Sin sombra de vergüenza

12/09/2019
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Podríamos citar muchas frases dichas por los voceros del fujimorismo en los últimos días  para demostrar que no tiene un ápice de vergüenza, y que afirman cualquier disparate, dejando al descubierto esa extraña simbiosis de irracionalidad, ignorancia y soberbia, que son comunes a Tamar Arimborgo, Karina Beteta, Héctor Becerril o Carlos Tubino;  pero nos quedamos apenas con una, que sirve para evidenciar el atrevimiento y la desfachatez de quien la pronunciara desde su alto escaño de Presidenta de la Comisión de Constitución del Congreso de la República, la señora Rosa Bartra.

 

Ella dijo, casi con un puñal entre los dientes que “El Presidente Vizcarra gobierna con los comunistas. Son sus aliados en el Congreso y los oye.  No tiene bancada ni partido. Se siente seguro con el apoyo de los comunistas del Congreso y de la calle”. Una frase para la exportación, sin duda.

 

Podríamos preguntarnos si esta señora sabe realmente lo que son los comunistas, si los conoce, si ha visto a alguno en vivo y en directo, si tiene aunque fuera una vaga idea de las nociones que defiende y las ideas que enarbola. Sin duda que no, porque confunde a una personas con otra, de la misma manera como podría confundir a un gato de angora con un tigre de la Malasia; un plato de porcelana con una loseta gris.

 

Ya tiene edad suficiente la señora Bartra como para saber que en el actual Congreso de la República no hay ningún comunista. Los hay gentes de concepciones progresistas, de ideas avanzadas, de simpatía por el socialismo; pero comunistas, ninguno. Cuando la señora Bartra escuche alguno que en verdad lo sea, saldrá espantada; porque sus castos oídos están sólo preparados para escuchar el mugido de las vacas, las ostentosas arengas del fascismo, o las  almidonadas monsergas de la Señora K. 

 

De un comunista, podría escuchar otras cosas: “Madre de piedra, espuma de los cóndores / alto arrecife de la autora humana / Pala perdida en la primera arena…” podría decirle Pablo Neruda hablando de Machu Picchu. O quizá “mas sólo tú demuestras, descendiendo / o subiendo del pecho, bolchevique / tus trazos confundibles / tu cara de padre”; podría oír de César Vallejo; o tal vez leer algo escrito por José Carlos, en su tiempo: “la inteligencia ha inventado e los últimos años una serie de manera de eludir o ignorar, el problema de la Revolución”. Sin duda, se le escarapelaría el cuerpo si leyera el testamento político de Pedro Huilca, publicado el 27 de diciembre de 1992, ocho días después que fuera asesinado. 

 

Lo que hoy escucha la señora Bartra es lo que dicen los peruanos comunes y sencillos, los que viajan en microbús, o caminan por la calle; los que transitan   a desgaire por las grandes avenidas de la capital, o por los campos áridos de la costa, o  los fértiles  valles de la sierra, o los tupidos bosques de la selva. El 95% de ellos -lo dicen las encuestas- dice en términos bastante claros y concretos: ¡Cierren el Congreso, ya! Ni de lejos se necesita ser comunista para expresar esa idea. Y si los comunistas la hacen suya, es por una simple razón: por la boca del pueblo, habla el pueblo.  Y al pueblo, se le escucha.

 

Lo que ocurre es que algunos congresistas que perciben la voz de la gente, repiten sus quejas en las altas esferas del Poder. Y allí las recibe Rosa Bartra, grácilmente distraída por las dulces y bellas palabras de Karina Beteta, dirigidas a los niños de un colegio que acuden a ella con candorosa inocencia.

 

Pero hablando en serio, lo que Rosa Bartra busca es más que equivocarse. Es confundir a la gente desaprensiva, y sembrar anticomunismo a diestra y siniestra. No toma en cuenta lo que le dicen. Simplemente lo descalifica y rechaza, porque todo eso va más allá de su capacidad de comprensión.

 

En el fondo, lo que subyace son sus odios, que son dos: miedo a los comunistas, y miedo a la calle. Sus razones tendrá la señora Bartra. Las tuvieron también otros, antes que ella, desde Al Capone hasta Pinochet. Desde los nazis hasta Fujimori. Pero, como se sabe, ellos perdieron. Perderán siempre.

https://www.alainet.org/es/articulo/202106
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