia no cesa, para lo cual reaparece se ha hecho reaparecer a la Guardia Nacional en la frontera sur. Una GN para la seguridad pública para subsanar insuficiencias y deficiencias de los cuerpos de policía en su lucha contra el narcotráfico. Una GN, cuya presencia data del siglo XIX, como nos narra Guillermo Prieto, frente a la intervención estadunidense en 1846 y 1847.
“Bayonetas o desarrollo económico independiente. ¿Debíamos callar nuestros muertos, llorarlos silenciosamente en algún rincón oculto?”, se interroga Gonzalo Martré en Los Símbolos Transparentes (1978), novela sobre el 68 mexicano. Situación vigente, cincuenta años después. Dilema que las tres transformaciones anteriores no pudieron resolver.
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