Porqué en Cuba no se rinde nadie

13/09/2019
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Hace una década, los cubanos perdieron a uno de sus héroes revolucionarios más populares y queridos, hecho que fue recordado con inusitado fervor patriótico en la isla antillana. El once de septiembre de 2009 dejó de existir físicamente Juan Almeida Bosque, un patriota cubano que reunía extraordinarios méritos de lucha que habrían bastado para situarlo entre los más excelsos representantes del pueblo cubano en cualquier momento de la historia de la Isla.  Pero en el caso de Almeida, en su paso por la vida confluyeron la personalidad y talento de un joven de familia muy humilde, de piel negra y con un corazón de oro con quien los cubanos simpatizaron rápidamente apenas trascendió su papel dirigente como parte del contingente que, liderado por Fidel Castro, encabezó la batalla popular contra la tiranía  de Fulgencio Batista conducente a la exitosa liberación  de la Patria del hegemonismo estadounidense y materializando la segunda y definitiva independencia de Cuba. Algún tiempo antes, Almeida había sido uno de los héroes que siguieron a Fidel Castro en el ataque al Cuartel Moncada, gesta que, pese a resultar un fracaso en el orden militar, encendió la chispa que llevo al triunfo de la revolución cubana que sentara las pauta para los cambios revolucionarios que han conmovido al continente desde aquel 26 de Julio de 1953.

 

A mediados del año 1960, cuando me desempeñaba en el Ministerio de Relaciones Exteriores como Introductor de Embajadores (Director de Protocolo) en  un período en el que Cuba, en ejercicio de la independencia y la soberanía obtenidas para el pueblo por la revolución victoriosa, respondía como podía al cerco político y económico que pretendía imponer contra ella el imperio en el continente mediante el desarrollo de vínculos diplomáticos y de amistad con otras naciones, me tocó acompañar, al recién estrenado Embajador de la República Popular de Polonia en su visita de cortesía al entonces jefe del Ejército Rebelde, comandante Juan Almeida Bosque. Era este uno de los primeros encuentros del diplomático en la Isla con autoridades del más alto nivel del gobierno revolucionario. Se trataba de un hombre que hablaba fluidamente el castellano por haberlo aprendido como combatiente revolucionario en las brigadas internacionales que defendieron la república española,.

 

Durante el trayecto en automóvil desde el Ministerio de Relaciones Exteriores hasta la sede temporal del Estado Mayor del Ejército, en la Avenida del Puerto (Edificio que entonces ocupaba la Marina de Guerra Revolucionaria), el enviado europeo solicitó, y obtuvo de mí, información acerca de la trayectoria militar y revolucionaria del entonces Comandante Juan Almeida Bosque, a quien introduje brevemente como asaltante del Cuartel Moncada, expedicionario del yate Granma, y fundador y jefe del Tercer Frente Oriental del Ejército Rebelde en la Sierra Maestra y otros meritos por acciones de combate de Almeida que me vinieron a la mente.

 

Cuando hablé de la temeridad, la disciplina y la modestia que hacían de él uno de los más queridos héroes de la revolución, mencioné también, porque me parecía importante para identificar su sensible personalidad, la condición de compositor musical del comandante Almeida.

 

Luego de las presentaciones de rigor y de ofrecer Almeida la bienvenida al Embajador, éste usó de la palabra para expresar sentimientos de solidaridad con la revolución cubana y de agradecimiento por la oportunidad de tomar contacto con una de sus figuras cimeras.

 

Recurriendo a la información recién recibida, el Embajador hizo gala de conocimientos acerca del historial político-revolucionario de Almeida, pero, para finalizar, con evidente ánimo de enfatizar sus muestras de simpatía, afirmó sentir “gran admiración por los himnos y marchas de combate que usted compone”.

 

El comandante Juan Almeida Bosque, sin inmutarse, respondió manifestando su reconocimiento por la declaración de solidaridad con la revolución cubana del diplomático y, a continuación, con una sonrisa que denotaba comprensión dibujada en el rostro, le aclaró que aunque él hizo la guerra… las piezas musicales que componía eran todas canciones de amor. El diplomático se ruborizó.

 

Sin que se volviera sobre el asunto, siguió una enjundiosa conversación acerca de las perspectivas de los vínculos entre la nación representada por el Embajador y Cuba, que concluyó media hora más tarde, con una despedida cordial.

 

Apenas subimos al automóvil para el viaje de regreso, me dijo el diplomático polaco al oído: “Fue usted parco en el elogio. Es un hombre extraordinario. Por eso compone canciones de amor”.

 

13 de septiembre de 2019

 

Publicado originalmente en el diario ¡POR ESTO! de Mérida, México.

Blog del autor: http://manuelyepe.wordpress.com/

 

https://www.alainet.org/es/articulo/202130
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