Afganistán, la única elección es la muerte

27/09/2019
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En medio de una guerra que ya tiene más de dieciocho años, y cuya resolución cada día parece más lejana, ahora mucho más tras la ruptura de negociaciones el pasado nueve de septiembre, entre los Estados Unidos y el talibán, después de que un soldado estadounidense muriera en un atentado, convirtiéndose en el cuarto muerto norteamericano en dos semanas. (Ver: Trump empantanado en Afganistán).

 

Mientras, los ataques del Talibán, el Daesh Khorasan y al-Qaeda, arrecian y los “daños colaterales” que son producidos por acciones tanto del ejército afgano y la aviación norteamericana, generan docenas de muertos entre la población civil, cada vez con más frecuentes. En este contexto creer que las elecciones del próximo sábado 28, al mejor estilo occidental, pueda solucionar algo, no dejaría de ser un acto de fe. Si quienes están detrás de ella fueran almas puras y prístinas, serían Santo Inocentes, pero los puros en este conflicto hace mucho que han muerto, y el poder, a trizas, está en manos de intereses que se disputan los restos putrefactos de los que alguna vez fue un país.

 

El próximo sábado entonces 72 mil efectivos de las fuerzas de seguridad serán desplegados en todo el país mientras otros 30 mil serán incorporados a media que sean necesarios. Se conoce que la aviación estadounidense y el ejército afgano están peinando centenares de pueblos catalogados como de alto riesgo, para limpiarlos de insurgentes.

 

El absurdo de esta situación bordea el realismo mágico o quizás lo supere, ya que la puja democrática se libra entre los responsables del estado de degradación del país, junto a los Estados Unidos que finalmente se designan a sí mismos como el gran elector. Instalar el juego democrático en un país con décadas de guerra y violencia de estructura tribal, en el momento donde los sistemas democráticos del mundo entero están al borde del colapso es lo absurdo, ya que es obvio que el verdadero Poder llamasen mercados, bancas, holdings o consorcios ha tomado el control de la situación internacional a excepción de un puñados de países, gracias a los medios de comunicación, conjugados ¿o conjurados? con la incompetencia de la democracias formales que lograron convencer a millones de personas a lo largo del mundo que la salida estaba en manos de los Trump, y una larga lista de gerentes menores como Bolsonaro, Macron, Salvini, Johnson, Modi, Duterte, al-Sisi, Orban, Netanyahu, Piñera, Macri o el actual presidente afgano Ashraf Ghani, cuyo nombre podría intercambiarse con cualquiera de los que lo preceden en la lista y el resultado sería el mismo, si no contamos a los miles de muertos que se han producido en sus cinco años de gobierno, pero claro, esos muertos tampoco cuentan, ni votan.

 

El engranaje puesto en marcha en Afganistán, para el día sábado puede ser fácilmente detenido por una acción general del talibán o decenas de pequeñas operaciones que está en perfectas condiciones de realizar, atacando centros electorales o de manera mucho más sencilla a quienes vayan a votar.

 

Las fuerzas de seguridad están abocadas en estos días a desactivar minas y los famosos IED o explosivos de fabricación caseras, que han hecho estragos no solo en Afganistán sino en todos los países que se los utilizan. En elecciones anteriores los insurgentes se volcaron a usar armas de pequeño calibre o los siempre efectivos atacantes suicidas, durante las parlamentarias de octubre del año pasado se registraron unos 110 ataques contra centros de votación en los que murieron 56 civiles y fueron heridos 380, la cifra más alta de las cuatro elecciones realizadas en el país desde la invasión estadounidense de 2001.

 

Son poco menos de 10 millones los afganos, de ellos 34,5 % son mujeres, que votaran el próximo sábado en los 7385 centros electorales dispuestos de los que 675, están considerados con un alto riesgo de ser blanco de acciones terroristas. Los ciudadanos afganos tendrán para elegir entre dieciocho candidatos, de los que solo cuatro cuentan con posibilidades: el actual presidente Ashraf Ghani, su eterno rival y actual jefe del Ejecutivo afgano, Abdullah Abdullah; Gulbuddin Hekmatyar, un veterano muyahidín de la guerra antisoviética y Hanif Atmar, ministro durante el gobierno del Hamid Karzai.

