Afganistán, un desfiladero cada vez más angosto
- Análisis
Las conversaciones de Doha (Qatar), entre los Estados Unidos y el Talibán parecen estar llegando a su fin tras lograr destrabar el intricado camino a un acuerdo de paz, quizás una idea demasiado optimista para un conflicto que lleva más de dieciocho años y en el que los costos entre muertos, heridos y mutilados podrían anotarse entre los más aberrantes de la historia moderna: solo en 2018 se produjeron casi 4 mil muertes.
Para los más optimistas en las próximas semanas o incluso antes, podría arribarse a un acuerdo provisorio, aunque para terminar con los cuarenta años de guerra que sufre el país, no alcanza con la retirada de los 14 mil efectivos norteamericanos y los miles pertenecientes a los países de la OTAN, que todavía están destinados a Afganistán. De no conseguir el acuerdo, el presidente Donald Trump ha ordenado que antes de las presidenciales del 2020, un número sustancial de efectivos norteamericanos deben haber abandonado el país asiático.
También está pendiente una solución entre el talibán y las autoridades políticas afganas, hoy encabezadas por el presidente Ashraf Ghani, y luego por alguno de los 16 candidatos que pudiera emerger tras las elecciones del próximo del 28 de septiembre, cuya realización en el marco de la realidad afgana es improbable.
El talibán pretende que una vez terminados los acuerdos, se produzcan de manera inmediata el abandono del país de las fuerzas occidentales, aunque ya se ha discutido en Doha, y los representantes norteamericanos han explicado que es logísticamente imposible cerrar las bases, embalar y enviar de retorno todos los equipos de comunicación, armamento y logística que los Estados Unidos tienen en Afganistán en por lo menos dos años.
El Pentágono, tendrá que cumplir obligatoriamente con el retiro de la gigantesca parafernalia instalada, en prevención de que no caiga en manos de los talibanes o alguna otra de las organizaciones terroristas que operan en el país.
Los funcionarios norteamericanos asegurar que el talibán ya no apoyará a ningún grupo extremista como en Daesh-Khorasan u organizaciones cercanas a al-Qaeda, en Afganistán o en países vecinos (Pakistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán) evitando que la nación centroasiática vuelva a convertirse en un santuario para terroristas internacionales.
Desde el momento en que comience la retirada efectiva de los Estados Unidos, se cree que se podrá detener el espiral de violencia en las regiones más complejas del país, y alcanzar un alto el fuego formal y duradero.
Las conversaciones entre el gobierno afgano y los talibanes, se llevarán a cabo posiblemente en Oslo (Noruega) y sus preparativos están en pleno proceso. Kabul anunció que la lista de los 15 negociadores, incluirá funcionarios gubernamentales, delegados de los partidos políticos y grupos sociales. Estas conversaciones serán críticas no solo por la discusión sobre la presencia residual de Estados Unidos, sino también por la liberación de los más de 10 mil prisioneros talibanes que Kabul conserva en sus cárceles, entre ellos muchos altos jefes, que podrían tener opiniones contradictoras acerca de los acuerdos alcanzados.
Las discusiones de Oslo enfrentaran dos vectores bien diferenciados de la sociedad afgana: por un lado los aspirantes a burócratas, que pretenden la construcción de una democracia a la manera occidental, sin arraigo práctico, ni cultural en el país, y por otro lado, la dirigencia del Talibán, una organización cargada de mística, que ha logrado salir indemne ante la larga agresión de la mayor potencia del mundo. El talibán dirigido por el Mullah Hibatullah Akhundzada, desde mayo de 2016, ha logrado revertir la suerte de la organización pasando de una agónica resistencia a una ofensiva tan virulenta como exitosa. Por lo que estas negociaciones llevarían años dejando al país en un desfiladero por el que podría precipitarse a una guerra todavía más brutal de la que se vive todavía.
