Se profundiza el proceso de desintegración regional en el Mercosur

02/09/2019
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Desde el momento en que se hicieron públicos los resultados de las PASO ( elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias), en la República Argentina , Jair Bolsonaro y dos Ministros de su Gabinete, los de Hacienda y Relaciones Internacionales, manifestaron públicamente, que, de resultar electo en Argentina el candidato Alberto Fernández, Brasil abandonaría el Mercosur.

 

El argumento esgrimido para lanzar tamaño exabrupto, que sorprendentemente no fue cuestionado por la cancillería argentina, fue que las políticas aplicadas, oportunamente, por los gobiernos kirchneristas, entorpecieron la celebración del Acuerdo con la Unión Europea (EE), el cual recientemente ha sido negociado. Por otra parte, durante la campaña electoral, Alberto Fernández, en más de una oportunidad, manifestó, que si resultaba electo, revisaría los contenidos del mismo.

 

El Acuerdo aún no está firmado, falta que se proceda a la revisión legal del texto y que se efectúen las traducciones correspondientes, para que los cancilleres estén en condiciones de firmar los textos del Acuerdo y remitirlos a sus respectivos Parlamentos, para su aprobación. Resulta evidente que estos eventos se llevarán a cabo cuando asuma el próximo gobierno argentino, el cual será, de neto perfil kirchnerista.

 

El Acuerdo Mercosur-UE consta de tres pilares, el económico, el político y el de cooperación. Los pilares político y de cooperación, por sus características y contenidos, son de naturaleza intergubernamental, por lo cual, requieren que cada uno de los miembros de la UE deban aprobarlos en forma individual, lo cual implica un proceso sumamente lento y engorroso.

 

Por el contrario el pilar económico–comercial es supranacional, por lo cual entra en vigor luego de la revisión jurídica y la aprobación por parte de la Comisión Europea y del Parlamento Europeo (ambos organismos supranacionales de la UE). Este pilar es el más relevante para los integrantes del Acuerdo, y su aprobación implica un trámite más simplificado.

 

De acuerdo a información proporcionada, se entiende que si un país decide no firmar el Acuerdo que ya está negociado, los demás pueden decidir seguir adelante, o sea se podría obviar la supuesta oposición de la Argentina

 

La única limitación que existiría es la Res 32/00 del Consejo Mercado Común , la cual en su Artículo 1 dice que los miembros del Mercosur reafirman el compromiso de” negociar en forma conjunta los acuerdos de naturaleza comercial con terceros países o agrupaciones de países extrazona en los cuales se otorguen preferencias arancelarias” Dado que, si bien es cierto que el Acuerdo no ha sido firmado, pero si negociado, cada uno de los miembros del Mercosur puede firmar y ratificar, individualmente el mismo.

 

Lo relevante de esta interpretación de la Res 32/00 del CMC es que, seguramente, las cancillerías de Uruguay, Paraguay y Brasil, estén de acuerdo con la misma, lo que implica apostar a la flexibilización del Mercosur. Esta apuesta genera la posibilidad, para los miembros del Acuerdo, de negociar a diferentes velocidades, lo cual, como ya lo hemos dicho, elimina la posibilidad que una Argentina kirchnerista se oponga a la puesta en práctica del Acuerdo Mercosur UE.

 

El exabrupto de Jair Bolsonaro, al proferir la amenaza de abandono del Mercosur, apunta a concretar un giro de 180° en lo que respecta a las definiciones estratégicas asumidas en la Declaración de Foz de Iguazú firmada el 30 de Noviembre de 1985 por los Presidentes de Argentina, Raúl Alfonsín y por el Presidente de Brasil, José Sarney.

 

Acuerdo estratégico éste, que nacía al unísono del restablecimiento de la democracia en ambas naciones, el cual, dejando de lado la hipótesis bélica, sentó las bases de un proceso de Integración regional, que tuvo su momento culmine cuando se produjo el nacimiento del Mercosur. La Argentina y el Brasil sellaban así una alianza estratégica que hasta el día de hoy no se ha visto erosionada.

 

Dos son los motivos que impulsan a Bolsonaro a dar este paso, el primero de ellos es otorgar un respaldo a Macri en su disputa electoral con Alberto Fernández. Una victoria de éste, unida a la de Andrés Manuel López Obrador en México y a las muy probables del Frente Amplio en Uruguay y de Evo Morales en Bolivia, podrían llegar a interpretarse como la continuidad y la vigencia de los Gobiernos progresistas en y una temprana y estrepitosa derrota del macrismo neoliberal.

