A propósito del Foro de São Paulo: ¿Por qué aquí y ahora?
- Análisis
Así termina la historia de un viaje. Lo han oído y presenciado. Han visto lo habitual, lo que constantemente se repite. Y sin embargo les rogamos: Consideren extraño lo que no lo es. Tomen por inexplicable lo habitual. Siéntanse perplejos ante lo cotidiano. Traten de hallar un remedio frente al abuso pero no olviden que la regla es el abuso.
Bertolt Brecht
Enseñanza del Foro de São Paulo: La Revolución no espera
A propósito del XXV Encuentro del Foro de São Paulo, celebrado en Caracas Venezuela, entre el 25 y 28 de julio 2019, vemos renovar la esperanza de aquellos y aquellas que confiamos en la fuerza de los pueblos organizados, en su compromiso de lucha por lograr un mundo de justicia y paz. El contexto mundial se enmarca en una ofensiva imperialista sin precedentes en la historia del Continente, no solo por la fuerza de su ataque sino por su descaro, que muestra su desesperación de sentir su decadencia hegemónica, en la que no se puede permitir ningún tipo de unidad en contra de su modelo supremacista, y que ante la crisis mundial debe asegurar los recursos para poder mantener su absurdo modelo consumista, depredador y destructor de territorios, culturas y pueblos. El éxito del evento se resume en las manifestaciones de solidaridad con todos los pueblos de América Latina, y de estos con el resto del mundo, que evidencia que la lucha y las resistencias deben ser globales para abrir caminos cargados de fuerza y voluntad de lucha.
La experiencia de vida nos enseña, como sucedió en el Foro, que debemos abrir los ojos para no seguir confiando en quienes no miran sino a través de sus intereses particulares y se olvidan del sufrimiento y sacrificio que generan en los pueblos. Una vez más, y cada vez con mayores argumentos teóricos y prácticos, se avanza en el diseño de acciones conjuntas, aunque se delinean y ejecuten en distintos ritmos y variadas estrategias. En términos generales, encontramos que: (1) el tiempo juega a nuestro favor, de los que luchamos por una vida digna, sin discriminación alguna, por un vivir bien y en sana convivencia mundial; (2) es imperativo detener el ataque que constantemente se repite contra la humanidad, confiando en la sabiduría de los pueblos en su lucha por un mundo mejor, (3) reiteramos que no podemos confiar en lo que han convertido lo inexplicable en habitual para acabar con la esperanza de los pueblos, destruyendo identidades y su memoria histórica, y (4) se ratifica la necesidad urgente de favorecer la creatividad popular contra el abuso del colonialismo-neoliberal, y su institucionalidad liberal-burguesa, que quiere ganar espacios perdidos a costa de someter a comunidades y pueblos enteros, saqueando territorios y destruyendo culturas.
Este domingo 28, en espera de las resoluciones del XXV Foro de São Paulo terminé de escribir un material, titulado ¿Por qué aquí y ahora?, unas horas antes de concluir este evento con tanto éxito, donde nos encontramos con tantas manifestaciones de solidaridad y voluntad de unidad en la acción antiimperialista y antineoliberal, como reto impostergable para los revolucionarios y revolucionarias. Son las reflexiones finales de un libro sobre la Conciencia creadora de lo común-humano, y sentí que podría hacer un aporte que sirve para argumentar estas enseñanzas, propias de un evento de diálogo fraterno y democrático que reúne a tanta gente comprometida con todos los pueblos en lucha en el mundo.
No es coincidencia, sino conexión con la misma lucha desde otra trinchera.
¿POR QUÉ AQUÍ Y AHORA? [1]
El tiempo juega a nuestro favor
En varias oportunidades, a lo largo de éste y otros tantos estudios de la realidad cambiante, hemos disertado sobre la visión dialéctica del tiempo y el espacio asociada a un compromiso con la vida. De compromiso con la historia y el espacio geopolítico de la lucha de la humanidad por vivir bien y en sana convivencia y en todos se repite la constante de la necesidad de la formación de la conciencia social, política e histórica de los sujetos protagonistas del cambio. Esta reflexión constituye la base que orienta el pensamiento-crítico emancipatorio desde el espacio vital y la comprensión del movimiento de la historia. Por este camino es posible comprender la continuidad de la lucha de los movimientos populares por el cambio histórico intergeneracional, que miran siempre al pasado para imaginar el futuro; y en su andar descubren en la acción cotidiana que el presente es un instante imposible de precisar entre el ayer y el mañana donde interactúan y se integran historias desarticuladas. Por eso, no podemos permitir que nos roben la memoria de vida pasada, porque con ello nos están secuestrando nuestra propia fuerza acumulada en ella para construir un futuro prometedor.