Una muestra de esto, es el gran atentado que se produjo en una fiesta de casamiento en un salón de la ciudad de Dubái al oeste de Kabul, hogar de la minoría chiita Hazara, blanco frecuente del Daesh. El último sábado, en pleno festejo, uno de sus muyahidines de origen paquistaní, se detonó en el salón donde había más de mil doscientos invitados, dejando cerca de 70 muertos y unos 180 heridos, lo que lo convierte en el ataque más letal de lo que va del año.
El último atentado producido en Kabul había sucedido el 7 de este mes, con el estallido de un coche bomba dirigido contra un convoy de las fuerzas de seguridad matando a 14 personas e hiriendo a 145, ataque que fue asumido por el talibán.
Aprender matar
El mando militar estadounidense en Afganistán define al Daesh-Khorasan como la organización capaz de heredar la potencialidad del talibán, incorporando militantes extranjeros y muchos talibanes rebeldes a sus mandos. Ésta es la razón por la que varios generales norteamericanos insisten ante Trump en mantener varios miles de hombres de fuerzas de Operaciones Especiales en el país asiático.
El Daesh, presente en Afganistán desde 2015 con una dotación cercana a 3 mil hombres, cuenta con un experimentado reclutado de origen tayiko, Sayvaly Shafiev, conocido como Mauaviya, que lidera un grupo de unos 200 combatientes que opera en la provincia de Nangarhar, al este de Afganistán en la frontera con Pakistán, que se ha convertido en una figura fundamental para el Daesh-Khorasan, que ha reclutado jóvenes tayikos y conseguido atraer jugosos financiamientos. Según informaciones de la inteligencia norteamericana, también Mauaviya, está entrenando hombres en Afganistán para convertirlos en agentes “durmientes” en Tayikistán.
Tayikistán, al norte de Afganistán, ha sido una fuente de reclutamiento para el Daesh: desde su aparición en 2014, grupos locales como Jamaat Ansarullah se han unido al Califa Abu Bakr al-Bagdadí, en 2017. En 2018 Naciones Unidas, advirtió que unos mil muyahidines viajaron a Afganistán, para abrir un nuevo frente tras el derrumbe del califato en Medio Oriente
Por su parte, más allá de las conversaciones de Doha y desafiando a los Estados Unidos, el talibán sigue preparado combatientes, en lo que se conoce como “fuerzas especiales”. El 10 de agosto en su sitio oficial la organización fundamentalista colgó un video donde se veía un grupo de talibanes, entrenar junto a miembros de al-Qaeda. Los combatientes lucen uniformes, botas, chalecos, mochilas y armamento nuevo o en perfectas condiciones de uso, mientras participan en movimientos y prácticas militares.
El talibán, a finales de 2014, dio a conocer que posee más de 20 campos de entrenamiento, como el de Khalid bin Walid con unos 300 entrenadores y capacidad para preparar unos dos mil reclutas a la vez, que son distribuidos en provincias como Helmand, Kandahar, Ghazni, Ghor,
En 2015, Estados Unidos descubrió un campo de entrenamiento de al-Qaeda en el distrito de Bermal en Paktika, y otros dos en el distrito de Shorabak en la provincia de Kandahar. Este último, según el comandante saliente de las fuerzas estadounidenses en Afganistán, el general John Campbell, comandante de la misión norteamericana, era el más grande de los descubiertos en el país desde la invasión de 200. Al-Qaeda también ha operado campamentos en Kunar y Nuristán.
Harakat-ul-Mujahideen, un grupo integrista paquistaní aliado de al-Qaeda, también controló campos de entrenamiento en el este afgano, al igual que el Partido Islámico de Turquestán, la Unión de la Yihad Islámica y el Imam Bukhari Jamaat, un grupo uzbeko que llegó a combatir en Siria, y controla varios campos de entrenamiento en Afganistán.
Estos centros de reclutamiento y entrenamiento, en algunos casos desactivados, en otros simplemente mudados o en perfectas condiciones operativas, manejados por terroristas locales y extranjeros, hacen que desfiladero afgano sea cada vez más angosto.
-Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC
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