 

El segundo motivo amerita llevar a cabo un análisis previo del proceso que llevó a que se generase a nivel mundial un nuevo sistema de producción global, que tiene su origen en la crisis del petróleo acaecida a medidos de los años 70 y que impactó fuertemente en la estructura económica mundial.

 

Las grandes empresas transnacionales buscaron los medios para recuperar la rentabilidad perdida, lo cual trajo aparejado el desarrollo de un nuevo sistema de producción global y la paulatina pérdida del “estado de bienestar” que se había desarrollado a lo largo de los años dorados, en el seno de los países desarrollados. En aquel entonces, como suele suceder, el peso de la crisis lo pagaron los trabajadores.

 

Es así que vamos a asistir al proceso de deslocalización de la producción de los países centrales hacia la periferia, fundamentalmente hacia los países asiáticos en donde hay abundancia de materias primas y mano de obra barata.

 

En esta llamada Nueva División Internacional del Trabajo, las potencias centrales mantuvieron esencialmente las tareas de innovación, diseño y comercialización, mientras deslocalizaban las tareas más simples de la manufactura. Con el tiempo se comenzaron a deslocalizar tareas cada vez más complejas, no obstante la lógica central de esta nueva división del trabajo seguía siendo la misma.

 

Este proceso permitió la acumulación de grandes ganancias a las transnacionales de los países centrales, pero generó en los mismos la fragmentación de la clase trabajadora. Se dio un proceso por el cual los trabajadores más calificados se especializaron en tareas de innovación y diseño, ganando, por lo tanto, elevados salarios.

 

Los que no tenían estas capacidades, como consecuencia del proceso de deslocalización, perdieron sus puestos de trabajo y tuvieron que emigrar hacia el sector de servicios, percibiendo bajas remuneraciones.

 

El sector financiero fue otro de los ganadores en este proceso de la deslocalización de la producción, grandes flujos de dinero ingresaban a Estados Unidos, producto de la remisión de utilidades e inversiones los cuales proveían crédito para los consumidores, capitales para la inversión directa en corporaciones estadounidenses o alimentaban la adquisición de deuda pública de EU.

 

La caída del Muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética produjo una transformación del mundo bipolar al unipolar, la hegemonía de EU, en todos los aspectos, resultaba, en aquel entonces, incuestionable.

 

Sin embargo los hechos parecen demostrar que esa hegemonía estaba, muy lejos de ser eterna, más allá de la capacidad de los medios de comunicación para elaborar una “posverdad”, en la actualidad, nociones como el éxito del capitalismo, la invencibilidad de los EU, su superioridad científica y tecnológica, las óptimas condiciones de vida de su sociedad, su hegemonía militar, etc. resultan ser absolutamente cuestionables.

 

Es que, el orden mundial, una vez más, ha sufrido una mutación: el mundo unipolar se ha transformado en un mundo multipolar, manifestándose en una cierta superioridad, económica, científica, tecnológica y militar de China y Rusia, en múltiples aspectos, siendo este el eje principal de la conflictividad global actual.

 

El declive de la potencia hegemónica, lleva a ésta a modificar su estrategia en materia de política exterior, extremando su agresividad, y provocando una alteración en la estabilidad del sistema internacional. Se generan múltiples tensiones, fundamentalmente con China y Rusia, pero también con sus aliados de la UE, con Canadá, México, Turquía, Irán, Siria, Cuba y muy especialmente con Venezuela.

 

Esta estrategia desarrollada por los EU, explica la llegada de un Donald Trump, a la presidencia, debido a la necesidad de enfrentar los nuevos desafíos a la que se encuentra sometida la hegemonía estadounidense.

 

Desata una guerra comercial con China, bloquea económicamente a Rusia e Irán, y desembarca una vez más en su “patio trasero”, nuestra América Latina, desempolvando la vieja doctrina Monroe de “América para los americanos” -del norte agrego yo-, intentando desplazar a China y Rusia de la misma.

 

Esta tarea se ha visto favorecida por el acceso de las derechas sudamericanas a los gobiernos, apuntando a dejar de lado el tipo de integración regional que avance más allá de lo meramente comercial, estando en un todo de acuerdo con la estrategia esbozada por Donald Trump, quien ha señalado expresamente, que EU privilegia la negociación bilateral y asimétrica.

 

Desplazar la presencia de China y Rusia de la región no será por cierto una tarea fácil, China es el primer cliente comercial de prácticamente todos los países de la región y es la mayor consumidora de las commodities que se producen en la misma. Es también, actualmente, el mayor proveedor de Inversión Extranjera Directa, de insumos de bienes de capital y de consumo, desplazando en la región la presencia estadounidense en casi todos estos escenarios.