Las imágenes y las representaciones que nos hacemos de la realidad que nos rodea, constantemente se repiten; están presentes en todos los aspectos de la vida cotidiana y, como producto sociohistórico son, en sí mismas, portadoras de una multiplicidad de significados, que van cambiando en el propio transcurrir de la vida en sociedad. Estos cobran mayor fuerza en su contexto espacio-temporal especifico, ya que, al expresarlo en los relatos, u otras formas de comunicación, la unidad dialéctica tiempo/espacio, genera representaciones que adquieren movimiento, en tanto articulan pasado y devenir histórico, creando una atmósfera especial que le otorga credibilidad a la posibilidad del cambio. El horizonte creado por los propios sujetos del cambio orienta su accionar, por tanto, es factible y modificable en la propia acción social. Desde su propia experiencia de vida y memoria histórica de lucha continuada.
Mientras las fuerzas del cambio se organicen y acumulen poder político, para actuar en función de un salto cualitativo, el tiempo siempre juega a favor del que resiste y lucha porque pone en evidencia su fortaleza frente al ataque del que no le da tregua. Si en América Latina no hubiésemos avanzado tanto en la integración latinoamericana (CELAC, UNASUR y ALBA) al inicio de siglo XXI hoy no tendríamos las evidencias de su importancia vital para los pueblos y de quiénes son los enemigos que se alían con Estados Unidos para impulsar su doctrina Monroe que niega toda posibilidad de integración regional independiente para mantener el control hemisférico. Además, no podemos apostar a que se agoten las posibilidades de superar la crisis que vive el capitalismo para transformar la realidad. Hay que seguir el ejemplo de resistencia y lucha de los movimientos y organizaciones populares que consideran que el objetivo es superar al sistema y, por tanto, hay que aprovechar su crisis para ello. No es posible abandonar la lucha, aunque resulte pesada y sin aparentes logros porque se está actuando en un presente sin necesarias evidencias de cambio sustantivos y estables en el tiempo generacional. La lucha continua de modo permanente, aunque discontinua y desigual, para seguir irrumpiendo en el escenario político con una fuerza popular contrahegemónica que se haga sentir en su contenido y misión histórica.
El ataque que constantemente se repite contra la humanidad
El capitalismo define la lucha de clases por las características inherentes de las clases históricamente antagónicas: la burguesía y el proletariado o clases subalternas. Por un lado, las clases explotadas son oprimidas precisamente porque producen o poseen riquezas en sus territorios donde habitan (recursos, bienes y servicios) de la que se apropia la otra clase, la dominante, mediante el despojo y del plusvalor arrebatado con lo habitual y desproporcionada injusticia institucionaliza del sistema. Pero en tanto productora de medios y condiciones de vida, estas clases son creadoras y poseen capacidades y habilidades para incidir en la modificación de la realidad por su voluntad consciente y colectiva de cambiar el orden establecido (conciencia de clase para sí). En tal sentido, las clases subalternas logran su carácter emancipado una vez que comprenden la confrontación de intereses contrapuestos y antagónicos al que están sometidas como colectivos sociales o comunitarios. Del otro lado, la clase explotadora, la que extrae plusvalía para acumular capital y se apropia de bienes comunes, defiende los beneficios que goza a expensas de las clases explotadas que domina y somete. No tiene, evidentemente, interés en modificar la realidad, por cuanto se beneficia de ella. Esta clase es de naturaleza conservadora y profundamente reaccionaria, al igual que sus aliados y agentes políticos operadores.
Estas dos posiciones antagónicas cuando se posesionan en su condición de clase permiten comprender la realidad desde otra perspectiva, además se construyen relatos en lo que no se pueden justificar las acciones que agreden y dañan a las clases subalternas. Sin embargo, algunos intelectuales insisten en que se puede llegar a coincidir en los diagnósticos y hasta en interpretaciones similares, independiente del pensamiento o de la visión del mundo que se tenga. Asimismo, se tiende a ofrecer una misma respuesta, o similar, ante un hecho social que paradójicamente incomoda o daña a un sector particular y beneficia a otro. Esto advierte que algo está fallando peligrosamente para los que quieren cambiar el orden establecido.