 

El talibán advirtió a los votantes que “todos los centros electorales son objetivos militares por lo que cada uno de ellos será responsable de lo que pudiera ocurrirles”. Como aperitivo a estas amenazas el talibán, la semana pasada, atacó en Charakar, una zona mayoritariamente chiita, en la provincia norteña de Parwan, con un militante suicida que se detonó en medio de un acto político con la anunciada presencia de Ghani, la explosión dejó, al menos a 30 muertos y 50 heridos. Horas después otra explosión en Kabul, cerca de una base del ejército afgano y la embajada de los Estados Unidos, mató a otras 22 personas.

 

Más y más daños colaterales.

 

Después de que Trump cancelará la oportunidad de un acuerdo de paz con los talibanes, y frente a las inminentes elecciones presidenciales, los Estados Unidos han incrementado sus operaciones con aviones no tripulados, coordinadas con acciones terrestres del ejército afgano. En este marco la coalición ha anunciado una serie de exitosos ataques contra los insurgentes, esto supone obviamente la correspondiente respuesta por parte de los fundamentalistas, lo que acrecienta todavía más el peligro permanente en que vive la población civil sometida de manera constante a dos fuegos.

 

El domingo veintidós por la noche en el distrito de Musa Qala en la provincia de Helmand, tras un ataque aéreo norteamericano, al que le siguió un asalto terrestre realizado por las fuerzas especiales afganas dirigido contra un refugio del talibán se produjeron al menos 40 muertos civiles, en su mayoría mujeres y niños que participaban en una procesión previa a una fiesta de casamiento. En los enfrentamientos también habrían muerto veintidós milicianos del talibán y otros catorce detenidos entre ellos cinco pakistaníes y un bangladesí. El ataque tenía la intención de capturar al pakistaní Asim Umar, el primer jefe de al-Qaeda en el subcontinente indio (AQIS) que consiguió finalmente escapar, junto a su enlace con Ayman al-Zawahiri, el heredero de Osama bin Laden. El AQIS fue creado por al-Zawahiri en 2014, para operar en Pakistán y Bangladesh y apoyar al talibán en Afganistán

 

Horas antes de este nuevo “incidente” un vocero de los Estados Unidos había tenido que reconocer que en una incursión aérea con aviones no tripulados en Wazir Tangi del distrito de Khogyani, en la provincia oriental de Nangarhar, murieron al menos 30 agricultores que recolectaban piñones en un campo densamente arbolado, otros 40 habían resultaron heridos. El vocero americano explicó que el ataque iba dirigido contra combatientes del Daesh Khorasan, localizados en la zona.

 

Según un informe de Naciones Unidas del mes de abril, que obviamente no incluye estos últimos “errores” entre las fuerzas militares desplegadas por los Estados Unidos, la OTAN, y las Fuerzas de Seguridad y Defensa Nacional Afganas (ANSDF) han asesinado más civiles en los primeros tres meses de este año que los talibanes y el resto de las organizaciones armadas que combate en el país centroasiático, el número aproximado de civiles muertos es de 305. Según el mismo informe en la primera mitad del año las bajas civiles en diferentes atentados ascienden a 4 mil.

 

Agosto fue un mes particularmente sangriento en el que se produjeron un promedio de 74 muertos diarios y septiembre no comenzó mejor con una serie de ataques suicidas, coches bombas, ataques masivos.

 

Treinta y nueve personas murieron y 140 resultaron heridas el miércoles diecinueve cuando un camión bomba fue detonado frente a un hospital en la ciudad sureña de Qalat. La mayoría de las víctimas se registró entre médicos, enfermeras, pacientes y visitantes, a pesar que, según lo informó el talibán, el objetivo había sido una oficina, vecina, de los servicios de inteligencia y esta lista se podría extender con acciones encubiertas norteamericanas que reportan a diario dos o tres muertos que no diferencian entre civiles o militantes, pero que son cifras “insignificantes” para que alcancen los grandes medio de comunicación. Los muertos más allá de las elecciones se seguirán sumando, porque no importa quien se imponga, siempre absolutamente siempre en Afganistán gana la muerte.

 

- Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/202363?language=es
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