 

Como bien lo señala Diego Hernández Nilson, surge en la Región un Nuevo Panamericanismo que no solo reacciona contra el “giro a la izquierda” y al “regionalismo poshegemónico latinoamericano” liderados por Brasil, la Argentina de Macri, Chile y Colombia, buscando un realineamiento continental tras EU, cuyas expresiones más ostensibles han sido la propuesta de Prosur o el aval interamericano a los atropellos al Estado de derecho en Paraguay, Honduras y Guatemala.

 

Regenera además, este nuevo panamericanismo, el antiguo bloque continental hegemónico en el que convergía la oligarquía terrateniente, los intermediarios financieros, las elites políticas y los ejércitos de la doctrina de la seguridad nacional; en su nueva versión donde se agrega un nuevo sector financiero ligado al lavado de activos y las iglesias evangélicas.

 

Este realineamiento panamericano adquiere un significado mayor a la luz de las transformaciones recientes del sistema internacional: se abandona el multipolarismo esbozado en la última década (un mundo de regiones), para pasar a una nueva estructura bipolar que divide al mundo entre los renovados bloques occidentales y euroasiáticos (guerra comercial incluida).

 

La tensión mundial hace que para Estados Unidos sea fundamental contar con el alineamiento continental, como sucedió en otras coyunturas similares.

 

En la actual disputa hegemónica mundial, el bloque occidental abandona el liberalismo político, asumiendo un discurso occidentalista, asociado a la aparición de la nueva derecha conservadora y autoritaria (Trump, Brexit, Vox, Orbán y el propio Bolsonaro), que no solo rechaza al socialismo y a la socialdemocracia, sino también al liberalismo y el institucionalismo.

 

De esta forma, además del alineamiento geopolítico de países, los aspectos ideológicos asumen una renovada importancia. Hay una derecha conservadora que tensa la posición de Occidente en la disputa.

 

Brasil y su oligarquía conservadora son un jugador activo e importante en la actual disputa. Bien decía Henry Kissinger “Hacia donde vaya Brasil, irá América Latina”, y en tal sentido resulta sumamente significativa la declaración llevada a cabo por el Ministro de Economía de Brasil, Paulo Guedes.

 

Guedes señaló que “oficialmente estamos en negociaciones con EU para un Acuerdo de Libre Comercio”, y queda claro entonces cual fue el segundo motivo para anunciar el posible abandono del Mercosur. Si la Argentina kirchnerista pone trabas a la celebración de un TLC con EU, Brasil abandona el Mercosur y lo negocia, como Trump prefiere, bilateralmente.

 

EU prioriza un TLC bilateral con Brasil, el país con mayor territorio y población de América del Sur, con un importante mercado interno y una enorme reserva de recursos energéticos y naturales.

 

Sin dudas Trump desea recuperar Brasil de la influencia china. No fue casual la visita de su Secretario de Comercio Wilbur Ross, proponiendo, ante la implosión de Oderbrecht, cuantiosas inversiones en infraestructura y, ante la liberalización de las reservas de hidrocarburos del Pre-Sal, debido a la desarticulación de Petrobras, manifestó el interés de las grandes petroleras estadounidenses de participar en la explotación de las mismas.

 

La competencia que están llevando a cabo EU en Brasil, buscando desplazar la presencia de China implica reforzar los vínculos militares entre ambas naciones,

 

En ese sentido han sido múltiples los ejercicios militares llevados a cabo entre los ejércitos de ambas naciones y finalmente Brasil ha accedido a la firma de un acuerdo por el que liberará el uso de la Base de Alcántara por EU. De eta forma Washington obtiene una base de lanzamiento de satélites que permite un acceso privilegiado a la órbita geoestacionaria.

 

EU ha logrado la sumisión de Brasil, el gobierno de Bolsonaro le ha permitido lograr el mayor éxito geoestratégico de las últimas décadas. Lejos están aquellas iniciativas de Brasil para crear un bloque sólido en América del Sur con tendencias hacia un progresismo de izquierda.

 

En lugar de ello todo indica que vamos camino a la celebración de múltiples acuerdos bilaterales con la potencia hegemónica, y van quedando sepultados los sueños de una integración regional profunda y las aspiraciones de construcción de una Patria Grande, libre y soberana.

 

- Representante (diputado) Nacional por el Frente Amplio (Partido Socialista). Distribuido por el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)

 

https://www.alainet.org/es/articulo/201901?language=es
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