El sistema capitalista dominante se basa en la desigualdad, por eso desprecia toda la inteligencia humana que no le sirva para elevar la plusvalía y destruye toda amenaza que dificulte su hegemonía. Expropia el saber de la clase trabajadora y del pueblo organizado para impedir su proceso natural de crear, planificar y organizar el trabajo y la sociedad en general[2]. Sin embargo, esta misma racionalidad derivada de la inteligencia humana, con la que todo ser humano cuenta, es la que le permitirá luchar contra la fuerza que lo oprime y lo reduce a una cosa, a un objeto. Esa es la clave de la emancipación: romper la lógica de las relaciones sociales jerárquicas de producción, de la división internacional del trabajo y de la división entre trabajo manual e intelectual, que impone el capitalismo, con el fin de establecer el criterio de productividad mercantil que define la explotación de la fuerza de trabajo humano y demás relaciones de producción.
El desarrollo tecnológico, desvinculado de las necesidades humanas y de uso racional de los recursos naturales, por sí mismo se constituye en un poder a través del proceso productivo, ya que va desplazando formas anteriores menos eficientes para el objetivo capitalista; sin importar las consecuencias que tenga sobre las unidades productivas desplazadas en el mercado y el destino de las productoras y productores que en ella trabajan. Esto permite, a la vez, construir una visión de cómo la lógica del capital ha forzado procesos de industrialización asociada a una división técnica del trabajo; por consiguiente, también cambió lo que, en esencia, se debía aprender y, por tanto, su relación con los ambientes y métodos de aprendizaje y producción de conocimientos emergentes.
Esta reflexión conduce a la caracterización del Estado capitalista y su asociación con la tecnocracia al servicio de la economía, que terminan dominando al mismo Estado y reduciendo a éste a un órgano represor que no resuelve los problemas de los pueblos. En la sociedad capitalista el Estado se consolida como estructura y como forma institucionalizada de dominación. A través de las leyes regula el proceso productivo del capitalismo y las formas de dominación sobre las personas, entre las que se destacan las asociadas a la organización del proceso de trabajo. Desde una visión de transición, es necesario plantearse la aceleración de la construcción de un nuevo modelo de gestión anticapitalista y anticolonial en la producción y en la sociedad en general, que exige transformar las relaciones de producción capitalistas para facilitar la extinción del Estado.
Lo inexplicable de lo habitual
La institucionalidad de la democracia liberal burguesa a pesar de no ser homogénea se caracteriza por garantizar la lógica funcional del capital. Varía desde posiciones gubernamentales más progresistas hasta las más conservadoras, pero el elemento común es que su relación con el pueblo es de poder. De fuerza que para mantener el statu quo utiliza todo tipo de estrategia para lograrlo y que en el caso del sistema colonialista neoliberal utiliza la violencia simbólica o física con distintas acciones para someterlo, por eso es necesario abrir brechas, destruir fetiches para avanzar en forma democrática, cada vez más participativa, de la acción popular. En una sociedad de privilegios es este sector, el que se niega a perderlos, el que impone a los demás su continuidad en el poder haciendo uso de distintas herramientas, lo que lo hace ceder cuando la presión resulta obvia y cuenta con la fuerza de confrontación evidente.
Por tanto, para construir una institucionalidad revolucionaria emancipada deben producirse cambios estructurales, pero también conceptuales de lo que es la relación Estado/comunidad. Cambios estructurales en la realidad constituida que dé cabida a nuevos sujetos sociales protagónicos, se requiere acabar con el modelo jerárquico de poder característico del sistema capitalista. Sabemos que esto no es un problema particular de cada institución, concebida bajo una visión corporativista, aislada y desarticulada del resto de la sociedad; es un problema social integral de una nación, de la cultura política dominante, asociada a un modelo económico, basado en la competitividad, en el individualismo y por lo tanto en la exclusión. Acabar con toda forma de discriminación, opresión y explotación física e intelectual es una lucha nacional e internacional emancipatoria y liberadora que toma forma concreta en cada escenario de la vida social.
En los procesos de transición hacia una sociedad anticapitalista y anticolonial el gobierno popular que asume el poder deberá comprender que la lucha por el cambio se inicia después de un largo periodo colonialista-neoliberal que ha acarreado graves consecuencias estructurales de pobreza, exclusión y discriminación cuyas manifestaciones más severas se hallan en los sectores de las clases subalternas, que se constituyen en la base popular para el cambio. Muchas de ellas incidieron en el cambio de correlación de fuerzas para la llegada de un gobierno popular, que solo puede avanzar hacia un futuro construible a partir del crecimiento de la fuerza popular conscientemente organizada. Y para ello es indispensable superar aceleradamente la pobreza estructural y eliminar progresivamente toda forma de discriminación y exclusión social, política y económica. En concreto, si se aspira a un cambio social de raíz lo fundamental es ganar espacios de soberanía e independencia para orientar los recursos hacia la satisfacción de las necesidades de alimentación, educación y salud que reduzca sensiblemente la brecha de desigualdad social. Pero no solo en las condiciones y medios de vida material que involucra la soberanía alimentaria y productiva y el mejoramiento de la infraestructura y prestación de otros servicios básicos, sino fundamentalmente en las subjetividades que permitan empoderar al pueblo de una conciencia de lucha en la lucha misma.
Rauber (2018:2) al referirse a América Latina, afirma que “el mayor límite de los gobiernos progresistas fue no haber profundizado la participación popular” y esto significa “el empoderamiento de los pueblos, que implica que los pueblos se hagan cargo de las políticas de gobierno y para que se hagan cargo tienen que decidir”.
Por lo tanto, se necesita que el Estado abra las compuertas para la participación del pueblo en la toma de decisiones, lo que llamamos un “empoderamiento creciente”. Si un pueblo decide que quiere vivir de una forma no hay campaña de prensa posible que le diga que ha sido engañado porque actuó y decidió con plena conciencia. La fuente mediática más poderosa que tenemos es la conciencia de cada persona sobre cómo quiere vivir (Rauber, 2018:2)
Todo gobierno popular actuará en contracorriente con el sistema mundial y encontrará, a lo interno y externo, factores aliados que tienen el mismo enemigo estratégico, aunque tengas diferencias ideológicas y políticas contrarias. Estas alianzas son muy importantes construir para combatir las fuerzas imperiales que socaban las bases de la soberanía e independencia de todos los pueblos. En este proceso inicial de cambio social de raíz es básico avanzar en esta dirección. Sin embargo, comprender en qué consiste una lucha por la soberanía e independencia por parte de los sectores populares es posterior a lograr un nivel de democracia popular que empodere al pueblo en su capacidad de decidir en los asuntos de su competencia e interés de vida.
Los pueblos no son carne de cañón que sólo salen a manifestarse. Tienen organizaciones de base, tienen capacidad de interpretación, de conocimiento, de saber y de poder territorial (Rauber, 2018: s/p). De allí la importancia de resolver, lo más aceleradamente posible, la deuda histórica de pobreza estructural, así como la exclusión y discriminación a los sectores más vulnerados en sus derechos para que dejen de ser vulnerables ante cualquier contingencia que cambié en ritmo de avance de transformación social donde son protagonistas.
La creatividad popular contra el abuso
Las alianzas y acuerdos que se establecen con sectores capitalistas para vencer al colonialismo-neoliberal deben poseer características que no obstaculicen la tendencia a ir logrando mayor soberanía e independencia política. Como se mantienen dentro del campo capitalista, en la que se impone una lucha de gran violencia para mantener el control del mercado, se deberá tomar en cuenta que la alianza durará hasta que afecte sus propios intereses. Esto incluye factores internos y externos, vinculados o que forman parte del gobierno o de las fuerzas sociales aliadas. Estos suelen ser los peores opositores y que para ser aceptados en el bando al que habían negado abandonan sus principios en la práctica, aunque mantengan su discurso. En caso más significativo en la actualidad lo constituye Estados Unidos que parece quedarse sin aliados. Incluido los históricamente declarados, en su afán de imponerse por la vía bélica para ganar espacios perdidos en la producción nacional y el mercado internacional. Las reglas del juego del libre mercado y la libre competencia que se revierten contra su más creyente impulsor, que no imaginó que podría revertir contra sí mismo en otras circunstancias como la que se vive actualmente.
Obviamente esta voluntad no puede estar representada de modo individual, cuando trasciende a distintos colectivos y grupos sociales se convierte en cultura del buen sentido, que incluye “una concepción del mundo, con una ética conforme a su estructura” (Gramsci, 1971: 27-28) El trabajo en conjunto, asociativo y colaborativo, promueve la creatividad y la iniciativa porque toca la fibra humana, propicia la solidaridad, se conocen los problemas de los demás y se ponen en evidencia las necesidades colectivas e individuales de los otros, además que cuenta con el potencial que se deriva del aprovechamiento al máximo de la diversidad de capacidades, competencias y cualidades individuales al liberarlas del aislamiento y la alienación a la que están sometidas en la actualidad. Esto hay que entenderlo desde una perspectiva social, que sume identidades bajo un mismo propósito para que cada uno se sienta relacionado con los demás que luchan y construyen en una misma dirección. Es la única manera de controlar las fuerzas reformistas y contrarrevolucionarias existentes, que, aunque tengan los mismos deseos de resolver los problemas inmediatos, lo quieren hacer perpetuando el actual statu quo. Esta forma de lucha termina en un reivindicativismo, que se agota de acuerdo con la capacidad que tengan los grupos de poder para hacer concesiones, y no toca la esencia discriminatoria en la que se basa la acumulación de capital. De allí su relación con los momentos de auge o recesión de las economías locales y mundiales.
Al tener claro quién es el sujeto de la revolución antiimperialista y antineoliberal la llamada nueva izquierda debe cambiar su estrategia y visión de la lucha. Esta nueva izquierda, según Mazzeo (2015:s/p), está “construyendo teoría y práctica para la transformación con la superación del capitalismo que ésta considera que los gobiernos populares pueden colaborar con los procesos emancipatorios, pero que no son, ni pueden, ni deben ser, el sujeto privilegiado de la transformación”. Planteamiento con el que coincidimos, porque estamos convencidos que solo el poder popular constituyente cambia la realidad en su esencia y obliga al Estado a asumir una política estratégica diferente que pase sobre las estructuras y le dé sentido histórico al proceso de cambio.
De esta manera, la formación de las fuerzas del cambio se aproxima a la realidad concreta de acción política o administrativa con el propósito de contribuir con la potencia de éstas, ya que coloca al conocimiento científico, tecnológico y humanístico al servicio de la construcción política de transformación social. La ruptura de la visión fragmentada y desarticulada del trabajo obliga a buscar mecanismos eficientes, apoyados en redes sociales, para interactuar de manera fluida entre todos aquellos y aquellas que se involucran en la construcción de la realidad deseada. La conexión con el gobierno popular comprometido con las fuerzas del cambio revolucionario debería garantizar además de los recursos y la tecnología para ejercer este tipo de democracia, la orientación y la formación para iniciar este tipo de organización social con cada vez mayor autonomía de los propios colectivos y redes colectivas. Solo así podrá verse como algo que trasciende al medio tecnológico y se convierte en un potencial de transformación social revolucionaria, que no condiciona al movimiento popular, sino que se somete a él como sujeto del cambio, y en su transición va generando condiciones para el ejercicio de una democracia directa cada vez más fuerte, orientada al cambio civilizatorio deseado por las mayorías populares en el planeta.
Referencias bibliográficas
Gramsci, Antonio (1971) El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce. Ediciones Nueva Visión; Buenos Aires.
Mazzeo, Miguel (2015) “Fin de ciclo progresismo e izquierda: Entrevista con Miguel Mazzeo. Por Pablo Rojas Robledo”. Resumen Latinoamericano/Contrahegemonía / 06 de Oct. 2015. Lanús Oeste, Buenos Aires, Argentina, septiembre de 2015.
Rauber, Isabel (2018) “El mayor límite de los gobiernos progresistas fue no haber profundizado la participación popular”, mayo 6, 2018. Entrevista Lucio Garriga publicada en contrahegemonía. http://contrahegemoniaweb.com.ar/isabel-rauber-filosofa-e-investigadora-argentina-el-mayor-limite-de-los-gobiernos-progresistas-fue-no-haber-profundizado-la-participacion-popular/
-Elizabeth Alves Pérez es Dra. en Educación (Venezuela) y en Ciencias políticas y de la Administración y Relaciones Internacionales (UCM, España). Editora del blog Pensamiento Crítico XXI. https://pnesamientocriticoxxi.wordpress.com/
[1] Tomado del Posfacio del libro de Elizabeth Alves Pérez (2019) “Conciencia creadora de lo Común Humano” en proceso de publicación.
[2] Este saber se refiere a aquel que expresamente se puede utilizar en beneficio de los y las trabajadoras para mejorar sus condiciones laborales, sociales o para tomar conciencia de la necesidad del cambio emancipatorio.
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